En 1973 se estrenó una película con un tema apocalíptico titulada “Cuando el destino nos alcance”, Soylent Green fue el título en inglés, en la cual la sociedad literalmente se comía a sus muertos convertidos en barras nutritivas.
Las personas ignoraban eso, pero la propaganda del Estado los mantenía en un estado de gracia. La ignorancia permitía evadir la realidad para mantener una sociedad en modo feliz.
Toda proporción guardada, y sin el enfoque dramático del celuloide, conviene voltear la vista hacia nuestra propia realidad, donde un 60% de la sociedad, según encuestas, está conforme con la situación actual, en el ficticio y artificial estado de bienestar en que nos quiere ubicar el régimen actual.
Pese a la retórica presidencial no estamos bien y penden sobre nosotros reales y posibles amenazas que habrán de desvanecer el espejismo que nos ha planteado este sexenio.
Las cifras macro económicas, más dependientes del desempeño de la economía de EUA, que de nuestro propio dinamismo, ayudan a figurar un marco de estabilidad y crecimiento que quiere atribuirse este gobierno sin merecerlo.
Fuera de eso, no hay un rubro de los indicadores de bienestar que haya crecido. Tampoco tenemos avances en la cultura democrática pues el presidente ha pasado de las consultas plebiscitarias al más claro autoritarismo y el estado de derecho sucumbe ante la voluntad presidencial, para la cual la ley no es la ley ni lleva a la justicia, solo su palabra salva y absuelve, solo su palabra condena.
Los contrapesos que el constitucionalismo republicano en el que vivimos impone, están siendo colonizados, subyugados, amenazados, estrangulados orgánica y económicamente, para que solo la voluntad presidencial impere.
El poder legislativo, dominado por una mayoría servil y obsecuente está lejos de representar al poder popular, solo representa al presidente y la oposición es incapaz e insuficiente para poner coto a los atropellos al proceso legislativo.
El poder judicial resiste con el único escudo que son sus resoluciones apegadas a derecho y no a la voluntad del mandatario, a pesar de la colonización con ministras a modo, siendo hasta hoy el último dique al autoritarismo.
El espejismo del bienestar persiste, sostenido por el gasto público en pensiones y becas. El gasto que esto ocasiona ha puesto a las finanzas nacionales al borde de la crisis, con un déficit público de 1 billón 693 mil millones, equivalente al 4.9% del PIB, y una deuda bruta del sector público federal de 15 billones, 219 mil 393 millones de pesos. (Cámara de Diputados CEFP).
El régimen habla de austeridad pero en los hechos ha sido dispendioso y derrochador. Las obras emblemáticas del sexenio, sin excepción, han tenido sobrecostos impresionantes y sus cuentas ocultadas bajo reserva, catalogadas como de seguridad nacional. La falta de transparencia ha sido la marca del sexenio con un record de asignaciones de contratos y compras en forma directa.
Contrario a lo que pareciera buscar este gobierno, con una mayor participación estatal en la economía, el deterioro de las capacidades institucionales provocado por la irracional e irreflexiva austeridad, le resta al Estado capacidad para cumplir su papel de equilibrador de las diferencias que surgen de la desigualdad social, la cual no se acabará ni en el más dictatorial régimen.
Lejos estamos de sociedades democráticas donde las necesidades elementales, salud, educación y servicios, son cumplidamente atendidas por el Estado. A este gobierno le quedó grande el país, no supo cómo, cuando tuvo el pudo. Se perdió en el laberinto de la demagogia privilegiando la popularidad del gobernante por no tener la capacidad del estadista.
El resultado, lo sabemos hoy los que atentos a las cifras contemplamos el retroceso en todos los ámbitos. La competitividad del país ha caído. De 2019 a la fecha descendió seis lugares en el ranking mundial del International Institute for Management Development IMD y ocupa el lugar 56 entre 64 países evaluados.
Aun así, la campaña presidencial del oficialismo nos habla de continuidad y ahí está el verdadero peligro de llegar al punto en el que el destino nos alcance. La carga financiera que las decisiones populistas están dejando, gravitan negativamente en la ya de por si deficitaria hacienda pública.
El desorden en el gasto que ocasiona el dispendio presidencial, ha obligado a contraer más deuda y el peso de la misma recaerá en las siguientes administraciones. Es previsible que la continuidad anunciada implique mayor carga pues el populismo, traducido como clientela electoral, produce votos, cuesta mucho pero no reduce la pobreza, solo la mantiene contenta.
Cierto que hay margen de endeudamiento, ya no mucho por cierto, pero será insuficiente si la reforma de pensiones que se ha anunciado, más con un claro sentido electoral que con responsabilidad y sentido común, se llega a materializar en sus términos.
La continuidad prometida ahondará más el hoyo de las finanzas. Feo panorama para un país dividido, acosado por la violencia y una mayoría mediatizada a la que habrá que despertar.