Bere López Aguayo
A todos nos da mucho gusto ver a jóvenes emprender, nos inunda la remembranza de nuestros 20’s y la ilusión de que les vaya bien. El problema viene cuando su emprendimiento no es el adecuado. A ver… diles que no y destruye sus ilusiones.
Hace dos años tuvimos una situación con los jóvenes de las tortas. Una joven y alegre pareja de chavitos de 20’s bajos que un buen día decidió sacar un mini tablón enfrente de su caserón y vender tortas en las mañanas sobre la calle principal del fraccionamiento. Santos problemones Batman. Tardamos medio año en poder finalmente removerlos.
“Qué poca tiene esta señora. ¿Qué daño le pudieron haber hecho dos inocentes jovencitos con un emprendimiento admirable? Por lo menos están haciendo un esfuerzo. Ya ninguno quiere trabajar.” Siiiiii, seguramente esos fueron sus primeros pensamientos. Me puedo relacionar con ustedes; en un principio es hasta feo pensar que a estos muchachos se les debía remover de la vía pública (afuera de su casa – decían). El problema radica en la consecuencia de permitirle a unos sí y a otros no lo que en realidad es: “ambulantaje”. ¿Dónde marcamos la diferencia? ¿El señor de las escobas y trapeadores se debe de ir, pero los “jóvenes de las tortas” no? ¿Por qué? Si se abre la puerta a uno, se abre a prácticamente todos y terminaríamos con la colonia transformada en un mercado. El fin de semana sale mi hija con su mesita y deli galletitas, la semana entrante la vecina de enfrente saca bellísimas plantas, luego la señora de la esquina sus manualidades… total viviremos en un tianguis permanente. “Lléveloooooo, llévelooooo.”
Estas acciones; por inocentes y laudables que parezcan, afectan la calidad de vida y plusvalía de nuestros hogares. Al final, es también una consideración del vivir en comunidad. Ojo: el ambulantaje está prohibidio por ley y el fraccionamiento tiene una restricción de uso de suelo por lo que las casas no pueden ser “comercios”. Salir a vender lo que sea en tu banqueta (no es tu banqueta, es la vía pública) es ilegal. El asunto es que para que lo entendieran estos “jóvenes de las tortas”, fue una tarea titánica.
Se les quitó lo alegres; y de muy mala gana y modos corrían a nuestros representantes de la Asociación que acudieron a amablemente requerirles se retiren y cesaran la actividad. “Tú no me puedes decir qué hacer y qué no.” “No tienes autoridad.” No existe el respeto a la comunidad, o la pena de “ups estoy haciendo algo indebido”. Les valía todo. Incluso evolucionaron; decoraron el carrito del novio, pusieron a su empleada doméstica en la parada del camión (segunda sucursal) y tenían cartulinas fosfo-fosfo con el anuncio. Éramos ya una burla como Asociación: “no pueden resolver nada.” Finalmente se presentaron de Municipio y los corrieron públicamente con amenazas de multas. Como les comentaba la quincena pasada, solo por el bolsillo entendemos.
Como agrupación comunitaria, dependemos de la buena educación y cultura cívica del vecino. En teoría (Russeau, Montesquieu dixit) deben de ser la buena voluntad y el bien común los que premien en la construcción de una vida en comunidad. Cosa que tristemente, no sucede en la práctica todo el tiempo. Nuestros deseos egoístas son prioritarios la mayor parte del tiempo y así, no se puede muchachos.