Claudia Sheinbaum se ve nerviosa, vulnerable y torpe. Deben tener prendidos los semáforos rojos en su cuarto de guerra por haber cometido el domingo un error estratégico al atacar a decenas de miles de personas que realizaron un nutrido mitin por la democracia, y acusarlos de “falsos” e “hipócritas”, que en su momento promovieron fraudes electorales, en lugar de enfocarse a su planteamiento político tras registrarse como candidata presidencial, arropada por toda la maquinaria de Morena. Sus palabras sonaron huecas y la retórica solo hizo eco del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero sin su legitimidad ni carisma.
Sheinbaum quiso restar protagonismo a quienes desafiaron a López Obrador en la Ciudad de México y una decena de ciudades en el país, y solo se lo quitó a ella misma, confirmando además que la convocatoria que lograron los defensores de la democracia le preocupa a ella y al presidente. La secuela de su resbalón el domingo de la candidata oficialista que ofrece la continuidad por seis años más, ratificó que no emociona, aunque ahora se le agrega que tampoco convence a López Obrador.
De hecho, se puede argumentar que existen condiciones objetivas para que la candidata opositora, Xóchitl Gálvez, pueda darle un susto. No tiene que ver únicamente si realiza una campaña territorial profesional y eficiente -que aún no tiene-, sino por las desavenencias crecientes que está teniendo el presidente con Sheinbaum, donde ella quiere tener mejores márgenes de maniobra y López Obrador insiste en cerrárselos.
Uno de los problemas que se han discutido en Palacio Nacional con el presidente, es que pese a que el discurso de Sheinbaum ha sido de apoyo total a las reformas propuestas por López Obrador, la realidad es que no ha designado a nadie para estar en contacto con el equipo presidencial y darle seguimiento al curso de las iniciativas, diseñadas no tanto para que se aprueben -López Obrador gana si se votan a su favor y también si las rechazan, porque le serviría a su narrativa contra la oposición-, sino para fijarle la agenda del primer año del eventual gobierno de Sheinbaum. No le gusta al presidente que lo desobedezca.
Desde Palacio Nacional ya le instruyeron que nombre al equipo que hará esa tarea, y que tiene que reportarle al vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, el Caballo de Troya explícito en el cuarto de guerra de Sheinbaum, al ser uno de los más importantes e influyentes líderes de los puros del lópezobradorismo, que están opuestos a la estrategia de Sheinbaum de integrar en su equipo a personas que consideran oportunistas y sin arraigo dentro de la cuatroté. Es una humillación para Sheinbaum que tenga que subordinarse a Ramírez Cuevas.
El vocero presidencial encabezó la rebelión de los morenistas más dogmáticos que la derrotaron cuando impulsó a Omar García Harfuch como candidato al Gobierno de la Ciudad de México, y le repitieron la dosis cuando buscó la ratificación de Ernestina Godoy en la Fiscalía capitalina. Ahora, con la usual sevicia presidencial, tendrá que alinear a su equipo bajo las órdenes del vocero para que entiendan, y no se desvíen, del proyecto vital de López Obrador, no por los resultados que podrían alcanzarse en el mediano plazo, sino porque será el mapa de navegación que tendrá que seguir Sheinbaum durante el primer año de gobierno, al menos.
Ramírez Cuevas es un problema real para la candidata por la creciente delegación de responsabilidades que le ha dado el presidente para que sea su principal interlocutor con la candidata, hable con ella y sea la correa de transmisión de sus órdenes, malestares y regaños.
Recientemente le expresó a través de Ramírez Cuevas su molestia por haber incorporado en su equipo a Roberto Valdovinos, que fue destituido como director del Instituto de Mexicanos en el Exterior en 2020 tras una serie de acusaciones de acoso sexual. El año pasado Sheinbaum nombró a Valdovinos, que tiene el respaldo del padre Alejandro Solalinde, como uno de los organizadores de los llamados Diálogos por la Transformación, y cuando Ramírez Cuevas le transmitió el extrañamiento, la candidata respondió que no había estado al tanto de ese nombramiento y lo relevaría, reforzando la observación de López Obrador de que no está prestando atención a los detalles de su campaña.
La imposición más seria, porque tiene alcance en el campo electoral, es el rechazo tajante que dio López Obrador a la idea que externó en una reunión con gobernadores de Morena de que si bien se apegaría a las líneas que ha señalado el presidente de forma incondicional, quería hacer modificaciones y no solo arroparse en el radicalismo de la cuatroté, para buscar el apoyo de organizaciones de la sociedad civil que aunque pudieran tener posiciones críticas al gobierno, no se encuentran en el ala de los más radicales, por lo que pensaba que habría posibilidades para sumarlos a su proyecto.
El presidente, que no quiere saber nada de la sociedad civil y es profundamente intolerante a cualquier crítica contra él y su gestión, rechazó las ideas de Sheinbaum cuando se las comentaron. No se sabe qué hará la candidata, pero la desautorización le impediría acercarse a esos grupos e individuos para sumarlos. La postura radical de López Obrador excluye a organizaciones, periodistas e intelectuales y sectores de las clases medias a quienes potencialmente quería reclutar, lo que explicaría su declaración el domingo, que va en línea con lo que piensa el presidente pero es contrario a lo que ella deseaba.
La subordinación de Sheinbaum ante las instrucciones, deseos o caprichos del presidente, limitan sus posibilidades de acción y favorece a la oposición. Sin embargo, aunque la información que sale de la campaña y Palacio Nacional sobre cómo están crujiendo los maderos en el barco cuatroté, no es suficiente para que la campaña de Gálvez sea competitiva. La opositora necesita hacer cosas que saquen provecho de las contradicciones y fricciones del presidente con la candidata, y capitalice la debilidad que muestra Sheinbaum con esos reveses ante gobernadores y líderes de Morena, al quitarle autoridad.