Incontables han sido las promesas de AMLO. La principal: combatir la corrupción. Pero la ha incumplido si sabemos que habita en su propia casa. O negará que uno de sus hijos ha otorgado a sus amigos favores para hacer grandes negocios. Prometió no endeudar al país, y la deuda es un escándalo. Prometió pacificar y hoy México es un mar de sangre; devolver al ejército a los cuarteles, pero ha militarizado al país y le ha entregado todo; respetar la libertad de expresión y, a diario el “púlpito” de Palacio Nacional ha denostado a sus críticos que son innumerables. El supuesto demócrata se ha hundido en el más sórdido autoritarismo. Prometió respetar la división de poderes y no se ha cansado de agredir a los jueces, comenzando por la Suprema Corte, que ahora propone sea elegida por el pueblo, aunque no sabemos cómo se perpetrará ese disparate. Prometió garantizar la salud de los mexicanos y destruyó el Seguro Popular y después el Insabi; acabar con la pobreza y ésta ha crecido alarmantemente, pese a las dádivas electorales, prometió crear un centenar de universidades y todo ha quedado en una ilusión. Prometió no reelegirse pero seguirá gobernando detrás de la Sheinbaum, su marioneta favorita. Prometió resolver el caso de Ayotzinapa y todo acabó en la ‘verdad’ histórica de Murillo Karam, hoy en prisión. Se empeñó en descentralizar las secretarías y resultó inviable.
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Y lo más importante: respetar y ser leal a la constitución. Y la ha pisoteado cuanto ha querido. López no gobierna: le queda grande la banda presidencial. No es Jefe de Estado, democrático sino un tirano patético. El tiempo dictará su sentencia. AMLO es una pesadilla, una noche oscura en la historia de México. López es un destructor. Al diablo con los organismos autónomos: el INE, el INEA. Y viene lo peor. El control de todo. México duele.