El sábado pasado tuve la oportunidad de presenciar un espectáculo que me conmovió profundamente: un partido de fútbol infantil femenil. Las protagonistas, niñas no mayores de 14 años, desplegaron en la cancha un talento y una pasión que me cautivaron.
Sin embargo, lo que me cautivó no fue la destreza técnica de las pequeñas futbolistas, que aunque sin duda era notable, fue la pasión, el compañerismo y el respeto que reinaban en la cancha. Se notaba que estas niñas no solo jugaban por divertirse, sino que también buscaban mejorar, aprender y competir con fair play. No había tenido la oportunidad de ver futbol organizado de niñas y a pesar de su corta edad, ya se podía apreciar en su juego técnica y una evolución en la forma de entender las tácticas y de ir poco a poco dominando las habilidades del balompié. Cada pase, cada control, cada disparo, era ejecutado ya con cierta precisión y entusiasmo. En el argot futbolero, se puede decir sin duda que las niñas jugaban ya con “idea”.
Pero repito, lo que más me cautivó fue el espíritu deportivo que reinaba en el campo. Las niñas no solo jugaban con pasión, sino también con respeto hacia sus compañeras y rivales. Se caían, se levantaban, se animaban entre sí, celebraban juntas los goles y se consolaban en las derrotas. En las gradas, los padres observaban con orgullo y emoción, algunos incluso lanzando palabras de aliento a sus pequeñas futbolistas. No había gritos de rabia ni insultos, solo el apoyo incondicional hacia las niñas que daban lo mejor de sí mismas en cada jugada. Incluso los que estábamos a un lado de la cancha sin un interés en el partido, terminamos pendientes del resultado y alegrándonos del espectáculo, las niñas con su inocencia terminaron contagiándonos de esa bonita emoción. Y como broche de oro para este encuentro deportivo, al finalizar el partido, las niñas de ambos equipos se dieron la mano y se abrazaron, demostrando un compañerismo y una deportividad que me llenaron el corazón de esperanza.
En contraste con esta experiencia tan enriquecedora, horas antes, en esa misma cancha de futbol llanero, yo había jugado un partido de fútbol en una liga de veteranos. Y con vergüenza puedo decir a pesar de ser una liga para mayores de 35 años, caímos en la misma marrullería absurda que tantas veces vemos y criticamos en el fútbol masculino profesional: discusiones con el árbitro, reclamos a los rivales, gestos de desaprobación hacia nuestros propios compañeros, berrinches y hasta una que otra agresión barriobajera.
Es increíble que a nuestra edad sigamos comportándonos de esta manera y que aún caigamos en estas actitudes infantiles, y más aún cuando las niñas que presencié nos acababan de dar una lección magistral de lo que significa jugar al fútbol con pasión, respeto y compañerismo. Olvidamos que el fútbol, en su esencia, es un juego, una oportunidad para divertirnos y hacer ejercicio. Se nos olvida que es la oportunidad que tenemos de volver a la infancia, de volver a disfrazarnos de futbolistas y compartir momentos de camaradería con los demás. Se nos olvida que cada partido que jugamos no es uno más, sino que es uno menos en nuestra historia.
El escritor chileno, Alejandro Zambra, en su gran libro “Literatura infantil”, nos menciona una reflexión que surge alrededor de la palabra «infantil» que, nos dice, en muchos casos, es pronunciada como un insulto o de forma condescendiente. Y no, no debería ser así. Estas infantas, con su forma tan pura de disfrutar del balompié me mostraron que debemos imitarlas, en todo caso y sin lugar a dudas, todos debemos ser más infantiles al momento de patear la pelota.
En su libro, el chileno escribe: «Toda la literatura es, en el fondo, infantil. Por más que nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que nos volvió tan frecuentemente infelices.» Al final la literatura viene a ser, nos dice el autor, una forma de recuperar aquellos primeros cuentos de la infancia que nos leían nuestros padres. Eso mismo pasa con el futbol, yo, con mucha frecuencia digo que el “futbol y la literatura corren por la misma banda”, y en ese tenor y parafraseando al chileno, yo matizaría sus palabras cambiando en su texto la palabra “literatura” por “futbol”, resultando: “Todo el futbol es, en el fondo infantil, Por más que nos esforcemos en disimularlo, quienes aún jugamos futbol incluso en el llano, lo hacemos porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que nos volvió tan frecuentemente infelices.»
Siempre se puede aprender, lo importante es estar abierto a ello y el sábado pasado las niñas del equipo infantil me dieron una lección valiosa. Me han recordado que el fútbol puede y, sobre todo, debe ser mucho más que un simple deporte. Es una herramienta para cultivar valores, fomentar el respeto y construir un mundo mejor. Ojalá que el ejemplo de estas pequeñas futbolistas nos sirva para reflexionar sobre cómo vivimos el deporte.
Me fui del campo con el corazón lleno de esperanza, convencido de que el futuro del fútbol está en manos de estas pequeñas grandes jugadoras. Ellas son el reflejo de una nueva generación que está cambiando las reglas del juego, no solo en la cancha, sino también en la vida.
Por cierto, hablando de futbol femenil, hace unos días se despidió del equipo queretano la portera Marta Alemany, el icono del equipo. En un equipo con poca identidad es muy difícil tener referentes. Por esa razón me resulta inexplicable que la directiva de Querétaro haya dejado ir a su figura. Ajeno a las cuestiones personales y deportivas de la propia portera, sería muy interesante saber las condiciones salariales y contractuales que el club ofrece a sus jugadoras. Seguramente nos llevaríamos una sorpresa nada agradable…
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