Cuando lo que pensamos y lo que hacemos no tiene coherencia entre sí, es cuando estamos ante una disonancia cognitiva. Cuando ésta sucede, se usan ciertas artimañas para que esto no afecte a quien la padece, aunque sea a costa del autoengaño.
Esta puede ser el origen de la toma de decisiones drásticas que se antojan más como justificaciones resultado de esta disonancia cognitiva que al parecer afecta al Presidente de la República, sin que él lo perciba.
Es posible, que la disonancia provenga del propio desorden de pensamientos, convicciones, confusión de prioridades, complejos y taras emocionales que evidentemente carga el presidente, los cuales naturalmente entran en conflicto con la responsabilidad constitucional e institucional, que se le confirió con el voto, configurando la disonancia.
Su pragmatismo político, que privilegia la rentabilidad electoral sobre la responsabilidad administrativa y gubernamental lo aleja de lo que debe ser un gobernante con mentalidad de estadista y lo presenta como líder faccioso de un movimiento. No queda claro a estas alturas, si la prioridad de su régimen fue “primero los pobres” o demostrar quién manda, o más aún, si en verdad quiere o quería cambiar el régimen político de raíz o solo aumentar el poder presidencial y asegurar la continuidad de su proyecto político personal. Las últimas reformas propuestas por él y aprobadas fast track por sus legisladores van en ese sentido, así como los embates contra la Suprema Corte de Justicia a la que no ha podido colonizar ni poner a su servicio.
Ya sea por la deliberada intención de obtener rentabilidad electoral o por distraer la atención sobre los problemas reales que ni ve ni oye, ha hecho de ésta, una administración de ocurrencias y caprichos presidenciales impulsados a conveniencia de la imagen y el proyecto político personal, sin un verdadero y racional proyecto de país. La desigualdad y la pobreza han recibido tratamientos cosméticos, mientras la inversión productiva del estado fue absorbida por Pemex en un delirio nacionalista trasnochado.
La política de combate a la pobreza con transferencias de efectivo, resultó lo mismo que arrojar dinero sobre las aceras, un espejismo transitorio que medio resuelve el ahora mientras cancela la oportunidad de un mañana, tan incierto como el soporte económico para el régimen de pensiones que acaban de aprobar y la sustentabilidad de obras emblemáticas.
Actualmente, la continuidad de su proyecto político es la prioridad y está visto que no escatimará recursos para que así suceda. Perder el poder implicaría que necesariamente se revisaran los daños acumulados, la rendición de cuentas de todas las obras construidas en la obscuridad de la cortina de la seguridad nacional y eso no es admisible para un gobernante que encontró en el ejército y la seguridad nacional, el mejor escudo para la opacidad del gasto.
La disonancia presidencial se traslada lamentablemente a la vida nacional y la mitad de la población acepta y consiente casi fanatizada, mientras la otra racionaliza y debate ante una autoridad sorda y soberbia.
El discurso de la candidata del oficialismo, nos habla del autoengaño en que está envuelta la administración y en el que quiere envolver a la mayoría de la población con la esperanza de un segundo piso con inversiones y proyectos irrealizables por el déficit de las cuentas públicas.
Por definición, el autoengaño funcional, es una forma adaptativa que permite convencernos a nosotros mismos de que hicimos lo correcto y evitar el malestar que causa el fracaso, y a este le sigue el auto engaño consolatorio que es aquel en el que culpamos a un agente externo de nuestro fracaso. Y desgraciadamente esta será la crónica del sexenio. No existe una estadística que muestre que los niveles de bienestar crecieron durante esta administración; bajó la cobertura en salud; en educación, disminuyó la matricula en enseñanza básica y media superior, se descendió en el ranking internacional de competitividad, la aparente estabilidad de la economía nacional está sujeta con alfileres y los indicadores importantes no muestran que los niveles de bienestar estén mejor que en 2018. En resumen el balance entre lo prometido y lo logrado es negativo, por más que la retórica oficial insista en magnificar los escasos logros, algunos más frutos de la buena suerte y condiciones externas favorables.
La conclusión sexenal es que estábamos mejor cuando estábamos peor, aunque el autoengaño funcional del gobierno contamine la percepción nacional.
No hay motivos para esperar un cambio favorable si el triunfo electoral les favorece. La alumna candidata parece mimetizarse con la soberbia y arrogancia de quien se siente moralmente superior, el autoengaño y el desdén hacia la crítica se han hecho presentes desde ahora. Maestro y alumna han diseñado la ruta para el fortalecimiento de un poder autoritario y omnipotente consolidando ahora sí, la dictadura perfecta.