Ariel González
A estas alturas es preciso reconocer que los mejores defensores de la regresión antidemocrática que está viviendo el país son aquellos que, con la bandera de la neutralidad e incluso de la reconciliación, solicitan encarecidamente a los críticos del oficialismo que le den “una oportunidad” a la ahora Presidenta electa, que no sean “apocalípticos”, que la 4T “no es para tanto” y que, por favor, le “bajen una rayita” a sus comentarios en extremo “pesimistas”, puesto que el país necesita dejar atrás la polarización y entrar de lleno a una etapa de cooperación y unidad.
Palabras más, palabras menos, ese es el tono empleado por no pocos normalizadores de la destrucción definitiva del entramado institucional democrático. Por supuesto, ninguno de ellos se presenta como morenista (y oficialmente no lo son), sino como ciudadanos preocupados por la convivencia democrática, la elevación del nivel del debate y el entendimiento que tanta falta le hace al país para superar sus problemas.
Entre este sector de comentaristas hay muchos niveles, claro está, unos son más sutiles y otros (la mayoría) muy burdos en sus planteamientos, pero todos ponen en el centro lo que suponen es una exageración de los críticos del obradorismo (la inminente destrucción de la estructura democrática) y una cerrazón frente a la voluntad de la mayoría (electoral) de los mexicanos, así como mala fe hacia quien ni siquiera ha empezado a gobernar.
A primera vista parecen sensatos sus argumentos, no lo niego. En otros tiempos este tipo de consideraciones podían jugar un papel importante para atemperar la animosidad en la conversación pública y ganar espacios para la reflexión mesurada. Hoy, sin embargo, las acciones del gobierno saliente –con la plena anuencia del entrante– nos colocan ante una disyuntiva que hacen imposibles las medias tintas que buscan establecer estos comentaristas: el país se debate claramente entre la democracia y el autoritarismo, entre las instituciones autónomas y la restauración de una autocracia presidencialista sin contrapesos ni rendición de cuentas.
Así las cosas, los llamados a la “moderación” suenan tan absurdos como los llamados al pacifismo en medio de un bombardeo o de una invasión. Pero debemos reconocer que este discurso que llama al “diálogo” y al “entendimiento” –cuando justo nos estamos quedando sin espacios para la consulta e intercambio reales, la queja o el desacuerdo, y menos aún para los consensos– resulta muy convincente entre los electores de Morena (o los indiferentes que no votaron) que no sienten, ni saben, ni creen o simplemente no les interesa que nuestra joven democracia esté por llegar a su fin.
Los hechos están a la vista y en unas cuantas semanas vamos a estrenar un régimen que puede ser nombrado de distintas formas por nuestros “correctos” y normalizadores comentaristas (que fingen no ver riesgo alguno en lo que sucede), pero que no será en ningún caso democrático.
El INE y el Tribunal Electoral (ya en manos abiertamente de empleados morenistas, aunque con dignas excepciones que desgraciadamente no podrán hacer ninguna diferencia, por lo que veo), se aprestan a dar el golpe que será el punto de partida de la disolución de las instituciones democráticas: la asignación ilegal de más diputados de los que les corresponden constitucionalmente a Morena y sus socios.
Con esta sobrerrepresentación tendrán la mayoría calificada que les permitirá adulterar y deformar la Carta Magna, particularmente en lo que respecta a la independencia del Poder Judicial y a diversos logros alcanzados en la lucha democrática de las últimas décadas (como un órgano electoral independiente; la garantía de la pluralidad en el Congreso o la existencia de diversas instancias autónomas que garantizan transparencia, derecho a la información o reglas de competencia elementales).
Y ya sin estos “estorbos” para la instauración de un régimen decididamente autocrático (pero eso sí, en nombre del “pueblo”), lo que sigue es nada más cosa de tiempo para que Morena pueda “presumirse” ante la comunidad internacional como otro gobierno más de la liga bolivariana. Y por supuesto, los normalizadores de esta involución política seguirán diciendo que los críticos exageramos.
Tal vez los críticos llevamos años “exagerando”, pero lo cierto es que poco a poco todo lo que anticipábamos se ha ido materializando. Y por lo mismo, la ilusión de que el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum será distinto o de que dará un viraje importante no tiene ningún fundamento. Pero suponiendo que lo tuviera, vale preguntarse: ya con las instituciones democráticas desmanteladas o quebrantadas, ¿hacia dónde podría ser ese viraje? ¿Qué podría cambiar en un régimen de partido hegemónico plagado de funcionarios y dirigentes que parecen haber sido elegidos por provenir de las filas más corruptas del PRI o del PAN, estar acusados de tener vínculos con el narcotráfico o tener una clara dilección por criminales y dictadores como Daniel Ortega o Nicolás Maduro?
Me gustaría estar equivocado y ser sólo parte de un pequeño círculo de paranoides que ven moros con tranchete ahí donde sólo hay unos buenos demócratas de izquierda que únicamente quieren hacer las cosas a su manera. Desgraciadamente no veo el menor indicio de que Morena sea de izquierda y mucho menos que tenga alguna cultura democrática; y por eso también creo que los comentaristas normalizadores del retroceso político –nuestros biempensantes de hoy– van a tener mucho trabajo para presentar el rostro amable de cuanto nos ocurra en el futuro.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez