Ariel González
Desde 2018 el presidencialismo más arcaico e inflexible está en proceso de regeneración. Es así como se justifica, acaso en forma involuntaria, esa parte del nombre que lleva el partido en el poder: Regeneración Nacional. Porque si algo han regenerado los diputados, senadores y ministros de este gobierno ha sido precisamente la concentración del poder en un solo hombre, lo que ha hecho posible que reviva también, ya como lugar común, la vieja anécdota porfiriana de que cuando el Primer Mandatario pregunta qué hora es, el funcionario más cercano le responde, sin ningún empacho, “la que usted quiera, señor Presidente”.
Regeneración, obviamente, no es lo mismo que invención. El presidencialismo ya había vivido sus mejores momentos con el priismo, así que lo único que han hecho los morenistas, obedeciendo ciegamente las instrucciones de su fundador y líder, ha sido intentar reciclarlo lo más aprisa posible. Es decir, volver a ese régimen patrimonialista donde, como escribió Octavio Paz, “el jefe de Gobierno —el Príncipe o el Presidente— consideran el Estado como su patrimonio personal”, y en el que “el cuerpo de los funcionarios y empleados gubernamentales, de los ministros a los ujieres y de los magistrados y senadores a los porteros, lejos de constituir una burocracia impersonal, forman una gran familia política ligada por vínculos de parentesco, amistad, compadrazgo, paisanaje y otros factores de orden personal. El patrimonialismo es la vida privada incrustada en la vida pública. Los ministros son los familiares y los criados del rey”.
¿Les resulta conocido todo esto? Creo que sobran los ejemplos a cargo de los hijos y demás familiares, compadres, amigos y fieles sirvientes del ocupante de Palacio Nacional (que no inquilino, porque nunca ha pagado renta, que yo sepa). El único obstáculo para que esta vuelta al presidencialismo más primitivo se concrete ha sido la división de poderes, al menos en la parte que todavía la representa formalmente: legisladores de oposición firmes en su papel de tribunos y ministros independientes de la Suprema Corte de Justicia dispuestos a sostener el entramado constitucional. Por lo demás, los organismos autónomos como el Instituto Nacional Electoral (INE), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), lo mismo que la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y la Comisión Reguladora de Energía (CRE), estorbosas instancias para los negocios familiares y de los empresarios cercanos, son en conjunto la barrera que igualmente impide al presidencialismo lopezobradorista el control total del Estado.
El próximo 5 de febrero, en el Aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, en lugar de asistir a Querétaro –y de paso evitar que lo asalten en el camino– el Presidente López Obrador va a presentar un paquete de reformas constitucionales que insiste en la desaparición de las instancias independientes, esos “organismos facciosos, onerosos y antipopulares” del “periodo neoliberal” (que sólo en su imaginación ya no está en curso) creados para “proteger a particulares y afectar el interés público”.
Sabe que no cuenta con la mayoría necesaria en el Congreso para la aprobación del paquete de reformas constitucionales que anunciará, pero de todas formas lo presentará el próximo 5 de febrero. ¿Para qué? Algunos analistas han señalado que se trata de una maniobra de distracción: mientras surgen a diario nuevos escándalos de corrupción, presiones o chantajes a los medios de comunicación para que los periodistas más incómodos callen (el caso más reciente es el de Azucena Uresti), persistente desabasto de medicamentos, destrucción del ecosistema por el Tren Maya, o crece la marea de violencia que ahoga al país, el objetivo sería que nos entretuviéramos comentando sus imposibles reformas constitucionales.
Sin embargo, la razón más importante que se puede advertir para impulsar en este momento ese paquete de reformas, no es otra que la de colocar en el centro de la campaña presidencial de su delfín, Claudia Sheinbaum, esa agenda regresiva y autoritaria de reformas que son absolutamente prioritarias para garantizar la continuidad de la Cuarta Transformación. Esto es, mientras el periodo de intercampaña, de acuerdo con las reglas del INE, mantendrá a los candidatos sin poder aparecer en spots o debates en radio y televisión, el Presidente llevará la voz cantante del proyecto de Morena, anunciando y promoviendo con todo su aparato de propaganda las reformas constitucionales que no pasarán, pero que en unas semanas serán la bandera principal de la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum. Así pondrá en marcha la reactivación del “Plan C” (la promoción del “carro completo” para acabar de una vez con los contrapesos) y también una grosera forma de hacer campaña sin la candidata y de poder decir, con toda claridad (aunque sin travestismo alguno): “la candidata soy yo”.
Nobleza Obliga:
En esta primera entrega, no puedo menos que agradecer al director general de Plaza de Armas, don Sergio Arturo Venegas Alarcón, así como a su director editorial, Sergio Venegas Ramírez, la apertura de sus páginas a estos comentarios, espero claros y directos, hechos Desde la terraza.
@ArielGonzlez
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