El bridón del general Tomás Mejía es uno de los de mayor fuerza y linaje, escogido de entre los mejores amaestrado por él mismo le obedece no solo como parte de su andar, sino como una extensión del jinete ¡Así se ha adiestrado y en ello va la vida! Simbiosis misma conviven día y noche a la par, hacen todo juntos, en lo público y en lo privado, una doma sin precedentes en el ejército del Norte; los más de seis mil centauros hacen lo mismo con sus montas, les cuidan, asean sus cascos y herrajes, alimentos adecuados e hidratación constante antes de la batalla.
Los nombres de cada corcel está registrado dentro de la Denominación de Batalla, tanto quien monta como el bridón, en esta dualidad se mantienen en forma para la inminente batalla que se aproxima.
El ejército del general Zacarías Taylor se agazapa en un rinconado paraje del camino, flanqueado por escarpadas montañas han sido rodeados por el general José Vicente Miñón con más de mil seiscientos hombres perfectamente adiestrados en el combate. La pertinaz lluvia mantiene bajo extremo cuidado los fusiles y la pólvora, si se llegan a humedecer es el fin ¡Sin parque ni arma!
Van trece escaramuzas entre los dos ejércitos en los cuales sin excepción José Tomás Mejía ha salido victorioso – las escaramuzas son los primeros ataques de ambos ejércitos para medir la fuerza y efectividad de las maniobras, los norteamericanos son diestros en hacerlo con su infantería, pero los mexicanos, hábiles en la monta han dado cuenta una y otra vez con su caballería, pareciera el demonio estuviera de su parte, se enfrentan con bajas de ambos lados, pero el ejército del Norte es quien mejor resultado ha tenido, por cada uno de caballería mexicana hacen baja seis del bando contrario- ¡Taylor está preocupado! Su ejército de no más de seis mil hombres está a la ventura de los resultados que se llevan a cabo en las negociaciones en la isla de Cuba, donde aún no se reciben noticias de los enviados.
Uno de los capitanes norteamericanos trae capturado a quien pareciera el general Tomás Mejía, tomado de las muñecas en un amarre, junto con cuarenta hombres de la última escaramuza donde al parecer los animales no hicieron lo prudente y cayeron todos ante los pies del capitán en burda maniobra ¡Hasta sencilla! En un palmo tienen al mejor domador de caballería que ha existido en el ejército del Norte con cuarenta hombres fieles y de rodillas ¡Por igual!
Al acercarse al batallón del campamento del mariscal Taylor uno de los comandantes hizo mueca de que no se movieran.
– ¡Hasta ahí queden! Haré saber al general de lo ocurrido ¡Capitán Wordwood acompáñeme!
Un gallardo y alto americano toma de la espalda al general Mejía y lo mete a la casa de campaña del mariscal, acompañando al comandante.
– ¡Señor tenemos capturado a un general del enemigo! Es de rango alto por las vestiduras y han caído en simple escaramuza de infantería, a razón de que le acompaña todo un escuadrón de caballería.
El general Taylor se acercó y trata de observarle, por mucho le mira el aplomo y su rostro de roca, mirando lo curtido de su cuerpo y lo fino de sus vestiduras le identifica como aquel a quien sus capitanes presumen de habilidades feroces en la batalla, encarnizado demonio que hace lid de sus competencias asestando con agilidad a cada uno de quien él desea herir ¡Nadie lo ha tocado! Intrigado manda traer al traductor.
-Decidle a que batallón pertenece y nombre completo por favor – El prisionero no contestó- ¡Apuradle en sacar la información! Nos apremia el tiempo. Decidle que si no habla cada cinco minutos uno de sus hombres será degollado frente de él- Continuó el silencio, mientras el prisionero no hace más que callar y mirar con fuerza al comandante. Le trajeron a uno de sus hombres y con la fiereza de un toro dando pelea en forcejeos ¡Le fue cortada la garganta! El general Mejía continuó impávido ante la afrenta.
¡Unas trompetas resuenan la señal de ataque del enemigo! El ejército del Norte salió hacia el terreno de la Angostura para con el total de miles de infantería que hacen resonar en estruendoso alarido.
– ¡Por la victoria! – retumba la ovación- Se escuchó hasta la tienda del mariscal ¡Todo se hizo en rapidez y desorden por la sorpresa!
El escuadrón capturado fue desatendido y aprovechando la confusión hicieron del llamado a sus corceles quienes desde los corrales de botín donde fueron resguardadas las montas, saltando las trancas ¡Hicieron por sus hombres! Un puñado de los centauros mexicanos recién llegó su monta hicieron por desmembrar a la vez a los celadores que les cubrían ¡Siendo todo un caos unos riñen contra otros! Mientras en el intento zafan los amarres.
¡Todo va con el plan de Santa Anna! Dejarse capturar Mejía y sus hombres por la última escaramuza, adentrarse a los terrenos del mariscal para saber los cañones y artillería con la que cuentan y dar a regreso por la retaguardia apoyando al general Miñón en la primera emboscada ¡Todo opera según el plan! De los más arriesgado, pero no estaba el momento mara nimiedades.
– ¡Seguidme a la batalla mis valientes! ¡Andad! – Ordena Tomás Mejía que se ha roto los amarres, su fiel caballo de nombre Caravas en círculos comienza en hábil entrenamiento a disponer las órdenes de su fiel sacerdote, en febril estampa comienza a destrozar cuerpos enemigos con su espada de mando, una fulgurante danza macabra de sacrificio ¡Uno y otro es traspasado por el filo artero del jinete! Sucumben todos quienes le enfrentan ¡Detrás su escuadrón comienza la estampida de muerte!
Mientras tanto desde el plano de la escarpada su serenísima Santa Anna observa con el catalejo la maniobra de su general Tomás Mejía ¡Abriendo un surco de hombres que corren a su flanco izquierdo! Heridos, maltrechos ¡Aterrados!
– ¡Es la señal! – Gritó con todas sus fuerzas, levantando su espada de generalísimo comandante y presidente de México ¡Hace en relincho a su lusitano! Se dirige a la batalla seguido de todos sus generales quienes al observarlo no hacen más que admirar al héroe de batallas interminables donde en todas ha salido victorioso ¡Aquel de letras de oro! Aquel de infamias y acusaciones. Aquel que de simple estampa se le nota como uno de los senadores romanos ¡Apoyado por toda una legión! ¡Pero que ahora dirige una nación de hombres valientes a la defensa de la patria! Mancillados por la invasión de norteamericanos, por aquellos planes expansionistas que causan novedad.
¿Quién podría ante semejante odisea? Solo el Homero de su serenísima.
– ¡Ah por ellos! ¡Que no quede aliento alguno del pie que mancilla! – ruge con voz de trueno mientras su monta corre a todo galope – ¡Por esta tierra! Matarlos y apresadles – La estampida de cabalgaduras por detrás de su infantería se hace en una nube interminable de pólvora que llega desde el campo de batalla hasta las nubes ¡Cañonazos mexicanos en contra de la formación americana abren paso al cuerpo del ejército del Norte!
Los norteamericanos no comprenden la manera de comportarse del ejército del Norte ¡El generalísimo Santa Anna va a la cabeza de su cuerpo de infantería! Detrás le acompañan miles de caballería que doblegan en número por mucho al invasor ¡El espectáculo de valentía es admirado! Jamás hubieran imaginado a su comandante Taylor salir a frente de su ejército ¡Se admira la valentía! Pero también el arrojo de su serenísima ¡El terror cunde en los norteamericanos!
¡La lluvia arrecia! El viento tira a favor del ejército del Norte ¡La naturaleza se pone al servicio de la patria! Escribiría Lucas Alamán.
Una vez en el campo de batalla se vislumbra la caída de la nube de pólvora, la lluvia penetra como filosos cristales el cuerpo por el gélido viento mientras que por sorpresa va de una y otra vez al desaparecer la nube de la pólvora de los fusiles ¡Centauros míticos saltan al enfrentamiento de cuerpo a cuerpo! Los infantes americanos que caen rendidos ante las espadas y fusileros.
¡La caballería mexicana arrasa el primer embate en el pequeño terreno de la Angostura! Mientras el general Mejía sigue con sus hombres dejando un camino de sangre y devastación ¡Los cañones americanos comienzan su destrozo! Pero la pertinaz lluvia aliada del ejército del Norte hace de las suyas ¡La mecha no apremia! Mientras los cañoneros tratan de sacar mechas secas de sus ropas ¡Hábiles de caballería de los más de seis mil de ellos hacen del corazón de los jóvenes sajones! Caen unos sobre de otros, mientras unos de infantería mexicana con sus kipás hacen de agua y la vacían en los cuerpos de los cañones, otros con sus hachas destrozan la base de madera ¡Se han inutilizado más de treinta cañones!
El grupo de Dragones, la compañía de los llamados rangers de Texas al mando de McCulloch’s junto con la brigada de Indiana del brigadier Joseph Lane se enfrentan cuerpo a cuerpo con la primera división de infantería del general Pacheco – aquel dócil al amor de las pretensas potosinas cuyos pañuelos aún guarda en recuerdo de la valía- en feroz encuentro hacen del avance de los mexicanos sin oposición alguna y una masacre de cuerpo traspasados por las bayonetas dejan claro que son apenas unos mozalbetes de dieciséis años ¡Unos niños! Sin piedad fueron masacrados.
La infantería de la quinta brigada comandada por el brigadier José López Uraga se enfrenta en desigual batalla ante la caballería de Arkansas dirigida por el coronel Archibald Yell y a los montados de Kentucky quienes reciben órdenes del coronel Humphrey Marshall, a los norteamericanos se les hizo fácil empujar ante la infantería del general José López Uraga al ver que avanzan por la escarpada montaña, solamente que se les olvidó que agazapados en los árboles les cayeron como lluvia los soldados mexicanos ¡Haciendo tumbo del jinete y traspasando sus cuerpos con las bayonetas! Las pérdidas fueron numerosas de caballería americana y los animales también fueron sacrificados – parte de ello para comida-.
La reserva de caballería que le hacen de retaguardia a los de Kentucky está armada con las piezas ligeras del tercero de artillería de brigada de Indiana, con su primero y segundo de regimientos de Infantería, los rifleros del Misisipi y los escuadrones primero y segundo quienes al ver la fiereza de los soldados mexicanos salieron a la par de resguardo dejando una carnicería de ambos lados ¡De nuevo los mexicanos salen victoriosos! En esta ocasión fueron tomados los caballos quitando los destellos de identidad y sillas de montar fueron soltados – para estorbar- al campo de batalla, los animales confundidos arrasan con quien esté frente de ellos.
La cuarta brigada de Caballería de los generales Miguel y Manuel Andrade con sus regimientos activo de Michoacán y lanceros presídiales alcanzan a Tomás Mejía en una pinza de destrozos y cuerpos caídos del enemigo, heridos los norteamericanos son alcanzados para rematarlos por las bayonetas y espadas de los de caballería ¡Una inmensa columna de agazapados soldados saltan por el flanco izquierdo! Dan feroz encuentro con los hombres de Mejía y Andrade ¡Todos se admiran que el general Mejía aún esté como si comenzara la batalla! Integro, fuerte y enfocado en destrozar cuanto uniforme americano observara ¡La lluvia arrecia! El frío hace de uno más de los generales de Santa Anna ¡Obedece Tláloc a sus indicaciones!
Santa Anna ha ingresado al cuerpo de batalla sin un rasguño ¡Su albo corcel ni siquiera tiene una mancha de sangre o lodo! Impecable, inmaculado, admirado por su ejército le observa como una luz de fuerza e inspiración ¡Sus generales de escolta se encargan de que el generalísimo no reciba siquiera un suspiro de respiración del enemigo! Arremeten en feroz trote hacia cada uno de los contrincantes ¡Su aterciopelado tricornio impermeabiliza la mente del serenísimo!
¡Llegan en feroz lucha hasta la casa de campaña de Taylor!- ¡Ha escapado su serenísima! – le dice su escolta.
– ¡Buscadle! ¡Arremeter con todos y en contra de todos! No dejad uno solo con vida… ¡Tres estruendos de cañonazos que sucumbieron a los animales ensordecieron a toda la escolta! El generalísimo se agazapa en su corcel mientras este se levanta en cuartos traseros ¡La doma es inauditamente ágil!
¡Un zumbido que no cesa resuena en la cabeza de su serenísima!
En espectral visión sus escoltas de retaguardia han perdido la cabeza ¡Sus jinetes solo montan por añadidura sus corceles! La metralla los decapitó. Impávido su serenísima pateó los traseros de los animales para que cabalgaran y abrieran el paso ante dantesca escena, dirigiendo su camino hacia el cuerpo de infantería “b” cuarto de Artillería de campaña dirigidos por el capitán John Washington. Santana rearmó su escolta y se abrió paso detrás de los decapitados sin vida que cabalgan al entrenamiento de sus corceles, partiendo al cuerpo de infantería ¡Batalla mental!
¡Los norteamericanos no alcanzan con la lluvia a discernir lo que ven sus ojos! Espectrales generales sin cabeza les atacan ¡Huyen despavoridos en terror!
Continuará…