Ariel González
Claudia Sheinbaum comienza oficialmente su campaña de la forma más previsible: haciendo suyo, como mensaje principal, la continuidad; y exhibiendo un poderoso y costosísimo aparato de (artificial) movilización política. Perdida la ocasión –en realidad no buscada– de adquirir un perfil propio, la candidata oficialista se deja llevar por lo que tiene ella más seguro y a la mano: los réditos de la popularidad presidencial. Y aunque no los puede pedir prestados al 100 por ciento, ella y su equipo suponen que serán suficientes para sacar adelante la campaña, mantener su ventaja inicial y sortear todas las vicisitudes de los próximos tres meses.
Esta postura deja a su campaña atada, para bien o para mal, al balance que tendrá el gobierno de López Obrador hacia el día de la elección. Si los cálculos de su candidatura por interposita persona –puesto que quien verdaderamente estará en la boleta electoral despacha en Palacio Nacional– son correctos, su triunfo está asegurado, si bien no con la aplastante ventaja que le asignan algunas encuestas a modo, dadas las evidentes carencias de su candidatura. El blindaje (con los famosos “otros datos”) frente la realidad, sumado a la fuerza clientelar del aparato de Estado e incluso la intervención a su favor de grupos criminales en algunas regiones del país, terminarán dándole la victoria.
Sin embargo, los malos resultados en diversos rubros, particularmente en seguridad, los escándalos de corrupción, los costos económicos de las obsesiones ideológicas de este sexenio, las tensiones internas en Morena y un entorno cada vez más complejo en la relación con EU y Canadá (donde el tema migratorio lleva la batuta, pero donde también se han acumulado diversos desencuentros en el marco del T-MEC) pueden hacer que el cierre de este gobierno no sea tan “espectacular” como espera la candidata y, eventualmente, podrían descarrilar las felices proyecciones de los “éxitos” del gobierno que ella espera hacia su campaña.
Tan solo durante la semana pasada se dieron a conocer algunos datos que si Claudia Sheinbaum fuera candidata opositora seguramente no le serían indiferentes. Uno, el más alarmante con mucho, es que México ocupa el primer lugar en el índice mundial del crimen organizado, de acuerdo con el informe Global Organized Crime Index 2023. ¿Qué ha dicho de esto? Que la violencia se ha reducido y que va a continuar con la política de “abrazos a los jóvenes”, como ella le llama a la consigna de “abrazos no balazos” de su jefe; evidentemente los delincuentes son jóvenes en su mayoría, dado que ninguna organización criminal recluta a gente mayor; y dice también que no volverá a la guerra contra el narcotráfico como lo hizo Felipe Calderón, porque según ella “no se trata de guerra, no se trata de autoritarismos, eso es una visión calderonista, una visión de la corrupción que hubo en México. Se trata de una visión de la paz y tiene que ver con la atención de las causas y justicia en todo el sentido de la palabra…”
Y si en su discurso del pasado viernes frente a un Zócalo colmado de “acarreados” no mencionó al ejército –cosa que hizo pensar a algunos ilusos en cierta toma de distancia frente a la creciente militarización del país– muy pronto ella misma se ha encargado de precisar que seguirá gobernando de la mano de las fuerzas armadas para procurar la escasa seguridad que se disfruta en muchas regiones del país y para que sigan realizando todas las tareas (antes en manos de civiles) que López Obrador les ha asignado.
Igualmente, ante un nutrido contingente de trabajadores pretroleros que llegaron al Zócalo para apoyarla, esta candidata (de inverosímil formación “científica y ecologista”) fue incapaz de hablar de energías limpias y de la triste situación de Pemex, que ha recibido a lo largo de este sexenio unos 80,000 millones de dólares, una cifra impresionante que sin embargo no ha servido de nada para resolver los problemas de esta empresa, la más endeudada del mundo, improductiva y contaminante en extremo.
Ya llegó marzo, el mes en que de acuerdo a la última promesa presidencial tendríamos el mejor sistema de salud del mundo, y es la hora en que muchos enfermos del país siguen sin sus medicamentos, tratamientos y consultas (estas cayeron drásticamente en los últimos años). Dinamarca queda más lejos y la candidata oficialista ni por asomo dice algo crítico de la deplorable situación del sector salud.
Y así en todos los rubros: la Cuarta Transformación ha obtenido “excelentes” resultados, somos más felices “que nunca” y López Obrador es, según la candidata, el “hombre que cambió para bien la historia del país, nos enseñó a no caernos ni arrodillarnos frente al poder del dinero y a confiar en el pueblo y su dignidad”.
Hay que reconocer que del “poder del dinero” algo saben en Morena. Los más ricos del país han hecho alegres negocios en este sexenio (con muchos funcionarios); y el gobierno sí que ha sabido usar el dinero público con fines clientelares: ya depositó más del 50 por ciento (unos 350,000 millones de pesos) del gasto social previsto en pensiones, apoyos y becas; esa, supongo, es “la revolución de las conciencias” que les permitirá seguir “haciendo historia”.
Pero no todo está comprado, ni tampoco asegurado. Claudia Sheinbaum depende única y exclusivamente de que todo le siga yendo bien al gobierno de su jefe, algo que todos los días se antoja más difícil si observamos los nuevos escándalos de corrupción que surgen a diario, así como el clima de descomposición y violencia imparable que se advierte en estados como Guerrero o Zacatecas, donde gobiernan algunos de los clanes que mejor representan al asociación de Morena con el crimen organizado.
Sheinbaum podría desmarcarse, así fuera hipócritamente, de algunos de los aspectos más vergonzosos y peligrosos de este gobierno, pero prefiere ir a “la segura”, ignorando que el verdadero legado de López Obrador (déficit público, corrupción al alza, narcoviolencia extrema, etc.) lo tendrá que atender y solventar ella misma si gana, como muy probablemente suceda. Lo que puede convertir su victoria electoral en un anticipado fracaso para su gobierno. Su única propuesta, el “segundo piso de la Cuarta Transformación” (la continuidad acrítica), podría ser en el futuro un auténtico ejemplo de cómo se puede perder ganando.
@ArielGonzlez
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