Como la mayoría de los enredos demagógicos promovidos por la Cuarta Transformación, el “Caso Casar” –por así llamarle a la catarata de acusaciones, violaciones legales e insultos vertidos desde el Palacio Nacional contra la directora de Mexicanos contra la Corrupción– se encamina por los senderos del astracán. O del ridículo.
La base de todo el sainete desatado por el presidente de la República y su pasmado director de Petróleos Mexicanos, Octavio Romero Oropeza, es la manipulación de un peritaje judicial trucado en la PGJDF (de suicidio a accidente) por petición de la parte interesada para cobrar un millonario seguro de vida y una cuantiosa pensión.
–¿Por qué el señor presidente saca de la panoplia esta cimitarra con la cual pretende remover de su sitio su cabeza de la señora Casar? Pues porque la organización Mexicanos Contra la Corrupción se le atora en el gaznate. O para ubicarnos en pasado mañana, porque ya lo tienen hasta la madre con sus críticas y la exhibición de los puntos sobre las íes, según se titula la reciente obra de MAC.
De acuerdo con las versiones acusatorias contra la señora Amparo (a quien sus colegas y amigos no han dejado sin amparo), todo se originó en una visita persuasiva (dice el gobierno), de ella y su amigo, Héctor Aguilar, al procurador de Justicia de aquellos años, casualmente un devoto de López, quien se habría prestado, con el conocimiento superior (es decir, de Andrés), de la maniobra tracalera y sus alcances.
De ahí se derivan ya otros campos de conflicto, como el de la publicación de los expedientes en cuyo contenido se exponen datos personales de la señora ya dicha, los cuales están reservados por las leyes de transparencia y protección, cosa sin importancia para los acusadores, quienes se escudan en la publicidad de los datos cuando se trata de asuntos de corrupción, pero en este asunto la corrupción se presume, mas no se ha demostrado, ni probado, ni llevado a la consideración del instituto de acceso a la información y etc.
Total; un cochinero originado solamente en el ucase de ponerle un alto a tan incomoda mujer cuya osadía pone en entredicho a cada rato la perfección celestial de la Cuarta Transformación y su creador.
En ese contexto, María Amparo ha dicho:
“…Lo que es más sorprendente y me parece que el presidente se pone él mismo la soga al cuello en la página 100 del libro ‘Gracias’. Él relata lo que pasó y dice que fuimos Héctor Aguilar Camín, hazme tú el favor, y yo a pedirle a Bernardo Bátiz que alterara el acta de la procuraduría con el fin de que yo pudiera cobrar la pensión y el seguro… Que le llevó el caso y que ambos consideraron que no era correcto pero que el influyentísimo prevaleció. Bueno, están confesando que cometieron un delito.”
Anteayer, cuando me referí a este caso en la emisión radiofónica de José Cárdenas en Radio Fórmula, María Amparo telefoneó para negar cualquier encuentro con Bernardo Bátiz, a quien yo llamé el eslabón perdido en esta cadena de dimes y diretes. Ayer por la mañana, el eslabón perdido apareció con Carmen Aristegui, y debidamente resguardado tras las almenas de su senectud, hizo una contundente declaración: no me acuerdo si hubo o no hubo esa reunión, pero pudo haber sido o no, como dijo Capulina.
Y tras la conveniente amnesia agregó a su nebuloso dicho: confío en la memoria del señor presidente. Él tiene 20 años menos que yo.
Así pues. Leamos el portal:
“(AN).- Bernardo Bátiz Vázquez, consejero de la Judicatura Federal y exprocurador de la Ciudad de México, archivó el expediente sobre la muerte del excoordinador de asesores de Pemex, Carlos Fernando Márquez Padilla García, debido a que los peritos concluyeron que se debió a un suicidio y por lo tanto no había delito que perseguir”.