Ariel González
Conforme se acerca el día de la elección, el Presidente López Obrador parece empeñado en echar su resto para golpear y difamar a sus críticos, movilizar a sus siervos –que nunca fueron de la nación, pero sí de la Presidencia, que él cree de su propiedad–, pagar encuestas a modo para apuntalar más allá de lo verosímil a la candidata oficialista y a su achichincle de Movimiento Ciudadano, y dejar muy claro, sobre todo, que hasta el último minuto de su mandato usará todo el poder de la presidencia para favorecer su proyecto transexenal.
Sin embargo, el balance de su sexenio está cada vez más comprometido por la misma realidad. El presidente sabe que “los otros datos” no han sido suficientes para soterrar los hechos que revelan un sexenio perdido en prácticamente todos los órdenes, de tal suerte que lo tienen muy enfadado las recientes publicaciones de libros e informes nutridos con datos de especialistas e incluso por las estadísticas de su propio gobierno.
Le ha dolido, y mucho, por ejemplo, saber que en el ranking mundial de gobiernos que manejaron deficiente o torpemente la pandemia de COVID-19, el suyo ocupa un puesto muy destacado. Este informe independiente y preparado por expertos, en su opinión no tiene más objetivo que atacarlo: los 800 mil muertos por la pandemia mal atendida son lo de menos. Pero lo cierto es que no hay un grupo de especialistas con el nivel de quienes han preparado dicho informe que avale “los otros datos” del señor Presidente. Su “verdad” sólo es compartida por los miembros más fanatizados de su partido, un sector que obviamente incluye a su propia candidata, quien por supuesto es incapaz de hacer un mea culpa que reconozca el atroz y criminal manejo de la crisis sanitaria, del cual es también responsable y cómplice.
Ahora bien, la furia del Presidente elige simultáneamente blancos muy precisos. El pasado viernes 3 de mayo no dudó en instruir al director de Petróleos Mexicanos, Carlos Romero Oropeza –un empleado incondicional de Palacio Nacional que en cualquier país democrático debería estar rindiendo cuentas por la escandalosa quiebra de Pemex– para que durante la conferencia mañanera recuperara, como si fuera un asunto de interés nacional, un suceso muy lamentable ocurrido hace 20 años: la muerte de Carlos Márquez Padilla, quien murió al caer de la torre de Pemex. ¿Por qué les preocupa dos décadas después un asunto claramente juzgado y resuelto en su momento? Únicamente para atacar y desprestigiar a su viuda, María Amparo Cazar, quien se puso en la mira de nuestra despótica Presidencia al publicar un libro que compendia buena parte de las atrocidades que deja esta administración: Los puntos sobre las íes. El legado de un gobierno que mintió, robó y traicionó (Debate, 2024).
La acusación que hace Presidencia y su empleado de Pemex es de una bajeza y cobardía que los termina por retratar moralmente: que no fue un accidente la caída de Carlos Márquez, sino un suicidio, y que a sabiendas de ello su viuda ha venido cobrando una pensión. El caso, como ya dije, fue juzgado debidamente en su momento; sólo la ruindad de este gobierno ha permitido desarchivar este expediente para infamar a Amparo Casar y, al hacerlo, violar la ley dando a conocer documentos personales de ella y su familia. (De paso, en el abuso manifiesto, le han suspendido la pensión que cobraba).
El pecado de Amparo Casar es haber documentado en su libro, puntualmente, cómo las cuatro promesas de López Obrador (“un crecimiento económico de 6%, la disminución sensible de la pobreza, el combate a la corrupción y la seguridad para todos los mexicanos”) han sido incumplidas en su totalidad. Al señor Presidente no le guste que se sepa que “al quinto año de gobierno el producto interno bruto (PIB) creció 0.6% respecto al 2018. Sin embargo, como la población creció 0.9%, el PIB per cápita hoy es 0.3% menor que el que se registraba al inicio del sexenio”. Tampoco le agrada que se divulgue que “los homicidios superaron al cierre de 2023 la cifra de 173 000. Más que los 122 000 del sexenio de Enrique Peña Nieto o los 96 000 del de Felipe Calderón. La más alta desde que se mide este indicador”.
Y por supuesto que a este régimen lo enardece que se difunda que “la corrupción no ha cedido un ápice” (en diciembre del año pasado más del 70% de la población creía que en México había “mucha o regular” corrupción). O que la pobreza extrema pasó de de 8.7 a 9.1 millones de personas, mientras que las personas sin acceso a la salud pasaron de 18.8 a 50.4 millones; para no hablar del desastre educativo, donde “el reporte general del Programa para la Evaluación de los Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) reveló que los resultados de los estudiantes mexicanos en matemáticas y ciencias fueron inferiores a los de 2018. De los 80 países que mide la prueba estandarizada PISA, México ocupa el lugar 52”. Por cierto, este gobierno no quiere saber nada del tema y la solución –primitiva donde las haya– que se le ha ocurrido es abandonar este tipo de evaluaciones.
Desde luego, son muchas más las promesas incumplidas (desmilitarización, justicia para los desaparecidos de Ayotzinapa, prohibición de las adjudicaciones directas, compadrazgos, etc.) que documenta perfectamente el libro de Amparo Casar.
López Obrador deseaba que al final de su sexenio libros como el de Casar no hubieran sido publicados. Al no poderlo impedir, ha buscado la forma de deslegitimar a su autora con especial saña, puesto que ella ha dirigido también una de las instancias que más ha desenmascarado a este gobierno: Mexicanos Contra la Corrupción. Ese es el “pecado” de Amparo Casar y la venganza de un presidente que todos los días intenta ocultar el desastre que deja su gobierno.
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