HÉCTOR ORTEGA RANGEL
Como tantos otros niños judíos de Alemania que se vieron forzados a escapar de la amenaza nazi, Ludwing Pfeuffer emigró con su familia para establecerse en el otrora Mandato Británico de Palestina, lo que es ahora el Estado de Israel.
Con el paso del tiempo, este niño no sólo cambiaría su nombre a uno con referencia estrictamente hebrea: Yehuda Amijái, sino que además cambiaría su destino marcado por el servicio militar a una ruta definida por la palabra y la poesía.
Este 3 de mayo de 2024 se cumplen 100 años del natalicio del poeta más representativo del siglo 20 en la cultura judaica, al menos en las traducciones que nos llegan al castellano.
De la mano del poeta Octavio Paz y la revista Vuelta (abril de 1984), los versos de Mijái llegaron a México con las vicisitudes propias de las confesiones íntimas y el desgarramiento histórico, como los fue urdiendo a lo largo de toda su trayectoria:
Si con amarga boca dijeras palabras dulces, no se endulzaría el mundo ni se volvería más amargo.
Y está escrito en el Libro que no temamos.
Y está escrito que también nosotros habremos de cambiar,como las palabras.
Háblame en el lenguaje de la ausencia.
Háblame ahora mismo.
Porque aún el presente no es sino súplica desesperada por permanecer en el lugar.
Hablé en alabanza de tus caderas mortales, hablaste en alabanza de mi rostro fugaz, acaricié tu pelo en dirección del viaje.
El polvo del desierto cubrió la mesa sobre la cual no comimos.
Mas escribí allí con mi dedo las letras de tu nombre.
La poesía de Yehuda Amijái está ligada al nacimiento del Estado de Israel y a la tradición religiosa y cultural de su pueblo. Sin embargo, el distintivo de este gran poeta es que, amando profundamente la tradición de su pueblo, no toma una postura nacionalista: simplemente se permite transitar de un entorno muy complicado a una vida íntima no menos azarosa; de los espacios públicos de unas calles a los espacios privados de su familia. De la Jerusalén histórica a la Jerusalén del día con día:
En una azotea de la Ciudad Vieja hay ropa iluminada con la última luz del día: sábana blanca de una enemiga, toalla de un enemigo para secar con ella el sudor de su frente.
Y en el cielo de la Ciudad Vieja una cometa.
Y al final del hilo un niño, que no vi a causa de la muralla.
Hemos izado muchas banderas.
Han izado muchas banderas.
Para que pensemos que están contentos.
Para que piensen que estamos contentos.
Además de la poesía que puede encontrarse en las páginas de internet hay dos referencias editoriales que pueden estar a la mano en librerías: “Mira, tuvimos más que la vida” (Elefanta del Sur Editorial, 2019) y “Un idioma, un paisaje / Antología poética 1948-1989” (Hiperión, 1997).
Dada su fecha de publicación (2019), la primera referencia tiene la ventaja de ser más fácil de conseguir. Además la traductora es Claudia Kerik, una escritora muy cercana al poeta y que complementa sus traducciones con cartas, citas y homenajes de otras figuras como Octavio Paz, Amos Oz y Ted Hughes.
De este libro es su poema “Desatar fieras memorias”:
Pienso en estos días de viento sobre tu pelo y en la llegada al mundo antes que tú y en mi salida a la eternidad antes que tú; en las balas que a mí no me mataron sino a mis amigos, que fueron mejores que yo porque no siguieron viviendo; y pienso en ti, parada ante la estufa, desnuda en el verano o reclinada sobre el libro para ver mejor a la última luz del día.
Mira, tuvimos más que la vida, ahora tendremos que balancearlo todo con pesados sueños, y desatar fieras memorias sobre lo que una vez fue hoy.
Ahora en el centenario del natalicio de Yehuda Amijái, además de que está por cumplirse los 96 años de la fundación del Estado de Israel, la inestabilidad política y la guerra en la región se vuelven a manifestar.
En la mencionada antología de Hiperión aparecen (publicados originalmente en 1982) estos “Cuatro poemas sobre la guerra y la paz”.
Desde los primeros versos, y no sin cierta ironía, se nos hace ver que la muerte, aun honrada como parte de guerra, es un espacio vacío.
En el segundo texto resulta evidente que Amijái no reivindica ni hace ninguna proclama, si acaso toma partido y se hace cargo del sufrimiento humano. Por último, pero no menos importante, una declaración fundamental: nada justifica un conflicto que perturba los procesos que ayudan a conseguir y mantener la paz:
I
En un pequeño jardín, no lejos de mi casa hay una placa de mármol con nombres de soldados muertos escritos unos encima de otros y con letras claras, como nombres de inquilinos en la puerta de una casa grande y vacía.
II
Pienso en el hombre pelirrojo que cayó aquí, y en su mujer afónica.
Pienso en la mujer afónica del hombre que cayó hace años.
Pienso en la mujer afónica que ahora es una mujer callada.
El verdadero aborto inducido es el de los caídos en la guerra: contra él nadie protesta.
III
Una vez explotó una bomba junto a una carnicería: la carne desollada fue desollada otra vez, pero ya no había dolor, no había casi sangre.
IV
Gente de ojos azules que asesina.
Gente de ojos negros que igual mata.
Gente de pelo rizado que destruye.
Gente de pelo liso que dinamita.
Gente de piel morena desgarra mi sangre.
Gente de piel rosada derrama mi sangre.
Mi racismo es contra los que no valoran la paz.
Sólo los que no tienen un color y sólo los que en esa transparencia son buenos me dejan dormir por la noche sin temor y ver a través de ellos el cielo.