Ariel González
Toda derrota –y más si es tan rotunda y arrolladora como la del pasado domingo para la oposición– exige una reflexión profunda. Espero que los partidos y organizaciones civiles que impulsaron la candidatura de Xóchitl Gálvez sean capaces de hacerla lo más pronto posible para que puedan contener el desánimo, las defecciones y hasta una eventual desbandada.
Personalmente he simpatizado con la causa opositora y no puedo menos que reconocer en primer lugar que, ya por su simplicidad, ya por su complejidad, no se ha entendido cabalmente el estado de ánimo nacional. A veces, las cosas no se ven claramente porque insistimos en verlas no como son, sino como deseamos que sean, usando presupuestos o valores de tipo cívico o incluso ético que creemos comparten la mayoría de los mexicanos. Pero si algo ha revelado la jornada electoral del pasado domingo es que ha habido un profundo error de apreciación no tanto en el diagnóstico de las precariedades, corruptelas, violencias y desastres que padece el país, sino en el efecto que todo este conjunto siniestro “debería haber tenido” en la mayor parte del electorado.
Los problemas que buena parte de la prensa (la que hace su trabajo) y los críticos han señalado, siguen ahí, y seguirán deteriorando al país en los próximos meses y años, pero es un hecho que la mayoría de los electores está lejos de preocuparse en lo inmediato por ellos. Es obvio que ese elevado porcentaje que ha votado al oficialismo cree que el país vive un buen momento y que vamos por más logros en los próximos seis años, con la llegada a la Presidencia de Claudia Sheinbaum.
Se debe entender, como un tema medular, que los resultados electorales expresan ante todo la enorme implantación social alcanzada por Morena a través de las políticas sociales clientelares que ha venido impulsando. Es decir, con independencia de las graves irregularidades antes, durante y después de los comicios (que hicieron posible que se hablara con fundamento de una elección de Estado), ha sido esta maquinaria clientelar la que ha rendido sus mejores frutos para el oficialismo.
Se puede documentar también la extensa participación del narcotráfico en estos comicios, el miedo y la inhibición del voto entre diversas comunidades, las amenazas a muchos candidatos de todos los partidos o el asesinato de otros más, pero ha sido la base clientelar, la compra de votos acompañada por una red de operadores electorales con gran experiencia (como todos aquellos que provienen del PRI y que ahora forman parte de morena), la que da cuenta del grueso de los votos en términos “técnicos”.
¿Hubo fraude electoral? No, formalmente, y por eso la propia Xóchitl Gálvez, con gran civismo, ha reconocido su derrota, aunque no descarta llevar adelante algunas impugnaciones. Por lo demás, mientras escribo esto no veo que ningún funcionario del Instituto Nacional Electoral señale alguna inconsistencia fundamental en el recuento de los votos.
Ahora bien, ¿que hay en el fondo de toda esta eficiente maquinaria electoral recién adquirida por Morena que hizo posible el triunfo de Claudia Sheinbaum? Pues la gran pobreza y profunda ignorancia que, es cierto, dejaron los gobiernos anteriores y que el populismo obradorista, con sus viejos y nuevos aliados (más expriistas como Alfredo del Mazo y Alejandra del Moral, o expanistas como Javier Corral) ha venido explotando a las mil maravillas.
Vienen tiempos muy difíciles para la oposición. Por eso lo urgente es que se siente a pensar cómo rearticularse, mantenerse unida y alrededor de qué banderas; cómo trabajar en el Congreso y con qué objetivos; en suma, cómo salir adelante en medio de un túnel que va a ser largo y oscuro.
Mientras arranca este proceso deliberativo, la primera tarea de la oposición es no caer en la tentación de jugar a ser como el obradorismo: desgastarse en plantones, marchas o intentos de deslegitimación del gobierno que formará Sheinbaum. Suficientes problemas enfrentaremos muy pronto como para regalarle al nuevo gobierno la imagen de una oposición que trabaja para que le vaya mal al país.
A sabiendas de que muy pronto se buscarán sentar las bases definitivas para un régimen de partido único, la oposición no tiene otro camino más que renovar la defensa de las instituciones democráticas. Y en esa lucha, estoy seguro, habrán de producirse nuevas confluencias y surgirán también nuevos liderazgos.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez