Verónica Campos Hernández
El paciente se siente mal y acude a consulta para que podamos establecer un diagnóstico. Sin embargo, no es solo eso, también quiere ser escuchado. La enorme cantidad de gente que satura las instituciones públicas impide que se establezca una relación médico-paciente de calidad.
Contamos con quince minutos. No sólo para sanar cuerpos, sino también para intentar aliviar almas.
Buscar ofrecer un mejor servicio y optimizar los quince minutos. Mirar desde que el paciente entra, su corporalidad, intentar entender que más nos comunica su cuerpo.
Realizar una escucha empática, contener nuestras palabras, poner todos nuestros sentidos en el paciente.
Escuchar el tono de voz que utiliza, es agudo, es grave. Hace pausas, habla acelerado, tal vez está ansioso. O bien su tono es bajo, apenas se le escucha, muy pausado: entonces puede mostrar tristeza, lo cual nos habla de su pasado. También podría hablar de esa emoción retenida que además de tristeza podría ser enojo. Quizás tenga afectada la glándula tiroides.
Cada parte del cuerpo alberga una emoción y por lo tanto, cada una, una enfermedad diferente en potencia. Para cada parte del cuerpo hay una especialidad, pero también es importante valorar la emoción, logrando así una visión integral en la visita del paciente al médico familiar.
Cada parte del cuerpo tiene una emoción. La cabeza. ¿De qué nos habla? Pensar, puede conllevar a tener una emoción de tristeza o enojo, fluctuando entre cada una.
La garganta. ¿Qué emoción tiene? ¿Quién te hizo callar, corazón y pulmón? ¿Qué emoción presentan? Tristeza y frustración.
Hígado. Ira, necesidad, carencia. ¿Qué te hace falta?
La enfermedad es una señal. La curación es un camino que comienza con la sanación emocional, para posteriormente conseguir liberar la herida física. Sólo tienes que saber identificar qué emoción y en qué momento. Al lograr sanarte, tus síntomas empezarán a desaparecer.
En la medicina familiar debemos llegar más allá de únicamente atender la enfermedad. Debemos ver al paciente en forma integral, con un enfoque holístico, entendiendo esto como tratar también desde la emoción. Saber toda su historia, hacer un árbol completo generacional y ver qué tenemos que sanar con un genograma. Tenemos que considerar su situación religiosa, cultural, social, incluso amorosa, si tiene pareja o no.
Acompañamos al paciente durante todo su ciclo vital. Nos toca recibirlos desde el nacimiento. Los tratamos durante la enfermedad. Estamos con los dolientes en la muerte y también en el duelo que sigue por la pérdida de su ser querido.
También al médico familiar le toca intervenir en los casos de crisis emocional. Algunos podrán proceder con la terapia y otros darán la primera intervención y derivarán. Siempre valorando el ayer, preguntarse cómo está ahora, para prevenir el mañana. Ayudarlo en su búsqueda de herramientas para que encuentre el camino, para hacer más llevadera su crisis, para que consiga reconocer su emoción, pueda vivirla y la sane.
Más del 95 por ciento de las enfermedades tiene un claro componente emocional. Cuando la enfermedad aparece, es una buena oportunidad de conseguir sanar lo que el cuerpo ya no consigue callar más. Finalmente está gritando. Es el momento de parar, observarnos y trabajar la oportunidad que nos genera la enfermedad.
La enfermedad no es completamente mala, sino que también representa una oportunidad de ir más allá de ella misma. Por ejemplo, una paciente de 40 años llega con glucosa de 170 en ayuno, con diagnóstico de diabetes. Lo primero es escuchar qué le pasa y desde cuándo empezó con su enfermedad, hacer una historia completa, saber cómo se siente con su diagnóstico. Además de darle la pastilla mágica para la diabetes, debemos incidir en lo que hizo que ella llegara a ser diabética. En qué momento ella podría haber sentido tristeza y frustración que provocó que fuera diagnosticada con diabetes. Hacerla consciente de esto, trabajar con ella que a nivel psicológico esta representa una falta de alegría por la vida, que hace a tu cuerpo subir tu nivel de glucosa porque necesitas más dulzura. Una vez logrado esto, es posible trabajar con la crisis en el momento actual para que la enfermedad pueda sanar. Este es un ejemplo entre muchos otros de otras enfermedades.
El médico familiar también debe saberse comunicar con el paciente de una forma eficaz, pero empática. Como alguna maestra mía decía, debemos tener en cuenta la forma como le comunicas al paciente la presencia de la enfermedad: cuidando el tono, en qué tiempo (tino) y cómo le comunicas su enfermedad. Tono, tino, tacto.
En resumidas cuentas, tenemos a diario en la medicina familiar un gran trabajo por hacer: tener una escucha empática, una palabra certera y contar con la sabiduría y pericia del comunicar.
La medicina familiar y la formación de terapia familiar sistémica nos permitió ampliar el camino para tratar a los pacientes. Lo más importante fue conseguir individualizar el trato, darle su lugar único a quien padece. Sí, nosotros somos los sanadores y orientadores de la emoción para que entiendan su enfermedad y hagan con ella el mejor baile, pero quien realmente lleva la batuta es el paciente. Son ellos los que dirigen su enfermedad, son ellos los que la sobrellevan y son solo ellos los que podrán hacerla sanar.
Médico Familiar, Dra. en Educación, Maestra en Terapia Familiar Sistémica