Mientras el mundo se tambalea al borde de una crisis ambiental sin precedentes, el Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial lanza una lista de los diez principales riesgos en el mundo para los próximos dos y diez años; una advertencia que no podemos permitirnos ignorar. Con la mitad estos desafíos proyectados para la próxima década arraigados en la degradación de nuestro entorno natural, el llamado a una acción colectiva e integral resuena con urgencia. Sin embargo, existe un “onceavo riesgo” que amenaza con socavar todos nuestros esfuerzos: la indiferencia de la sociedad.
En un mundo que se enfrenta a eventos climáticos extremos, pérdida de biodiversidad, y escasez de recursos naturales, la acción colectiva emerge como la única vía viable hacia un futuro sostenible. A pesar de los posibles esfuerzos de autoridades, gobiernos, científicos y tecnólogos por implementar políticas y soluciones innovadoras, el cambio transformador permanece elusivo. Este estancamiento no se debe a una falta de conocimiento o recursos, sino a la indiferencia generalizada que permea nuestra sociedad.
Es crucial reconocer que nuestro reto medioambiental no radica en la falta de desarrollo tecnológico. Hoy en día, disponemos de múltiples tecnologías eficientes, innovadoras y capaces de enfrentar las principales problemáticas medioambientales, tanto actuales como futuras. El dilema, sin embargo, yace en la falta de un involucramiento profundo y una visión empática, consciente y colectiva de la sociedad, así como en la ausencia de una voluntad política firme, tanto a nivel regional como global.
La raíz del problema es cultural y política: una resistencia a mejorar nuestra relación con la naturaleza, a adoptar modos de producción y de vida sostenibles, y a rechazar la idea de que el desarrollo económico debe prevalecer sobre el equilibrio ambiental y social. Esta disyuntiva entre lo que es posible tecnológicamente y lo que estamos dispuestos a hacer colectivamente define el campo de batalla en nuestra lucha contra la crisis medioambiental.
La indiferencia, ese onceavo riesgo, es tan peligrosa como los desastres naturales o la contaminación. Se manifiesta en la renuencia a modificar nuestros hábitos, en la persistencia de modos de producción insostenibles, y en nuestra relación desequilibrada con la naturaleza y entre nosotros. Este desinterés colectivo no solo retiene el progreso hacia soluciones ambientales, sino que también alimenta la polarización social y la inseguridad económica.
No podemos permitir que la indiferencia defina nuestro futuro. Es imperativo que cada uno de nosotros asuma un papel activo en la reconfiguración de nuestra relación con el planeta. Esto significa adoptar prácticas de consumo responsable, apoyar políticas verdes, y reimaginar nuestras economías y comunidades de manera que respeten los límites del mundo natural.
El cambio comienza con la educación y la conciencia, pero se sostiene mediante la acción. Desde decisiones cotidianas, como reducir el consumo de agua, energía, y productos, hasta participar en movimientos colectivos por la justicia climática, cada gesto cuenta. La tecnología y la innovación ofrecen herramientas valiosas, pero sin la voluntad colectiva para implementarlas de manera que beneficien a todos, su impacto será limitado.
El Informe de Riesgos Globales nos recuerda que los desafíos que enfrentamos son interconectados y complejos, pero no insuperables. La verdadera barrera para superarlos no es la falta de soluciones, sino nuestra propia indiferencia. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de actuar, no solo para nosotros, sino para las generaciones futuras. Enfrentar este onceavo riesgo es el primer paso hacia la construcción de un futuro más justo, sostenible y resiliente.