Aunque se ha hablado hasta la saciedad y se ha utilizado con excesiva frecuencia la palabra polarización, la verdad es muy simple: el gobierno ha alentado la división nacional como una estrategia electoral permanente.
En cierto modo el populismo lleva implícito un “apartheid” mental o civil. Nosotros, los hijos del pueblo, de este lado, del lado luminoso de la historia. En aquel sombrío paraje, los enemigos del pueblo, los racistas, clasistas, aspiracionistas, individualistas, egoístas, etc.
Ayer mismo, en una de sus múltiples interpretaciones de la actualidad, el señor presidente dijo de quienes con sus ideas no comulgan, harán lo que han hecho en los últimos años, votar en contra de todo aquello en favor del pueblo.
Ya en su discurso político –no jurídico–, de presentación de sus propósitos de transformación constitucional, lo dejó absolutamente claro:
“…doy a conocer al pueblo de México los fundamentos y motivos que me inspiran para presentar un paquete de iniciativas de reformas legales orientadas a modificar el contenido de artículos antipopulares que fueron introducidos durante el periodo neoliberal o neo porfirista.
“Todas ellas, todas esas reformas del periodo neoliberal contrarias al interés público. Se trata de adulteraciones que niegan el sentido general de nuestra Carta Magna que fue fruto de un movimiento popular, revolucionario y por lo mismo, concebida desde el inicio con un espíritu nacional, social y subrayo, público.
“Las reformas que propongo buscan establecer derechos constitucionales y fortalecer ideales y principios relacionados con el humanismo, la justicia, la honestidad, la austeridad y la democracia que hemos postulado y llevado a la práctica desde los orígenes del actual movimiento de transformación nacional…”
Independientemente de la exactitud de ese diagnóstico, hay algo notable en el discurso presidencial. Tiene mucho de prédica, de cátedra obispal y poco de rigor político e histórico. Mucho menos viabilidad financiera. Pero suena bien para los públicos cautivos.
Hablar de neo porfirismo a estas alturas del siglo XXI no solo es inexacto; es ridículo, excepto si nos atenemos al más porfirista de los recursos para continuar en el poder: encubrir su ejercicio a través de una interpósita persona, devota y convencida.
Eso y no otra cosa es la declaración de la señora Claudia Sheinbaum, en torno de este paquete axiológico de reformas constitucionales que convierte la Constitución …entre otras cosas– en un memorándum de prohibiciones propias de leyes secundarias: el “fracking”, el maíz transgénico, los vapeadores, el fentanilo y algo más.
“…Por supuesto que (las reformas propuestas) son base sustantiva de lo que va a ser nuestro Gobierno y, además, vamos a presentar otras propuestas de fortalecimiento de los derechos del pueblo de México, la democracia, las libertades, la soberanía y el avance de la Cuarta Transformación…”
La expresión BASE SUSTANTIVA implica un riesgo. Ese sustento sólo se va a lograr si las reformas son aprobadas, asunto aún por ocurrir. Pero si son rechazadas y se convierten en material de desecho legislativo en espera de una segunda activación, ¿cuál será su base y cuál su sustento?
Eso equivale a decir, no tengo un programa propio y todo cuanto están haciendo los 21 sabios cuyas elucubraciones diseñan un “Proyecto de Nación 2024-2030: por la radicalización de la Cuarta Transformación desde las bases”, es materia de fábula oriental, por no decir, vil cuento chino.
PIÑERA
La Cumbre de las Américas en Perú, en el año 2018 fue el último intento por frenar a la Internacional Populista. En esa reunión se constituyó el efímero grupo de Lima cuya declaración excluía a los gobiernos autoritarios de Cuba y Venezuela, entre otras cosas.
Actor central en esa asamblea (ahí lo conocí con la hija de Trump, Melania), fue el entonces presidente Sebastián Piñera cuyo empaque de millonario y hombre feliz llenaba cualquier salón y cualquier escenario.
Hábil, gran orador y mejor negociador, Piñeira murió ahogado porque no pudo desabrochar la hebilla del cinturón de seguridad de su helicóptero.