El contexto político actual está en parte compuesto por paradojas e ironías. Es paradójico qué personajes como Claudia Sheinbaum, Pablo Gómez y hasta López Obrador, entre otros, que fueran activos y combativos críticos del sistema represor y autoritario del siglo pasado, hoy formen un modelo de gobierno que lo reproduce corregido y aumentado en su autoritarismo, en el populismo clientelar, en el uso faccioso de los instrumentos del poder para permanecer en él y para perseguir, acosar e intimidar a quien piensa diferente.
Contradice la lógica que usen lo que repudiaron, la fuerza del Estado, para reproducir la imposición y el militarismo que combatieron; y es una ironía que, diciéndose demócratas estén pervirtiendo los órganos, leyes e instituciones democráticas para asegurarse mayorías que el pueblo no les concede y utilicen prácticas mañosas, poco éticas, para conseguir una sobre representación dolosa y abusiva.
La aritmética no da; si en un padrón de electores de 98 millones solo vota el 60%, y de esa parcialidad solo le favorece el 53%, en realidad solo tiene el apoyo de menos del 30% del total de electores posibles, lo que según Condorcet lo hace una minoría mayor que intentan pasar como una inmensa mayoría lo que es en sí un sofisma, o un engaño razonado que nos intenta convencer de algo que es falso.
Asusta el absoluto desprecio que muestran por las leyes y los órganos encargados de aplicarlas, y la conducta seguida a favor de instaurar tribunales populares para satisfacer un concepto primitivo de justicia los acerca más a los Jacobinos franceses del régimen de terror, que a cortes de pleno derecho; más cerca de Robespierre que de Washington, más control autoritario que libertades democráticas.
En la realidad, la ironía de ese grupo en el poder radica en que, con la retórica demagógica acerca de la democracia, pretenden realmente destruirla. Educados en la corriente teórica del marxismo, predominante en las escuelas de economía de los años setenta, proclive a imponer la autoridad del Estado por encima de las libertades y los derechos humanos, se olvidaron de leer a Locke, Montesquieu y Spinoza. Para ellos, y aplica para ahora tres siglos después, la libertad y los derechos del hombre no pueden depender del pueblo bueno y de que el gobierno lo ejerzan personas virtuosas o bien intencionadas, sino de instituciones sólidas cuyo funcionamiento esté asegurado.
Nada de eso sucede en la 4T; ahora solo hay instituciones desvencijadas, colonizadas, tribunales mediatizados, sometidos a la voluntad de un solo hombre. El ejercicio del poder por una sola persona necesariamente termina en tiranía y en un uso despótico del mismo. Por ello, desde el nacimiento de la democracia moderna, la división de poderes se opuso al despotismo y por ese papel de contrapeso al uso abusivo del poder hoy, en México, se intenta subyugar al Poder Judicial después de convertir al Poder Legislativo en un coro de serviles.
No es seguro que la inclinación autoritaria que ha tenido el actual gobierno sea continuada por su sucesora. Hay indicios para considerarlo así, también otros apuntan a que la siguiente administración, desprovista de la carga vindicatoria del actual gobernante, y formada en un ambiente más académico, modere la tendencia al absolutismo presidencial que caracterizó al actual, y aun compartiendo proyecto y fines imponga sus propios matices.
Ambos han coincidido en señalar que comparten un proyecto, sin que hayan llegado a definirlo. Sería importante que lo hicieran explícito y dejen de mandar señales en el discurso que luego contradicen con los hechos.
Si el proyecto es seguir regalando dinero para efectos clientelares mientras se ponen trabas a la inversión y al crecimiento económico, parece que habrá de perecer con la capacidad limitada del ingreso. Ahora que si la intención, es la de instaurar un régimen humanista, con democracia participativa y justicia para todos, mal empiezan destruyendo instituciones y centralizando el poder.
La democracia es fuerte por la fortaleza de sus instituciones y éstas protegen los derechos, la libertad y la vida; en este sexenio los tres han sido vulnerados por el imperio de un obnubilado mandatario que piensa que puede haber justicia sin ley y orden sin derecho.
Somos una sociedad plural que necesita también canales de representación para exigir el respeto que cada quien merece; los de pensamiento diverso, los informadores y formadores de opinión, las clases medias, el trabajador formal e informal, o la mujer violentada y minusvalorada, el ciudadano que día con día se expone a que cualquiera le quite la vida, solo porque se puede. Para esto poco ayuda la oposición organizada, los partidos políticos que se han convertido en franquicia administrada por líderes sempiternos. Por su mezquindad, somos una sociedad huérfana, sin nadie que haga de la causa de muchos una causa nacional. Sociedad que vive entre paradojas e ironías, venganzas y felonías sin castigo, porque aquí “no vengan con que la ley es la ley”.