Ariel González
Más allá de las evaluaciones inmediatas que han intentado establecer quién fue la ganadora del último debate presidencial (ignoro deliberadamente la candidatura del señor Máynez porque es básicamente una rémora de la candidata de Morena), resulta imposible no reparar en algo que podría ser sólo extraño pero que en realidad es muy alarmante: Claudia Sheinbaum no estuvo en el debate. O para decirlo en términos de quienes prefieren las metáforas del pugilismo, no estuvo en el cuadrilátero: practicó varios rounds de sombra en donde exhibió, eso sí, su naturaleza y visión autoritarias.
Es decir, además de no mirar a nadie ni responder las preguntas que se le hicieron, como es su costumbre, esta vez, adicionalmente, se encapsuló por completo y se puso en modo solipsista a perorar sobre sus otros datos (grotescamente falsos) y plantear una perspectiva de la democracia mexicana tan sesgada que fue imposible que no dejara traslucir la mentalidad totalitaria que abrazan ella y los dirigentes de Morena.
Esta vez no dejó lugar a dudas: del modo más maniqueo posible estableció una frontera entre el “mal” y el “bien”, entre “el pueblo” y “los demás”, entre “ellos y nosotros”. Y cuando esta división se combina con su propuesta de que desaparezcan las diputaciones plurinominales (gracias a las cuales ellos consiguieron crecer como oposición, pero que ya no les hacen falta porque ahora tienen el poder y, suponen, lo tendrán siempre) o con sus ataques al poder judicial y las nociones que expuso sobre la división de poderes (que según ella sólo es real a partir de la Cuarta Transformación con la “separación del poder político del económico”), deja entrever claramente la visión de partido único y presidencialismo caciquil que la anima.
En su discurso del “ellos y nosotros” elaboró un relato absolutamente falaz en el que “nosotros” –es decir, “ellos”, los morenistas– son los únicos herederos de la lucha del 68. Eso a pesar de que su principal dirigente, hoy Presidente de la todavía República, militaba en el monstruoso PRI por aquellos años, y que muchas de las actuales figuras de Morena, gobernadores, senadores, diputados y, desde luego, sus flamantes candidatos, proceden de esa organización en la que militaron durante años sin que por lo visto les provocara la misma repulsión que la candidata se esforzó en mostrar la noche del domingo.
Sin que la voz le temblara puso a todos sus opositores del lado del pasado, del autoritarismo, la corrupción, el saqueo, la represión, la mentira, los fraudes electorales, el clasismo y hasta el racismo, mientras que por decreto –como piensa gobernar, sin lugar a dudas– convirtió a todos los militantes de su partido en herederos del 68. Y por supuesto que en sus filas hay muchos que legítima y honestamente (porque incluso lo vivieron) se identifican con las causas de aquel movimiento que abrió camino a la democracia mexicana. Pero seguramente ellos son los primeros en advertir que su candidata está dotando de una nueva falsa identidad política a montones de pillos, juniors y caciques que ni en sus peores pesadillas habrían podido ser considerados como de izquierda.
Una cosa es que se haya inventado una biografía de mujer de izquierda que lucha casi desde la infancia, y otra (muy difícil de digerir para su militancia más genuina) es que Bartlett, Sansores, Monreal, Ebrard, Delgado, Murat, Blanco, Nahle, Salgado, Cuitláhuac y demás personajes y clanes tengan algo que ver con las luchas históricas de la izquierda. Espero y confío en que muchos morenistas sabrán ver la diferencia, porque han sido usados y en muchos casos desplazados para abrir paso a estos señores, sus equipos, familiares y recomendados.
La noche del domingo apareció abiertamente no la candidata con supuestas miras democráticas, sino la militante radical que promete (falsificando historias políticas y de vida), profundizar la división y la polarización; la dura aspirante a la Presidencia que al hablar de “ellos y nosotros” deja de lado el “todos” que México necesita para salir adelante.
Ya probaron el poder y se dedican ahora a dejar muy claro que, no siendo de su gusto, tampoco en el futuro habrá contrapesos, ni rendición de cuentas, ni mucho menos se escuchará o tomará opinión de los opositores. Se equivocan quienes piensan que el desplante de Sheinbaum de no mirar a Xóchitl, de no llamarla por su nombre y menos aún responderle es mera soberbia. No. Es el comportamiento del radical que se siente representante de una causa “superior”; es el gesto robespierriano de supremacía moral con el que se debe tratar a los “enemigos del pueblo”.
El “segundo piso” de la 4T que ha prometido es todo lo que la democracia liberal puede y debe temer. Vendrá, ya sé, con la patraña de la “democracia popular” que en todas partes es lo mismo: ausencia de libertades e instituciones autónomas, miseria para todos, riqueza para los amigos y familiares.
El verdadero rostro de Claudia Sheinbaum quedó expuesto la noche del pasado domingo. No fue a debatir. Fue a dejar claro, de la forma más explícita a su alcance, que de ganar nada la va a detener: va a seguir gobernando con sus otros datos, con el ejército, con los empresarios cuates, con los hijos de López Obrador y sus amigos, con los capos del narcotráfico, sin respetar la Constitución, sin escuchar las demandas de los enfermos, sin recibir a las madres buscadoras de sus hijos e ignorando, si bien les va (porque también habrá fiscales, jueces y ministras “del pueblo” que los pueden perseguir), a los opositores, a los empresarios reacios, a la prensa crítica y a cualquiera de “ellos” que no quiera someterse a “nosotros”.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez