Daniel de la Fuente
“Vengo de una familia con gusto musical. Las fiestas en el rancho de mi abuelo paterno, Pedro Berrones Cruz, están registradas en los periódicos de la época en Ciudad Victoria. Siempre hubo música, principalmente de tríos huastecos. Y mi abuelo paterno tocaba empíricamente el violín. La sierra tiene esa magia de alegrar musicalmente a quienes tienen en suerte andar entre el monte, silbando o cantando bajito alguna canción”.
Nacido el 11 de febrero de 1958 en el Rancho Santa Teresita de la capital tamaulipecas, el mayor de los cuatro hijos de Andrés Berrones Castro y María Guadalupe Castañón Contreras vivió durante su infancia el auge de la radio, donde la XEBJ era la estación más escuchada.
Muy temprano, cuenta el escritor e investigador, difundían una hora de puros corridos y cree que el de “Jacobo López” fue el primero cuya historia le impactó en aquella época.
“Recuerdo que mi padre nos complementaba la historia del personaje, porque conocía el lugar y a algunos de los personajes, incluso al protagonista del corrido: un valentón que se enfrenta a balazos y después de matar a su rival también muere”, cuenta Berrones. “Recuerdo dos frases que me impactaron de ese corrido: ‘a matarte vengo yo / ahora que estás más contento’ y la otra es un despliegue de soberbia machista: ‘luego que ya mató a Juan/ fue y le quitó la pistola/ aquí está Jacobo López/ padre de toda la bola’.
“Años después supe que los intérpretes de ese corrido eran Los Hermanos Garza de Monterrey, en una grabación de Discos Dominante”.
La XER de Linares y sus corridos, dice, son un recuerdo memorable para él, lo mismo que las radiodifusoras del Valle de Texas, que difundían este tipo de música.
Berrones comenta lo que le atrapó de aquellas canciones llenas de aventuras.
“En una cultura donde el culto a la virilidad, a la hombría y en una época masculinizada, las hazañas de los hombres fincadas en el valor y en el hacerse respetar porque eres más fuerte que tus semejantes, llevadas al límite de la vida para hacer valer la palabra, el honor, la valentía, siempre ejercen cierta fascinación que atrapa.
Añade: “La muerte es una tragedia, pero perder la vida con honor es un acto heroico reconocido y aceptado como tal. Los corridos son la narrativa popular que fortalecen la identidad de los pueblos”.
El padre, se ha dicho, fue fundamental para su cultura de corridos, ya que viajó mucho por los pueblos del noreste como empleado de la Comisión Federal de Electricidad.
“Lo interesante de esto es que cuando regresaba a casa después de andar por tantas comunidades y conocer mucha gente, llegaba y me contaba de personajes protagonistas de corridos: el subteniente de Linares, Bernardo Mata, Anselmo García, Alonso Flores, Dimas de León y Juan Cantú son personajes cuyas historias fueron más allá de lo narrado en la poética corridística de lo que escuchó mi padre de algunos testigos o familiares de estos personajes”.
Berrones nunca quiso ser compositor de corridos, sólo disfrutó escuchándolos: “Alguna vez le compuse un corrido a mi abuelo paterno, a quien no conocí, pero mi padre siempre hablaba de su trágica muerte. Lo asesinaron entre varios y esa historia se contó infinidad de veces en la sobremesa”.
Explica que, desde niño, escuché aquella tragedia, por lo que al concluir su relato el padre siempre le preguntaba en tono casi solemne: “¿Qué va a hacer mijo cuando esté grande?”, a lo que Berrones, sensible a la historia y sintiendo una especie de rencor u odio hacia los asesinos, respondía: “¡Matar a los que mataron a mi abuelito!”.
Ante la respuesta del niño, al padre se le iluminaba el rostro. Lo cierto es que nunca pasó por su cabeza aquel compromiso infantil, sin embargo, al tiempo, él haría de la investigación de la cultura musical norestense una de sus tres vertientes, además de la docencia y la literatura.
El sociólogo Víctor Zúñiga es su amigo y reconoce el lugar de Berrones en la cultura de la región.
“Tiene un conocimiento profundo de la vida, las relaciones, la música, las prácticas, las estéticas y la gastronomía de esta región de México en la que vivimos y que por comodidad le llamamos el noreste”, comenta. “Pocos como Guillermo han logrado este conocimiento cabal de quiénes somos y de lo que aspiramos”.
*
Egresado de la Normal Superior como maestro de español en escuelas públicas, Berrones dio clases por 36 años hasta su jubilación en el 2018.
El educador, sin embargo, dice que entró ese año al “dugout” de los docentes jubilados, pensando en que podría concluir proyectos literarios pendientes, pero alguien lo invitó a la supervisión de los Conalep, donde estuvo un par de años, y luego lo llamaron a hacerse cargo de la subdirección de la Unidad Juárez de la Prepa 22.
“Ahí estoy, contento”, expresa el autor, quien suele ser afable y bromista. “Tengo tiempo para leer y escribir con calma. Así evito la oxidación”.
Berrones recuerda que fue un niño de muchos miedos. Y de una infancia de aprendizajes obligados para sobrevivir en los diferentes contextos socioculturales.
“Viví en Matamoros, Linares, China, Los Aldamas, General Bravo hasta llegar a establecerme en Monterrey. Mi padre fue pastor de cabras y a tiempo supo que ahí no había futuro para él y su familia. Con tres grados de estudio un día decidió estudiar electricidad por correspondencia en Hemphill School y se convirtió en técnico electricista”.
Más allá del desasosiego que le provocaban tantos cambios de residencia, dice, disfruté mi infancia y se llenó de recuerdos: a temprana edad, evoca, vio un cometa. Su madre lo despertó para verlo desde la ventana de un jacal de rama y palmas. También en un amanecer vio una lluvia de estrellas mientras iba camino al molino de nixtamal.
Fue consentido por sus abuelos maternos, quienes vivían a la orilla de un barranco del río San Marcos donde había árboles frutales silvestres, higos, anonas, guayabas, plátanos, nueces al alcance de la mano.
“Cuando muera yo no espero llegar al paraíso: lo viví en mi infancia”, afirma.
Sus “pininos” en la escritura fueron en unos poemas terribles mientras estudiaba la secundaria en Los Aldamas, un pueblo de pasaporteados y cuya opción siempre fue migrar a los Estados Unidos.
“Un pueblo viril, machista, donde se curte el espíritu del hombre con cerveza, armas, camionetas potentes, música, corridos y trancazos. Fui testigo de varios duelos a muerte con armas de fuego y de peleas a mano limpia. En ese ambiente escribir o ser poeta era cosa mal vista. Y yo no estaba dispuesto a exhibir mi debilidad por las letras, por la palabra escrita. Fui un escritor de clóset”.
Pero fue buen lector, aclara. Después de un tiempo llegó a los suplementos culturales de los periódicos en Monterrey hasta que se atrevió a escribir en forma. Su primera publicación fue una crónica urbana titulada “Una mañana las zanahorias”.
“La escribí y me atreví a dejarla en la recepción de EL NORTE un miércoles y apareció publicada en Ensayo. Reconozco que me alegró ver publicado mi texto y volví a llevar otros. Todos me los fueron publicando. La editora era Norma Garza”.
No se recuerda entre los escritores como el chavo raro al que le gustaban los corridos. Más bien, “lo dejaron ser”.
“Creo es un tema que no les interesa a algunos. Entonces yo de novedoso, después de descubrir que los corridos son toda una veta cultural de estudio, gracias a un buen amigo experto en el tema, Guillermo Hernández, de la UCLA, y a Celso Garza Guajardo, me fui adentrando en la documentación de los personajes y sucesos que se narran en los corridos”.
De esta actividad surgieron libros fundamentales de su investigación: El corrido norteño en Nuevo león, El subteniente de Linares, final de un ciclo, Ingratos ojos míos. Miguel Luna y la historia de El Palomo y el Gorrión, El viejo Paulino, poética popular de Julián Garza, y Mundo Miranda, el cisne, diáspora de la música norteña.
“Tengo naturaleza de oidor desde niño. Me corrían cuando veían que estaba escuchando las pláticas de los adultos. Conocer a don Miguel Luna y a su hermano Cirilo, narradores orales naturales y escuchar sus experiencias y aventuras en el ambiente musical desde su infancia, me hicieron ver la importancia de registrar su historia. Tuve muchas horas de grabación en su rancho, en los cafés, en algunos viajes al sur del estado y le di voz en el libro que publicamos.
“En la amistad con Julián Garza y su familia por casi 30 años pude darme cuenta de la generosidad de ese hombre norteño, dueño de una riqueza lingüística llena de regionalismos, de expresiones, de metáforas, de variantes expresivas, de una poética bien estructurada, de picardía y un sentido del humor extraordinario. Descubrí que componía y grababa, pero no tenía un respaldo de sus composiciones”.
En lo que se refiere a su literatura, Berrones debutó hace 30 años con el libro de crónica urbana Semáforo en rojo. Le seguirían títulos en los que recorrería aquel género y el cuento: Recuento de fantasmas, Peras del olmo, Orejas de burro, Pez que arde, Veinte monedas y Cuentagotas.
Afirma: “No soy un escritor de tiempo completo. No pude casarme con la literatura. Tuve que sobrevivir como docente y en trabajos complementarios”.
La escritora Lorena Sanmillán es su amiga y da su impresión:
“Hablar de él como escritor, como amigo y conocedor de la cultura popular es al mismo tiempo sencillo y complicado. No encuentro la línea divisoria entre sus facetas: conviven con maestría de malabarista a lo largo del día. Todas forman parte de sí mismo, enraizadas en su ser con semillas de autenticidad. ¿Será necesario separarlos?
“Próximo a debutar en la literatura infantil, este mes cumple años y, en una gran muestra de su sentido del humor, pone de lado su inmensa cultura universal y varias veces ha manifestado que le gustaría bailar bajo la botarga de cierto famoso doctor que se mueve al compás de algunas cumbias o reggaetón afuera de las farmacias. Ojalá se le conceda”.
Berrones, padre de tres hijos, abuelo de dos nietos y esposo de María de Jesús Cortés, agrega: “Creo hago un intento válido, pero inconcluso o atropellado quizá. Una osadía construida con la mejor de las intenciones: entablar un diálogo con el lector y someterme a su juicio”.
El escritor Arnulfo Vigil es su amigo y ha sido su editor:
“Hasta donde sé, Memo no le ha entrado, como en el subteniente de Linares, a los corridos del narco, a los tumbados, a la cumbia rebajada, la norteña recargada. Los corridos urbanos a la mejor no le laten.
“Lo que sí late en Guillermo, aparte de su sapiencia y actitud de preboste, es su alma sana, su bonhomía y su sonrisa. Yo, a lo largo de muchos muchos años que lo conozco, siempre lo he visto sonreír. Y eso es más importante que todos los corridos del mundo. Bueno, donde haya corridos”.
Tal como se lo prometió a su padre, Berrones no llegó a vengar la muerte de su abuelo, únicamente le compuso un corrido y unos amigos maestros que formaron el grupo Hechizo Norteño lo grabaron para beneplácito suyo y de su padre.
Sin embargo, cumplió mucho más allá de lo pactado: dedicar su vida a las historias en la que hablan los otros, algo que aún está por reconocerse aún más.
Dice Francisco Ramos, su amigo y Cronista de Ciudad Victoria: “Por el modesto temple que le caracteriza como buen norteño, Guillermo sería incapaz de buscar el reconocimiento fácil y vanidoso para su obra. Probablemente, por ello es poco conocida y valorada en su terruño natal.
“Me parece que los libros creados por este talentoso escritor habrán de perdurar en la historia de la literatura del noreste mexicano. Además -el corazón avisa-, su lectura despertará el interés de otras generaciones de lectores”.