Parece una casualidad, pero mientras algunas campañas pintan borrascosas para Morena; especialmente en la CDMX con la insípida Clara Brugada en la ciudad de México (ya no tiene a Juanito), por no mencionar otros casos, como el de Morelos, por ejemplo, donde Lucy Meza avanza mientras Margarita se atasca, en el Palacio guerrerense, Félix Salgado vive atrapado en la lucha entre los cárteles amigos y adversarios suyos, con una hija inhábil, instalada en una sillita demasiado grande para sus limitaciones, e incapaz hasta para sacar un perro de la milpa.
Las luchas intestinas del narcotráfico y el crimen organizado en Guerrero han paralizado en repetidas ocasiones varias de las pocas ciudades del estado, mientras la bomba de racimo de Ayotzinapa ahora expande sus perjuicios en contra de quienes antes usaron a la normal Burgos para demoler al régimen anterior con el célebre episodio criminal de Iguala cuyas repercusiones buscan forzar con una cantaleta ahora indigesta hasta para los propios interesados.
Ahora esos mismos agitadores se revuelven contra el gobierno y se encargan de incendiar y bloquear en protesta por el asesinato de uno de los suyos, perpetrado por un policía cómodamente fugado cuando sus compañeros ya lo habían “puesto”. Por eso –y asuntos anteriores–, le prenden fuego a las inmediaciones del gobierno en Chilpancingo y le tiran un portón al señor presidente cuya franciscana condición lo compele a pedir el óbolo hasta lograr capital suficiente y restaurar la puerta rota. Todo un ridículo por donde le quiera ver.
Pero quienes pusieron al policía lo quitaron y el presidente le pide, como si fuera un asunto de persuasión, haga usted el favor de entregarse, piense cómo su familia quedará desprotegida si no lo hace (consecuencia lógica), como si la rendición tuviera consecuencias distintas a la recaptura. Excepto si se muere en el camino.
Eso me recuerda una anécdota, si la digresión se permite.
Un amigo designado en la Dirección de Investigaciones Políticas de la antigua secretaría de Gobernación (antecedente del CISEN), encontró un oficio viejo de Tomás Garrido Canabal (gobernador tabasqueño, pues, en el cual le solicita amablemente y de no haber inconveniente para ello, el envío de un par de copias de la “Ley Fuga”, pues en la biblioteca del Estado no la podían encontrar.
“…Esto es parte de esta descomposición que estamos enfrentando y de los intereses que están de por medio. Vamos a hacer la investigación a fondo y se va a intensificar la búsqueda de este policía. También, pido a toda la gente de Guerrero, de la región de Chilpancingo (…) que nos ayuden, porque necesitamos detenerlo. Ya se está actuando…”
Entonces como en las novelas de Zane Grey (Riders of the Purple Sage, 1912), los colonos se van a convertir en perseguidores “porque necesitamos detenerlo”. En Guerrero –cultura bronca a falta de mejorar–, esas palabras son una peligrosa convocatoria.
Pero vivimos tiempos raros.
Por ejemplo, nunca se había visto al jefe del estado esgrimir una resortera o tirador en el podio magisterial de su homilía cotidiana.
“…PROCESO. – Les voy a mostrar algo que me entregaron ayer de quienes vinieron a tirar la puerta. No estoy hablando de las mujeres” y después de mostrar la bolsa y la resortera, describió:
–“Hay una que es… Estas son piedras de río porque yo conozco de esto (¿de piedras o de resorteras?), pero hay una que es muy peligrosa (¿el tirador o la piedra?) que se las quiero mostrar”… y se trató de un balín.
“…Entonces no vamos a caer en ninguna provocación, pero esto lo que indica es que tienen otros propósitos”, y consideró que no se puede decir que todos son estudiantes, porque algunos estaban con capucha… Estos son los que pedían el diálogo…”
Una queja lapidaria aunque sean piedras del río…