Quien haya imaginado un debate productivo, debe haberse quedado con las ganas.
El formato de la discusión no podía haber sido ni más absurdo ni más enredoso. El afán de equidad, neutralidad y esterilidad no sirvió ni para poner relojes exactos ante los ojos de los debatientes. Y en esas condiciones de selección a partir de intervenciones académicas, como el ITESO, sólo permitieron respuestas parciales o apresuradas, cuando la verdadera exigencia social era la confrontación, no la presencia de sinodales.
Frente a esta forma de debatir (cada uno dentro de una bolsa de tiempo) sin espontaneidad ni hondura, con corsé, hasta las (os) contendientes, deben haber permanecido con el apetito de anular a su contrario (a) porque lo más fuerte ahí escuchado fue cuando la candidata de la fuerza y el corazón por México reveló la frialdad y la falta de corazón de la candidata de la continuidad y el segundo piso, doña Claudia Sheinbaum.
Solo faltó quien cantara… eres mala y traicionera, tienes corazón de piedra… Tururú…
Ella, la doctora en ciencias guardó cautela cuando XG exhibió (Lancet) la pésima administración de la pandemia y la merma de 9 años en la expectativa vital de los capitalinos, cosa tan grave como haber usado a algunos ciudadanos como cobayos de laboratorio a quienes se les aplicó Ivermectina, medicamento terrorífico… para los piojos cuya aplicación prometió explicar sin hacerlo por falta de tiempo.
Y luego le insistieron en torno de la opacidad de los contratos, la falsedad de las declaraciones y la negligente aplicación del mantenimiento del Metro. Por eso murieron tantas personas, como en el Colegio Rébsamen.
“La dama de hielo”, te deberías llamar, le dijo.
Y ella le reviró: vamos a hablar de los contratos de la candidata del PRIAN tanto en el INAI como en otras instituciones públicas y la candidata del PRIAN dijo estar dispuesta a someterse al examen poligráfico del llamado “detector de mentiras”.
Pero mientras las candidatas trataban de herirse la una a la otra, Álvarez Máynez, Jorge Álvarez Máynez quien previsoramente comenzó su presentación en el debate presentándose ante el público nacional (después lo haría con torpeza mediante el lenguaje de señas), porque ha tenido poco tiempo para aumentar su conocimiento general, se manejaba con la soltura de quien nada tiene por perder, ni por ganar, satisfecho y ufano de estar donde estaba a pesar del mínimo peso de sus posibilidades.
Un debate no vale por sus dichos ni por sus promesas, ni por sus proyectos; tampoco por sus augurios. Por eso casi nunca mueve las preferencias ya asimiladas durante los años previos de machacona propaganda.
Todo mundo puede sacar un aerosol y grafitear la pared de los adversarios, mientras pinta sus promesas de futuro con el rosa mexicano, el rosa pálido o el palo de rosa. Todo es dichoso en el porvenir de las promesas. Nadie escribe la desgracia por venir, todos defienden la idea del paraíso por llegar, siempre y cuando mi palabra sea creída, mi proyecto sea comprendido, apoyado, respaldado y –obviamente– votado.
Quizá por eso la actitud de cada uno de los (as) debatientes describe mejor su peso humano y su aptitud política, más allá de sus interminables rosarios de ocurrencias. Todas son puntadas en la tela de un sueño enhebrado con agujas de ilusión, bordados de mentira.
Claudia Sheinbaum, con su irremediable saco color guinda (obvio), ser mantuvo durante todo el tiempo tensa como la cuerda de un arco con una expresión de coraje contenido, como si le hubieran advertido sus asesores, el grave riesgo de perder los estribos y exhibirse enojada ante los ataques o las críticas, pues de todo hubo.
Xóchtil Gálvez, extrañamente, indecisa en momento con los ojos extraviados en insistentes miradas fuera del foco de atención, se asentó cuando habló de los programas sociales.
Todo quedó igual.