Israel Sánchez
Como la primera científica galardonada con una presea que honra la memoria y legado de su maestro, Antígona Segura refrenda: “Rafael Navarro abrió las puertas de la Astrobiología”.
La investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM recuerda en entrevista que, en su caso, tenía tiempo interesada en la antes llamada Exobiología, que conjugaba la comprensión del fenómeno de la vida con el estudio de planetas y estrellas.
“Durante muchos años, yo estuve buscando dónde hacer Astrobiología porque a mí era algo que me llamaba muchísimo la atención desde que Carl Sagan lo mencionó en Cosmos”, comparte Segura (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1971) vía telefónica.
“Me leía todo lo que podía encontrar acerca del punto de vista científico de la búsqueda de vida extraterrestre”, continúa. “Y encontrar que había un laboratorio que en México estaba iniciando este tipo de investigaciones, para mí fue la cosa más emocionante del mundo”.
Se trataba del Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios, que Navarro (1959-2021) puso en marcha en el ICN en 1996. Ahí reproduciría junto con sus jóvenes estudiantes la atmósfera de Titán, satélite natural de Saturno, para analizar fuentes de energía, además de estudiar qué microorganismos podrían sobrevivir en los hipotéticos ambientes hidrotermales de Europa, luna de Júpiter, entre otros experimentos.
Segura se sumaría al grupo luego de escribirle a Navarro preguntando si habría algún tema para una astrónoma. El astrobiólogo, cuya labor sería fundamental para el hallazgo de metano y compuestos orgánicos en Marte por parte de la misión Curiosity de la NASA, le ofreció la posibilidad de estudiar la química que podría dar origen a la vida a partir de relámpagos volcánicos en el Planeta Rojo.
“Yo la verdad no tenía idea porque venía de ver estrellas y cosas así”, cuenta la física y maestra en Astronomía, quien en retrospectiva reconoce la paciencia que le tuvo el investigador fallecido en 2021 a consecuencia del Covid-19.
“En principio, lo que más me hizo feliz es que no dijo: ‘Uy, no, una astrónoma, quién sabe qué vas a hacer aquí”, agrega, soltando una carcajada. “O sea, confió en mí, pues. No me conocía, no es que yo le pasara mis calificaciones ni nada. Simplemente dijo: ‘Vente’, y empezamos a trabajar”.
La hoy astrobióloga consagrada recibió la Medalla Dr. Rafael Navarro González, instituida en honor a quien dedicara su carrera a la búsqueda de una segunda génesis, un segundo ejemplo de vida en el Universo, en una emotiva ceremonia en el ICN el pasado 25 de abril, fecha en que el connotado científico habría cumplido 65 años.
“Es muy simbólico para mí. No sólo por el honor en sí de ganar una medalla al trabajo que he hecho, sino por de quién viene, lo que representa que lleve su nombre”, remarca Segura.
“El doctor Rafael Navarro abrió el camino y dijo: ‘Es por aquí’”, insiste. “Desde entonces, ya no estamos perdidos quienes queremos hacer esto”.
LA HABITABILIDAD
Como astrobióloga, Segura ha destacado por sus investigaciones para entender, a partir de modelos teóricos, qué puede hacer habitables a los planetas que orbitan alrededor de estrellas menos masivas que el Sol, conocidas como enanas rojas o enanas M.
El origen de este trabajo se remonta a la estancia postdoctoral que la investigadora realizara en Universidad Estatal de Pensilvania junto con James Kasting, el pionero del concepto de “zona de habitabilidad” de una estrella; “esta parte de los planetas fuera del Sistema Solar, y la posibilidad de entender la habitabilidad en ellos, me fascinó”, expresa.
“Una vez que terminé el doctorado, mi objetivo era trabajar con Kasting, y lo logré (…) Empezamos a trabajar con este experimento de bioseñales, que más que con habitabilidad tiene que ver con la posibilidad de detectar vida en planetas alrededor de otras estrellas.
“Consistía en agarrar a la Tierra y ponerla (a través de modelos computacionales) alrededor de diferentes estrellas, y ver cómo iban cambiando algunos compuestos atmosféricos que provenían de la vida, como el clorometano, el óxido nitroso, el metano mismo”, describe la científica.
Cuando ponían a la Tierra alrededor de una enana M, un tipo de estrella que había sido un tanto descartada de la búsqueda de planetas habitables, el modelo básicamente se rompía.
“No entendíamos qué estaba pasando. Ya cuando lo vimos con más calma, nos dimos cuenta que cambiaba mucho la química atmosférica porque resulta que la cantidad de radiación ultravioleta que llegaba a estos planetas era diferente a la cantidad de radiación UV que llega, por ejemplo, a la Tierra”, explica.
“Ése trabajo es considerado el pionero en estudiar la química atmosférica de planetas alrededor de otras estrellas; o sea, no es igual que en la Tierra”, prosigue. “Tenemos que entender las particularidades, sobre todo porque queremos construir instrumentos para buscar vida en esos mundos”.
En otras palabras, si no se entiende cómo la radiación de las estrellas afecta a la química atmosférica de los planetas que las orbitan, entonces será imposible hacer la correcta interpretación de los datos obtenidos a través de telescopios, recalca Segura.
“Entonces, mi trabajo ha sido justamente fundamentar por qué se tienen que seguir estudiando las estrellas enanas M, y en particular en las longitudes de onda que se utilizan para los modelos numéricos.
“Además, los planetas alrededor de las estrellas enanas M ahorita están como unas de las grandes oportunidades para buscar planetas potencialmente habitables”.
Segura pone como ejemplo el sistema TRAPPIST-1, una enana roja en torno a la cual orbitan siete planetas del tamaño de la Tierra, mismos que a través de instrumentos como el Telescopio Espacial James Webb los investigadores buscan confirmar cualquier indicio de que posean atmósferas.
En general, la astrobióloga mexicana destaca que hay todavía mucho por entender de los exoplanetas, la mayoría de los cuales no son nada como lo que conocemos en nuestro propio Sistema Solar; “no sabemos si son como versiones grandotas de la Tierra, o versiones chiquitas de Neptuno, etcétera”.
“Estamos aprendiendo muchas cosas, los exoplanetas son fascinantes. Y, además, esperamos encontrar exoplanetas potencialmente habitables, no para seres humanos”, subraya la investigadora.
“Estos no son planetas para seres humanos, no estamos buscando una segunda Tierra para irnos para allá; no nos vamos a ir a ningún lado. Este es el planeta que tenemos. No hay más”.