Ariel González
Entre el primer debate por la Presidencia y el segundo que pudimos ver el pasado domingo, es posible distinguir un nuevo escenario. Reitero que, como se sabe, los debates rara vez sirven para cambiar las tendencias del voto; sin embargo, en la escena actual están a la vista varios elementos que conforman un contexto cada vez más complejo para la candidata de Morena y sus aliados, Claudia Sheinbaum, lo mismo que una ventana de oportunidad para la candidata del frente opositor, Xóchitl Gálvez.
En esencia, el nuevo panorama tiene que ver con los límites desde un principio advertidos en su campaña: colgarse de la popularidad de López Obrador y dejar que la fuerza motriz de su recorrido por el país, así como el mensaje que transmite, descanse en la Presidencia de la República (así como en su poderosa maquinaria y enormes recursos), parecía una buena idea, pero ahora muestra varios flancos débiles.
Se suponía que todo iba a ser bastante cómodo para Sheinbaum: flotar, dejarse llevar por las “sabias” instrucciones del habitante de Palacio Nacional y esperar a que llegue el 2 de junio. Sin embargo, el resultado de esto es que sus propuestas y su misma figura como candidata se desdibujan y quedan muy detrás de la línea defensiva –cada vez más demandante– que se ha propuesto sostener a favor de su jefe.
Salir a defender mecánica y tercamente –con mentiras bastante burdas, como que el precio de la gasolina se ha mantenido– al gobierno “danés” de AMLO, y ahora también a candidatas en picada como Rocío Nahle (impresentable zacatecana a la que se le hizo fácil aspirar a gobernar Veracruz), le empieza a significar un fardo muy pesado. Ignoro cuál sea la medición real de esto, pero en sus encuestas internas (no las que han venido pagando a diestra y siniestra para cultivar una percepción de triunfo inexorable) estoy seguro que se han encendido algunos focos rojos. ¿Victoria apretada? ¿Franco temor al voto sorpresa? ¿Dudas incluso sobre su triunfo? No lo sé.
Lo cierto es que su apuesta, absolutamente acrítica con el gobierno al que busca suceder, la hace lucir con la camiseta de funcionaria (no de candidata) que defiende a ultranza los logros de la 4T, sin preguntarse jamás qué tan consistentes son, especialmente en temas como la seguridad o la salud. Ella no va a las comunidades a escuchar sus problemas (se los tienen que gritar), sino a llevarles la palabra y los logros del señor Presidente. Al elegir esa ruta, mediocre y servil, no calculó el desgaste que empezaría a sufrir a lo largo de la campaña, que a estas alturas le debe resultar eterna. Lo que al principio le pareció un bonito chaleco salvavidas que en el peor de los escenarios la tendría siempre a flote, ahora parece una pesada camisa de fuerza que le impide moverse en otra dirección.
Todo esto con un oleaje que el propio Presidente López Obrador viene agitando. Porque si hay un escenario que convendría en este momento a Claudia Sheinbaum sería el de la concordia institucional, pero en lugar de eso su jefe –y ella misma, al respaldarlo– viene “haciendo olas” dejando muy claras sus verdaderas intenciones: heredar un país sin división de poderes, con una presidencia todopoderosa, sin rendición de cuentas y con un poder judicial subordinado.
En los últimos días, su ofensiva desde el Congreso para arrebatar los recursos de las afores de los mayores de 70 años y contra el Estado de derecho, es decir, contra la Ley de Amparo y extendiendo hasta la infamia el poder presidencial para indultar a quien se le pegue la gana, ha sido muy reveladora de la pulsión autoritaria que los anima. Y esta urgencia por hacerse de unos dineros extras y sacar adelante su agenda inconstitucional no produce el mejor ambiente para la campaña de Sheinbaum.
Al mismo tiempo, con independencia del debate del pasado domingo donde sobresalió Xóchitl Gálvez, los opositores aparecen más articulados; su ventaja comienza a ser patente en lugares como Veracruz y la Ciudad de México, y ponen en jaque seriamente la continuidad de Morena en Puebla y Morelos; su activismo empieza a rendir frutos y su mensaje se reproduce de forma cada vez más espontánea conforme la candidata oficialista insiste en picar la misma piedra (“todo está muy bien… vamos por más”). No sé si esto será suficiente para la derrota de Morena, pero creo que está en serios problemas. Y falta un mes, que electoralmente puede ser mucho o poco tiempo, según se sepa valorar y aprovechar.
De reojo
Y mientras tanto, sigue la farsa de “les candidates”. El colectivo Brujas del Mar posteó en X hace unos días un breve informe que vale la pena difundir: “Cuando las feministas advertimos –dicen en su post– que las leyes de autodeterminación de género serían usadas para beneficio de los hombres y en contra de los derechos de las mujeres, rapidito un muy ruidoso sector del internet prendió las antorchas, nos llamaron “terfas” (entre otros insultos), pidieron cabezas (…) y aseguraron que se trataba de paranoias de viejas locas, conservadoras y con muchas fobias. Esa misma gente es la que hace mutis cuando ocurre una y otra vez lo que nunca iba a ocurrir”.
¿Qué es “lo que nunca iba a ocurrir”? Pues nada, que en San Luis Potosí cuatro señores se registraron como “candidatas” para las elecciones municipales (3 del Partido “Verde” y uno del PRD); igualmente, en Michoacán varios hombres que no se sienten hombres se registraron como “candidatas” para alcaldías y regidurías (9 de Acción Nacional, 12 del PRD, 8 del PRI, 6 de Movimiento Ciudadano, 9 del PES, 4 de Tiempo por Mexico y 1 del PT; mientras que en Guanajuato, otro señor que nació en el cuerpo equivocado se inscribió como “candidata” para la presidencia municipal de León.
Tienen razón las Brujas del Mar: esto es resultado de la delirante y “absurda idea de que una mujer es quien dice ser mujer”.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez