Llámenme purista, llámenme anticuado, pero lo cierto es que odio el fútbol moderno. Las desafortunadas ocurrencias cada vez más frecuentes sobre este deporte no me gustan, y una de estas desdichas es el bodrio del “play in” de la liguilla del fútbol mexicano. El “play in” de la liguilla del fútbol mexicano es el último ejemplo de esta decadencia, una vomitable oda a la mediocridad disfrazada de oportunidad.
El “play in” no es más que un invento para extender la agonía de la temporada, para vender más entradas y camisetas. Se premia la mediocridad, se le da una limosna de esperanza a equipos que no la merecen solo para alargar la agonía y rascar unos pesos más o, mejor dicho, muchos pesos más.
Pero este no es el único ejemplo de cómo el fútbol moderno ha sucumbido ante el altar del dinero. Ahí están los torneos amistosos sin sentido, los interminables parones por fechas FIFA, la proliferación de competiciones sin alma… Todo en aras de engordar las arcas de unos pocos a costa de la esencia del fútbol. Cada vez se inventan más competiciones, más formatos, más reglas absurdas, y repito, todo en aras de generar más ingresos. La Copa América incluso cada dos años, el Mundial de 48 equipos… ¿para qué? ¿Para ver más partidos mediocres entre selecciones de tercer nivel? ¿Para saturar el mercado y que la gente pierda interés? Como bien dijo el gran maestro uruguayo, Eduardo Galeano: “El fútbol es una religión sin dogmas”. Pero en este nuevo dogma, la fe ha sido reemplazada por la avaricia. El dios del fútbol ha sido corrompido por el becerro de oro. El fútbol moderno ha perdido su alma, se ha vendido al mejor postor.
Tal vez soy un tonto, un iluso que ha romantizado este deporte. Tal vez solo extraño una época que nunca viví. Pero lo que sí sé es que odio el fútbol moderno. Odio este fútbol donde el negocio ha tomado el lugar de la gloria, donde la mediocridad se premia y la emoción se apaga con la complacencia de todos.
Pero al menos puedo soñar. Puedo soñar con un fútbol donde la pasión logre vencer al dinero, donde la gloria del triunfo sea lo único que importe. Un fútbol que vuelva a ser el deporte que alguna vez fue… que fue al menos en mis sueños.
Tal como mencionan Carlos Roberto y Miquel Sanchis en el prólogo de su libro homónimo al título de esta columna, “Odio el futbol moderno”: “El nacimiento de esta idea no se alimenta de otra cosa que, de odio, pero es un odio que surge tras muchos años de devoción, de amor intenso e incondicional, de crecer amando algo que, cuando te quieres dar cuenta, ha cambiado. Al menos el objeto de deseo ha cambiado, porque tú te sigues sintiendo tan puro, tan fiel a tus principios y tus ideas como el primer día, aquella primavera.”
Sé que extraño algo. A veces no se bien qué, pero extraño algo. Extraño ver a los niños jugando futbol en la calle, extraño una afición pura y sin violencia, extraño un gol que no sucedió, una victoria que no se cantó, una emoción que se apagó… En el fondo, extraño algo que tal vez nunca he vivido. El fútbol que yo imaginaba, el fútbol que me contaban las historias de mi padre, historias de un mundo que no volverá. Un fútbol que, tal vez, solo existió en nuestras mentes. Soy un iluso. Lo sé. Pero no puedo evitarlo. Odio el fútbol moderno.
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