En etapas –para obtener más atención y competir por la atención pública contra el cotidiano sermón de la mañana– la candidata triunfante, la doctora Claudia Sheinbaum, dosifica el conocimiento de su gabinete y de pronto suelta un nombre por aquí, muy al principio (Rogelio Ramírez de la O, transexenal secretario de Hacienda) para luego dejar caer otros seis nombramientos con la cuidadosa atención a la paridad de género y más tarde –poco antes del segundo paquete de afortunados–, nos habla de su funcionario tecnológico, digital, cibernético y demás, don José Antonio Peña Merino, con cuya designación cumple un anuncio de hace días, cuando dijo para satisfacción de milenials y demás:
“…vamos a crear una Agencia de Transformación Digital del Gobierno Federal. ¿Qué objetivo tiene esta agencia? No va a representar más costos de operación, sino sencillamente vamos a juntar las distintas áreas de digitalización del Gobierno que nos permitan hacer una verdadera transformación digital en el país…”
Con la potencia del cargo aún no asumido, tan fácil como el sol crea la claridad de la mañana, así sale a la vida pública la prometida agencia, la cual –como todas las de su especie— tiene al frente un agente el cual ya ha trabajado con la doctora quien le confía un moderno aparato de administración, gestión y cosas similares, para lograr la eficiencia negada a la administración pública por algo horrible llamado papeleo, el cual —esperamos todos— no sea sustituido por el digitaleo o el ciber-burocratismo, porque un trámite es un trámite, con una gran diferencia, la computadora, casi autónoma, no come tortas con aguacate a las 11 de la mañana y ensucia con migajas el escritorio.
Quienes confundan la era digital con el “dedazo” o el atole con el dedo, están equivocados. Pero sigamos.
Pero eso, a pesar de escribirse líneas arriba al comienzo del texto, no es lo importante. Lo importante fue el anuncio del mediodía (después de una reunión con el Gran Timonel) en el edificio del Museo Interactivo de Economía, el cual —como todos sabemos– tiene estirpe urbana porque está alojado en el edificio del Antiguo Convento y hospital de los Betlemitas, en la calle de Tacuba, y ahí la señora de cercano futuro presidencial leyó esta lista de integrantes de su aun (al menos públicamente), incompleto gabinete:
Rogelio Ramírez de la O se mantiene como secretario de Hacienda, lo cual se sabía desde el anuncio inicial del actual presidente; Raquel Buenrostro (secretario de AMLO en Economía), secretaria de la Función Pública;
Irma Elena Vega Rangel, secretaria de Desarrollo Territorial y Urbano; Jesús Antonio Esteva Medina, secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes y David Kershenobich, secretario de Salud.
La única novedad en este lote es tener, por fin, un secretario de Salud, en el lugar donde por seis años hubo un triste florero. David Kershenobich quizá llegue a ser un buen secretario, pero comparado con el actual, una eminencia desde antes de tomar el cargo.
Así pues, gota a gota se van escurriendo los nombres de esta política versión de “la casa de los famosos”, cuya composición genera tanto morbo o interés, según el caso, como los de un “reality”, pues de ese grupo, cuando acabe la temporada sexenal, se deberá escoger al ganador, excepto si desde ahora los dados de la fortuna no corren parejo con la vieja tradición de obispos y cardenales para llegar al papado.
Pero ni Andrés Manuel ni Claudia formaron parte de gabinete alguno antes de ser candidatos. Los dos fueron jefes de Gobierno de la ciudad de México y si esa fuera una regla pues ya podríamos ir pensando en la próxima presidenta, de Iztapalapa para el mundo, con la ventaja de ver a Juanito siquiera como secretario de Relaciones Exteriores.
Pero mientras en este país las cosas transcurren con una aparente seriedad republicana, en otros lugares de la tierra nos regalan una versión fallida de “la mamertada” boliviana, donde gracias a una mojiganga burda y torpe, fracasa el vigésimo cuarto golpe de Estado de su historia, ahora contra el presidente Luis Arce, quien se supone complotado con el golpista de pacotilla, general Juan José Zúñiga para hacerse la víctima ante el acoso de Evo Morales y los suyos.
–¿Por qué “mamertada”?
Pues por la historia de Don Mamerto Urriolagoigtia, quien prefirió dar un autogolpe y cederles el poder a los milicos, antes de reconocer el triunfo de Juan Lechín, triunfador electoral por el Movimiento Nacionalista Revolucionario. Todo esto ocurrió a mediados del siglo pasado y desde entonces todo autogolpe o el intento de llevarlo a cabo, se conoce allá como “una mamertada”.
Vaya púes, todo un sainete de baratija.
Aquí –Latinoamérica al fin–, hay otros equivalentes a estas farsas.
Uno de ellos comenzó ayer en la H. Cámara de Diputados donde se abrieron los foros para discusión enriquecimiento, intercambio de observaciones y puntos de vista sobre una Reforma Judicial ya aprobada. Claro, falta el trámite de septiembre, pero las cartas están marcadas, los dados están cargados y el resultado ya se conoce.
–¿Cuál es la utilidad de participar, como lo hicieron los ministros de la Suprema Corte de Justicia en una carnavalada como esta? Ninguna, excepto, quizá, lavarse la cara con el argumento de haberlo hecho de buena fe. Pero la buena voluntad no cabe en la política cuando ya el autobús te ha pasado por encima.
Pero ahí fueron muy orondos y satisfechos de su rol los señores y las señoras ministras, las devotas y las renuentes; los convencidos y los desencantados, para hablar durante insuficientes cinco minutos y sentir el alivio de sus conciencias, como si eso sirviera para algo.
La Reforma Judicial como toda reforma, nada más puede ser modificada por el reformador, no por los reformados, así se invoquen principios, maravillas, reglamentos, argumentos, tradiciones, leyendas, dictados históricos y cualquier otro recurso del universalmente reconocido pataleo.
Pero la marcha de la simulación sigue su camino. Todos conocen el desenlace, pero todos participan como si no se dieran cuenta de la obviedad: su concurso legitima un proceso espurio. La reforma debatida en los foros es la reforma ya hecha a la cual sólo le faltan los pasos legislativos, simples requisitos de procedimiento. Lo demás es maquillaje, parches en el ojo del macho o máscaras del autoritarismo. Y nada más.
Y como prueba de convicción democrática, le pueden mover dos comas. Bueno, tres, se debe ser magnánimo.