Comienzan las campañas y con ellas el desfile de encuestas y mensajes de políticos, tan (in) creíbles las unas como los otros, especialmente ahora que ambas son utilizadas para influir en el ánimo de la gente, para lo cual la verdad no es tan necesaria.
El prescindir de la verdad como principio, es lo que ha dado al traste con la credibilidad de los políticos, y los frecuentes fallos de los estudios de opinión, que no tienen que ver con la verdad sino con el profesionalismo y capacidad para el manejo de las variables estadísticas, han afectado por igual a la confianza en las empresas encuestadoras. Por ello ahora, la incredulidad tiende a establecerse.
La credibilidad, es la aceptación que puedan tener nuestras palabras o datos, mientras que la credulidad es la facilidad que tenemos para creer. Por naturaleza, tendemos a rechazar todo aquello que no encaja con lo que pensamos, así que una encuesta que muestre que hay superioridad de un bando será difícil de creer por el otro, sobre todo si las redes sociales que frecuentamos nos muestran una realidad virtual que nos afirma las convicciones o creencias.
Independientemente, el público de las encuestas se ha vuelto escéptico y ayuda a ello que entre enero y febrero se hayan publicado 22 encuestas de 14 casas encuestadoras (oraculus.mx) con diferencias que van desde los 19 puntos de diferencia entre el primer y segundo lugar que arroja el estudio de El Financiero y 34 que señala Covarrubias y Asociados; o Demotecnia que llega hasta 62 puntos de ventaja y SIMO con 40 o Mendoza Blanco y Asociados con 41.
Las divergencias entre casas encuestadoras suelen ser frecuentes, pero márgenes tan amplios afectan a la certidumbre de los datos y la credibilidad de sus emisores. Desafortunadamente seguiremos viendo esto porque las encuestas están dejando de ser herramientas para conocer a los entrevistados y el diseño de estrategias, convirtiéndose en panfletos propagandísticos.
La utilidad de este recurso de campaña es muy cuestionable, sobre todo al inicio de las mismas y solo puede entenderse si lo que se busca es desalentar el proceso democrático. Empresas serias han dejado establecido que, al mes de febrero, el 67% ya definió a quien le dará su voto (El Financiero Mzo. 4/24). Resulta natural pensar que el resto, en su mayoría se abstenga de participar si al parecer ya todo está definido y muchos de los convencidos pierden motivación para asistir a las urnas.
Las encuestas no son vaticinios, ni oráculos los encuestadores y existen muchos elementos a considerar antes de dar valor definitivo a los números que presentan como fotografía del momento.
Las diferencias observadas hasta hoy nos llevarían, a los escépticos como yo, a dudar de la validez del cuestionario usado al momento del levantamiento, o del procedimiento para obtener la muestra, o lo confiable de la información levantada en campo y la técnica estadística utilizada, porque diferencias tan notables son significativas.
Algunos dirán que lo importante es la tendencia que configuran, independientemente de los números tan distintos, pero no es un argumento válido para quien desde su casa observa el desarrollo de las campañas y tiene predilección por alguna opción, particularmente si éste es un participante en redes sociales.
La conversación en el ciberespacio no refleja diferencias tan notables y aunque puede ser sujeto de manipulación a través de granjas de boots, al haberse convertido en herramientas accesibles para los equipos de campaña también tienden a equilibrarse entre ellos. Es otro campo de batalla en el que la verdad es relativa.
La razón para que el dominio en las redes se equilibre tiene un poco su origen en el anonimato y la libertad de opinar sin comprometerse que ofrecen las plataformas, en las que no se da el porcentaje de rechazo o no respuesta que ocurre en una encuesta telefónica o en vivienda. Si los sondeos realizados en estos medios son acertados o no aún está por saberse.
Lo cierto es, que dar credibilidad a las encuestas publicadas hasta estos momentos no es recomendable y que salvo muy escasas y honrosas excepciones, son por ahora, ante los ojos ciudadanos, solo instrumentos de propaganda.
La sobrecarga de información nos vuelve incrédulos. Entre encuestas amañadas o defectuosamente realizadas, una conversación social despojada de puntos intermedios y redes sociales manipuladas, la credibilidad de los estudios presentados es dudosa.
La mejor encuesta la ofrece la realidad y en las otras fotos de las encuestas, esas que hablan de resultados en salud, educación, seguridad, corrupción y servicios asistenciales, hay, como dijera el clásico, otros datos.
La objetividad nos debería llevar a no creer llanamente la fotografía que nos muestra una gráfica que vemos publicada, en especial si la intención es predisponer el ánimo ciudadano a favor de un contendiente.