Ariel González
La pregunta es inevitable: ¿qué pesará más en el ánimo de los electores el próximo 2 de junio? ¿La violencia diaria que cobra dimensiones simplemente monstruosas en la mayor parte del país? ¿La inflación que deja en el ridículo cualquier aumento del salario mínimo? ¿Los escándalos de corrupción que rodean al gobierno federal y a no pocos estatales? ¿O el inmenso (e irresponsable) gasto social clientelar que ha sido la carta fuerte del gobierno de López Obrador y su candidata?
Uno podría suponer que, dado que la mayoría de las encuestas favorecen a Claudia Sheinbaum, los electores ya decidieron que es más importante el gasto social que los problemas que la oposición insiste en resaltar. Si ese es el caso, estaríamos hablando de que los poco más de 30 millones de ciudadanos que reciben algún tipo de apoyo (desde becas escolares hasta el apoyo a los adultos mayores) serán determinantes en la movilización del voto a favor de Morena, porque aunque una parte de ellos no vote (por ser menor de edad) sus padres y familiares sí estarán en condiciones de “agradecer” el “generoso” reparto de algo así como 2.7 billones de pesos en lo que va del sexenio.
Por supuesto, creer que Morena obtendrá nuevamente los 30 millones de votos que alcanzó en el 2018 es un sueño guajiro incluso en las encuestas más favorables; estas, por cierto, pueden variar en los próximos dos meses y también puede suceder –como ya pasó en otros países– que terminen equivocándose rotundamente. Me gustaría ver esto último, pero más me gustaría descubrir que los gravísimos problemas del país no le son indiferentes a la mayoría de los mexicanos que piensan votar y, especialmente, a aquellos que no lo manifiestan en las encuestas o que usualmente no votan.
La indiferencia es el principal activo electoral con el que cuentan el gobierno de López Obrador y su candidata. Su apuesta es que el voto duro de Morena y sus aliados descanse en el enorme gasto social clientelar de este sexenio y que, desde luego, la mayoría silenciosa del país, los que nunca votan, sigan sin hacerlo. Claudia Sheinbaum no tiene ningún interés en ellos, porque sabe que si estos ciudadanos salen a votar no lo harán por ella.
Históricamente, a estos mexicanos indiferentes que nutren las filas del abstencionismo no los mueve a votar el gasto social clientelar (aunque los beneficie directa o indirectamente); la corrupción (que sienten endémica o eterna), la desfachatez demagógica (han visto demasiada) o la estupidez de los gobernantes y los candidatos (que siempre se superan). Incluso las crisis económicas o la inflación no han servido de acicate para hacer que acudan a las urnas.
Ahora bien, ¿cuándo sí salieron a votar los indiferentes? En 2018 votaron dos de cada tres mexicanos, lo que la hizo una elección muy participativa, pero no tanto como la de 1994 cuando salieron a votar casi el 78% de los empadronados. ¿Qué los movió entonces? 1994 fue conocido como el “annus horribilis” del sexenio salinista: un ambiente de grandes tensiones políticas quedó coronado con el levantamiento armado del EZLN, los secuestros de empresarios y el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.
Podemos suponer que la amenaza de la violencia política y el riesgo de una mayor desestabilización del país, movilizaron el voto masivo en favor del candidato (Ernesto Zedillo) que parecía ser el más responsable y capaz frente a la turbulencia en marcha; pero es un hecho que más allá del candidato priista salir a votar se convirtió en una necesidad para millones de mexicanos que dijeron preferir, con su voto, las instituciones, la vía pacífica para el cambio y el fortalecimiento de la vida democrática.
Fue “el voto del miedo”, dijeron los opositores del PRI, pero viéndolo en perspectiva en toda elección influyen en diferentes grados diversos temores y certezas. Por otro lado, quienes salimos a votar por cualquiera de las opciones de ese momento no lo hicimos con miedo, sino precisamente para no tenerlo en el futuro. Y esa fue la racionalidad más pertinente en un proceso electoral como el de aquel fatídico año.
El gran punto de contacto entre el momento que vivimos y 1994 es la violencia. No obstante, hay que resaltar que la violencia de hace 30 años tenía un perfil básicamente político, mientras que hoy la violencia es sobre todo criminal, aunque claramente vinculada con distintos segmentos del poder público a nivel federal o local.
Para muchos, incluido yo, este ha sido un sexennium horribilis, pero la propaganda oficial cotidiana, acompañada de cheques del bienestar (aunque efímeros, porque no sacan a nadie de la pobreza), ha hecho que para muchos otros este sea el sexennium mirabilis que merece sin duda una continuación. En esta perspectiva polarizada, los únicos que pueden cambiar realmente el resultado de estas elecciones son aquellos que nunca votan.
AMLO y su candidata creen que no hay razón para tener miedo. En su mundo ficticio todo transcurre felizmente. Pero si miramos las cifras de la violencia (de por sí maquilladas por la ausencia de denuncias) y las imágenes atroces que muestran la realidad que vivimos en México, el miedo es por supuesto lo más sensato. La cosa es saber si ese miedo nos va a paralizar o nos va a impulsar a vencerlo.
¿Será el justificado temor a la violencia criminal el que consiga derrotar la indiferencia y hacer que la gente salga a votar masivamente? ¿O será que ninguno de los horrores que hemos visto o sufrido directamente serán suficientes para que la ciudadanía se defienda con su voto?
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez