Daniel de la Fuente
Al cumplirse 50 años de la muerte de Miguel Ángel Asturias, que se registró en Madrid el 9 de junio de 1974, me vinieron a la memoria algunos versos que años después leyera (y ahora vuelvo a leer) en aquella colección de los Nobel de Literatura.
Para el caso referido de este escritor guatemalteco (galardonado en 1967) apareció una brevísima selección con el título de “Torotumbo y otras obras” (Ediciones Orbis, 1983).
Al final de este libro hay un conjunto de poemas donde se destaca la faceta del escritor apegado a sus convicciones. En estos versos se deja en claro ese canto que da voz a los oprimidos, una voz que revela la riqueza de una cultura indígena que por años ha sobrevivido al margen.
Desde el título mismo de estos textos se hace evidente la insistencia por hacer visible la sensibilidad y esa otra visión del mundo que pide ser revalorada: “Tecún Umán”, “Sabiduría indígena”, “Indignación, Bolívar”, “Salve Guatemala”, “Habla el Gran Lengua” son apenas unos ejemplos.
Estoy consciente de que la obra de Asturias y su legado literario está inscrito, sobre todo, en la memoria de su narrativa. Con títulos como “El señor presidente” (1946), “Hombres de maíz” (1949), “Los ojos de los enterrados” (1960) y “Mulata de tal” (1963) se puede subrayar esta trayectoria como novelista; sin embargo, gran parte de la obra poética de Asturias igual enfatiza y es una constante invitación a escuchar la voz del pueblo guatemalteco, el indígena, que en su momento le vino a ser nombrado como el “Gran Lengua”, que en las tradiciones de la cultura maya, refiere a “aquel que habla por la tribu”.
Sin ir más lejos, al ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura se declara: “Por sus logros literarios vivos, fuertemente arraigados en los rasgos nacionales y las tradiciones de los pueblos indígenas de América Latina”.
Dada esta vocación para tomar la palabra y darle voz a un pueblo, la tonalidad de los poemas (en la edición referida) busca revalorar esa sensibilidad de lo cotidiano que se vuelve sublime, un lenguaje que revela “la flor heroica” de un pasado glorioso, y que busca de nuevo manifestarlo en la luz de la esperanza.
Transcribo ahora un mosaico de versos, entresacados principalmente de su poema “El Gran Lengua”:
Vestimos nuestro plumaje, orlamos nuestros pechos de acolchado silencio con la flor heroica, candente, y empezamos a batallar en las montañas, en los campos, en la ordenación de los telares, de las palabras conjugadas con rocío, de las herramientas bañadas de sudor, de los candelarios de turquesa y jade.
Tuvimos la mañana en el pecho.
Tuvimos la mañana en las manos.
Tuvimos la mañana en la frente.
Libre y preso en la jaula de la brisa.
El Gran Lengua loa al pájaro maicero.
Te alimentas de risa, de mazorcas de risa, y te siguen la hormiga, la taltuza, el conejo, que todos se alimentan de tu maña.
Tuvimos la mañana en el rostro.
Dadme el esplendor, el ojo pulido de obsidiana en la llama purísima del sueño.
Dadme la creencia, la fe, las mieles de reunir aquí nuestro camino.
Dadme la antigua escritura, la danza.
Mediré el esplendor.
Mediré la desventura.
Mediré la sin razón.
¡Oh, ebriedad del ocio!
La esperanza de reunir aquí, después de todo, a todos los que fueron como yo.
Cierro este apunte con algunas imágenes del poema “Guatemala”, una cantata así referida que de alguna forma hace evidente la nostalgia y la comunión de Miguel Ángel Asturias, el poeta, el expatriado, con los suyos. Está fechado en 1954, imposible (para un lector mexicano) no recordar algo de la “Suave Patria” de Ramón López Velarde.
Guatemala
(Cantata)
¡Patria de las perfectas luces, tuya la ingenua, agraria y melodiosa fiesta, campos que cubren hoy brazos de cruces!
¡Patria de los perfectos lagos, altos espejos que tu mano acerca al cielo para que vea Dios tantos estragos!
¡Patria de los perfectos montes, cauda de verdes curvas imantando auroras, hoy por cárcel te dan tus horizontes!
¡Patria de los perfectos días, horas de pájaros, de flores, de silencio que ahora, ¡oh dolor!, son agonías!
¡Patria de los perfectos cielos, dueña de tardes de oro y noches de luceros, alba y poniente que hoy visten tus duelos!
¡Patria de los perfectos valles, tienden de volcán a volcán verdes hamacas
que escuchan hoy llorar casas y calles!
¡Patria de los perfectos frutos, pulpa de paraíso en cáscara de luces, agridulces ahora por tus lutos!
¡Patria del armadillo y la luciérnaga del pavoazul y el pájaro esmeralda, por la que llora sin cesar el grillo!
¡Patria del monaguillo de los monos, el atel colilargo, los venados, los tapires, el pájaro amarillo y los cenzontles reales, fuego en plumas del colibrí ligero, juego en voces de la protesta de tus animales!
Loros de verde que a tu oído gritan no ser del oro verde que ambicionan los que la libertad, Patria, te quitan.
Guacamayas que son tu plusvalía por el plumaje de oro, cielo y sangre, proclamándote va su gritería…
¡Patria de las perfectas aves, libre vive el quetzal y encarcelado muere, la vida es libertad, Patria, lo sabes!
Asturias murió el 9 de junio de 1974 a los 74 años cumplidos. Además de esta poesía arraigada en su pueblo, sus costumbres, reveladora de sus tradiciones, igual está una poesía íntima, poemas que dan cuenta de la soledad, las vicisitudes del poeta. Sus “Letanías del desterrado” es un texto conmovedor, una invitación a seguirle leyendo.
Y tú, desterrado:
Estar de paso, siempre de paso, tener la tierra como posada, tenerlo todo como prestado, no tener sombra sino equipaje, tal vez mañana, mañana o nunca…
Sin duda, el eco de “El Gran Lengua” debe ser también escuchado en su poesía, tan sensible cuando habla de los suyos, como cuando se ve a sí mismo en sus vicisitudes, en su soledad.