ESTRICTAMENTE PERSONAL
Camino a la colisión
El diálogo de sordos es lo que prevalece en México. Por un lado, hay quienes afirman que se vive una crisis de gobernabilidad y ruptura en el consenso del presidente para gobernar. Por el otro, hay quienes sostienen que no existe crisis de gobernabilidad y que la baja aprobación de la gestión presidencial es irrelevante. También hay preocupación y alarma entre quienes ven que el mero acuerdo institucional de elecciones no será suficiente para que quien gane la Presidencia en 2018 pueda gobernar, por lo que hay que explorar una segunda vuelta electoral que permita al que gane tener una mayoría que de legitimidad a su mandato, o establecer la figura de gobierno de coalición. Quienes así lo piden tienen como particularidad que no están en el poder, porque quienes sí lo tienen, no ven necesario ninguna nueva reforma electoral.
Las dos figuras centrales en este diálogo de sordos son el presidente Enrique Peña Nieto, y el ex líder del PRI, Manlio Fabio Beltrones. Desde que era gobernador, Peña Nieto rechaza la segunda vuelta, al que se ha recurrido en varios países para evitar que la atomización del voto lleve a la balcanización política. Tampoco le gusta un gobierno de coalición porque implica algo que le es inaceptable, tener que compartir el poder. Desde que era senador hace cinco años, Beltrones empujó un gobierno de coalición para evitar lo que comenzó con Felipe Calderón y se profundizó con Peña Nieto: la falta de consenso nacional.
“No podemos permitirnos tener presidentes con niveles de legitimidad que a veces ni alcanzan el 30 por ciento, o elecciones polémicas como la de 2006”, dijo Beltrones la semana pasada durante un encuentro sobre gobiernos de coalición en la Ciudad de México. “Para el 2018, las encuestadoras dicen que el presidente o la presidenta electa no llegará a tener más que el 30 por ciento de apoyo popular. No podemos dejar que eso vuelva a suceder”, agregó. “Tenemos que armar un esquema de gobernabilidad sustentable, con mayor apoyo de la gente. No podemos permitir nunca más que el gobierno sea una escuela de aprendices. Si se llega al gobierno es para poder hacerlo funcionar con gobernabilidad”.
Su discurso no tuvo mayor impacto en la población, pero dentro de los tomadores de decisiones y los medios de comunicación se interpretó como una crítica directa al gobierno de Peña Nieto. Beltrones nunca se había referido a evitar una “escuela de aprendices” en el gobierno, con lo que se infirió que el mensaje era para el actual inquilino de Los Pinos. Criticó en el pasado el modelo de head hunters que utilizó Vicente Fox para integrar su gabinete –que hoy reconoce el ex presidente que fue un error-, y lo enconchado en la integración del de Calderón. Pero un equipo bisoño es un término que no había empleado con anterioridad. Beltrones utiliza la experiencia vivida para evitar un futuro caótico si, como perfilan las encuestas, nadie alcanzará más del 30% del voto en 2018, que podría repartirse en partes similares entre tres partidos.
Una falta de consenso para gobernar lleva por caminos tortuosos. El que recorrió Calderón fue el de la parálisis legislativa, donde constantemente chocó con los partidos en el Congreso que lo mantuvieron acotado e impidió que se hicieran reformas de fondo, como la energética. El de Peña Nieto logró con éxito un acuerdo cupular –el Pacto por México- para sacar adelante un paquete inédito de reformas que transformarán al país, pero que por el modelo excluyente con el que se negociaron –el Congreso sólo sirvió para votarlas, no para discutirlas; los grupos afectados fueron soslayados, y la sociedad representada en las cámaras ignorada-, rompió el tejido político, social y económico. Los beneficios de largo plazo que supuestamente tendrán las reformas, son recetas que no ha aguantado el paciente y ha polarizado aún más, a una de sí dividida sociedad.
La fabricación del consenso es esencial para gobernar. Si no ha habido políticos aptos para irlos construyendo, que es lo que sugiere Beltrones, habría que proponer un modelo de gobierno de coalición. La forma como lo ha planteado incorpora también la segunda vuelta, pero como última instancia. Beltrones dice que si un candidato o candidata no alcanza el 40% del voto, tendría que negociar con uno o más partidos un gobierno de coalición –similar a lo que existe en los regímenes parlamentarios-, para lo cual se establece un tiempo límite para alcanzar ese acuerdo. Si no lo logra, añade, tendría que darse una segunda vuelta electoral. En cualquier caso, quien ganara garantizaría una mayoría para gobernar.
El gobierno de coalición no está en los genes de Peña Nieto, quien es un presidente muy excluyente que gobierna sólo con un muy reducido grupo de colaboradores. La segunda vuelta nunca la ha querido porque considera que no beneficia al PRI. Tiene razón. El voto útil, que es lo que significa una segunda vuelta electoral, nunca ha sido para el PRI. En la actualidad menos: más del 75% del electorado no sabe por quién votará con claridad, pero sí sabe que por el PRI no lo hará. La oposición a que el PRI impulse una nueva reforma electoral que vea hacia el futuro y evite la ingobernabilidad puede verse desde dos ópticas. O Peña Nieto es un político egoísta y medroso, o sabe que en junio de 2018, el PRI ganará y que su mayoría será clara. Usted dirá.
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