Una de las ocupaciones de sus últimos días del periodista Mariano Otero Mestas era desacreditar a toda costa y de manera inmediata las acciones bélicas del generalísimo Santa Anna, días previos a que los dos ejércitos – el de Zacarías Taylor y el Ejército del Norte- entraran en batalla para evitar a toda costa el avance de las tropas norteamericanas que ya han tomado la ciudad de Monterrey, un vasto territorio de Coahuila y se dirigen hacia San Luis Rey del camino de las minas del Potosí, con poco más de seis mil hombres, Taylor pretende darle una lección de guerra de academia – aquella de salones de clase y universidades- al ya héroe de todos los ejércitos su serenísima Santa Anna quien cuenta con diecinueve mil hombres perfectamente adiestrados en batalla.
Le acompañan en la reunión José María Luis Mora quien recién partirá a Paris como ministro plenipotenciario un historiador que ya ha publicado sus obras acerca de las estadísticas que guarda la República y que se debe poner más atención al diálogo y menos a lo bélico; Juan Nepomuceno Cumplido vicegobernador de Jalisco quien por todos lados trata de hacer ver que Santa Anna no es el mejor presidente que requiere la República en ello gasta su tiempo, dinero e influencias, les acompaña el ex alcalde de Guadalajara José López Portillo y Serrano, casado con María Rojas de la Torre hija de una de las familias más adineradas y conservadoras de México, aunque López Portillo siempre se ha considerado de pensamiento liberal.
El tema del día: Desacreditar al General D. Santa Anna – así se lee en la carta de invitación-
Mariano Otero dentro de su oficina editorial se ponía como de bruces sobre el escritorio floja la corbata, desabotonados chaleco y pantalones, medio zafadas las botas; tenía siempre a mano dulces o bizcochos, quesadillas o muéganos, porque era muy goloso. Gustaba del papel excelente, escribía una letra redonda y clarísima como grabada y sus útiles, como reglas, compases, etc. eran de todo lujo.
Mariano Otero recuerda cuando estuvo encarcelado junto con Mariano Riva Palacio una vez sacaron a la luz pública en su periódico comentarios en contra del Pronunciamiento de Huejotzingo el 11 de diciembre de 1842, en donde inclusive se ratifica la presidencia de Santa Anna, pero todo el apoyo que le dio a Santa Anna, Otero lo desvaneció cuando su serenísima sacó el decreto que cualquier periódico que incite a la desobediencia se castigará con cárcel ¡No obedeció y fue capturado! A pesar que gracias a la nueva ley del generalísimo Benemérito de México que bajaba a veinticinco años la edad para ser diputado benefició al periodista para serlo.
Quien por cierto Otero debido a las irregularidades del proceso de encarcelamiento por parte del Estado, hizo toda una tesis en contra del auditor Florentino Conejo resaltándole la idea de subordinación del Estado al derecho y no al revés, dejando las bases para lo que se conocerá como el Juicio de Amparo.
-Dime mi buen amigo Mariano Otero ¿Te contestó la carta nuestra “generalísimo” comandante? – pregunta el doctor Luis Mora con un aire de burla por tratar de ir armando las cajas de texto una vez tengan el escrito final.
-Me contesta con todas sus solemnidades, pero no da curso a la petición.
-Dicen que Zacarías está presto al combate pero que los diecinueve mil hombres de Santa Anna los pueden descuartizar de uno por tres, es tal vez el mayor ejército armado en defensa de nuestras tierras – les comenta Juan Nepomuceno.
¡Tocaron la puerta de la casa de la editorial con fuerza! En la dirección de la calle Rebeldes número dos.
Al asomarse por la ventana vieron que era el postal que le trae las cartas solicitadas a la legislatura acerca de las condiciones que se guardan ante la inminente llegada de los norteamericanos a la Ciudad de México, recibieron el postal y le regalaron una bolsa de galletas al cartero, quien asombrado agradeció el gesto.
-Anda con prisa abridla ¿Estamos ante una llegada masiva de norteamericanos?
Mariano Otero lee una y otra vez la extensa carta del jefe de Plana Mayor del Ejército de Palacio Nacional Gabriel Valencia, quien a santo y seña da detalles tan perfectos que inclusive le dice el número y nombre de cada uno de los capitanes del ejército de Taylor, el grado, compañía arcabuceros y parque con el que se cuenta. Al leerles la carta deja claro que los americanos en poco tiempo estarán tomando la ciudad y peor aún, el último reducto de defensa no son los activos del ejército mexicano ya que todos están con gobernadores, diputados y claro con Santa Anna, sino las escuelas de caballería y el Colegio Militar donde los jóvenes apenas son unos niños.
– ¿Cuántos cadetes tendrá el Colegio Militar señor? – instruye Luis Mora.
-Según estos datos del jefe militar no exceden unos ochocientos cadetes, los dirige el general de división Nicolás Bravo en el castillo de Chapultepec, acompañados por el experto general José Mariano Monterde -Todos hicieron mueca de asombro -Entonces debemos ser cuidadosos de lo que vamos a sacar a la luz pública.
-Siempre lo hemos sido – arremetía Otero –
El armado de un periódico no es sencillo, se deben escribir a mano los artículos de cada uno de los colaboradores, recibirlos con prontitud y después convertir esos manuscritos en cajas de imprenta, es decir, se arma letra por letra que están grabadas en acero – o madera- del tamaño en que las persona lo van a leer, cada línea es del grueso de una columna, varias líneas puestas una arriba de otra forman la columna, así la página completa se componía de cuatro columnas de ancho y noventa líneas de alto.
Cada ejemplar consta de cuatro páginas impresas a cuatro columnas, presenta paginación progresiva por tomo. El 15 de enero de 1843 los editores informaron que el periódico dejaría de publicarse debido a un decreto en contra de la libertad de imprenta, “…por cuyo medio – aseguraba dicho decreto- se han sembrado y fomentado las doctrinas revolucionarias, procurando hacer dudosa la legitimidad o conveniencia de todo sistema constitucional y legislativo, atribuyendo a los depositarios del poder una constante tiranía y concitando al pueblo a la desobediencia y rebelión”
Cada autor de una columna, para evitar ser reconocido por el Estado, cuenta con un seudónimo, así Manuel Payno su seudónimo fue “Yo”, Guillermo Prieto escribía como “Fidel”, Mariano Esteba y Uribarri “Querubín”, José Tomás de Cuellar “Facundo” e Ignacio Ramírez “El Nigromante”. Con esto no solo evitaban las persecuciones, levantamientos o asesinatos – en el peor de los casos- sino que no manchaban su reputación política ¡Era vital que el editor Mariano Otero no develara los nombres! Custodios de la letra, les decía el general Lucas Alamán.
En este periódico se anuncian joyerías, servicios de carruajes, libros de editoriales como librería Galván, Librería Mexicana, el Monte de Piedad, perfumes, productos antivenéreos, sastres, vinos y licores. Inclusive publican especiales con temas referentes a nuevas reformas a la constitución o pequeños insertos de moda para las mujeres y perfumería ¡Editarlos era caro! Pero valía la pena por el éxito.
Como columnas aparecían libros completos con entregas semanales que se dan a conocer en intercambios con casas editoriales, esto permite dar a conocer nuevos escritores y que las personas no solo obtengan la visión ideológica, sino permitir el asombro de narrativas creativas, romances, aventuras y exóticos relatos.
La publicación del Periódico Siglo Diez y Nueve es diaria, no es accesible cuesta dos reales, consta de cuatro hojas, representa uno de los instrumentos de información – y sublevación- que mejores resultados da, lo lee prácticamente toda la zona de Jalisco, Ciudad de México, San Luis Rey del Potosí, Aguascalientes; por su tiraje y contenido en algunos de los estados está prohibida su repartición y los jefes de distribución terminan aporreados en esos lugares, a lo cual Mariano Otero ya había demandado el cuidado de los alguaciles a sus distribuidores, pero siempre se le negó por parte de la autoridad argumentando que era un afiche panfleto provocador.
Estados como Querétaro lo venden de manera clandestina en la parroquia de Nuestra Señora de Santa Ana, aquella del cura diputado Félix Osores Soto Mayor, traductor de la Historia de México del jesuita Xavier Clavijero, invitado para diseñar la Constitución de Cádiz, que después con esa experiencia fue parte del primer Congreso Mexicano en 1822 y parte del Congreso General Constituyente de 1823.
– ¡Nos lo prohíben en varios expendios por presiones ideológicas! – argumentaba Mariano Otero a sus invitados- nos limitaron en donde venden café y pan, afuera de las parroquias, nuestros distribuidores han tenido que hacer la venta como se hace en Londres ¡Contratando gritones que den las noticias por la calle llevando un bulto de periódicos bajo el brazo! Ha resultado muy útil.
-A nuestro querido general Santa Anna nunca le ha parecido la forma de como describimos sus andanzas, ha hecho de todo menos gobernar ¡Andemos con cuidado amigos! Con cuidado, recordad que las paredes escuchan y los mirones no son de palo por estos lados.
-Santa Anna ha perdido la cordura- señala- su sentido de patriotismo ensalzado por su amor a la patria, dentro de esta visión romántica de las guerras napoleónicas de uniformes celestes oscuros con dorados destellos, para él la ¡Nación es el Congreso! Con ello nos ha llevado a batalla tras batalla.
-Pero lo siguen cada uno de los soldados, capitanes, y generales como un verdadero héroe ¡Con letras mayores! ¿Solo en pequeños desvelos y bohemias se atreven afrentarlo? – pregunta Juan Nepomuceno.
-A nosotros nos ayudó cuando el ministro de guerra José María Tornel nos amenazó de muerte y calmó los ánimos del exacerbado general.
20 de febrero de 1847, salida del Ejército del Norte de San Luis Rey del Potosí hacia la Angostura.
Después de que le avisaron a Santa Anna que el clero mexicano hizo todas las travas para evitar se aplicara la ley de “Manos Vacías” – afrenta que después cobraría- que su jefe general del Ejército se había aplicado al conseguir sesenta lingotes de plata recaudados a comerciantes de la ciudad de San Luis Rey – a la fuerza dicen unos- decidieron partir hacia la Angostura debido a que las escaramuzas de los norteamericanos, han sido derrotadas por el general Tomás Mejía en exitosas afrontas; ahora debe moverse todo el numeral de más de diecinueve mil efectivos con sus mujeres – otro ejército – quienes en su mayoría asisten a sus hombres, pero también han sido contratadas algunas para sostenimiento e higiene de los heridos, como dice el serenísimo general: “Ejércitos sin mujeres ¡Es un oprobio!”
La salida comenzó con la infantería que al encontrar cualquier río o lago – que abundan- paraban al refresco, situación que ocasionaba que la caballería no pudiera avanzar.
Por cada instante que se acercan hacia la hacienda de Buena Vista el general Tomás Mejía y sus hombres parten de nueva cuenta a enfrentar a las escaramuzas de caballería que los norteamericanos lanzan en ocasión de que, al regresar – si el joven pinalense lo permite- informen del número, caballería y armada con la que cuenta el ejército del Norte, situación que poco se presenta debido a que el asalto a todas las emboscadas del general Mejía es en grado mayor efectivas ¡Así se reportan!
El negro azabache brillante del bridón del serenísimo Santa Anna acompaña su andar en suntuosas ancadas ¡Como si marchara! Su crin trenzada le hace ver de mayor tamaño, sus estoperoles de grado de comandante le hacen del Pegaso de mando para su ejército completo, sin trinar ni chistar por mucho el general Santa Anna muestra su poder y fama en trote de mando. A su paso la trompeta de orden avisa que su serenísima pasará por la tropa en donde todos levantan la voz en una ensordecedora ovación, vítores de ver – tal vez por vez primera- a quien los dirigirá hacia la Victoria, aquella alada de angelicales destellos ¡La serenísima deidad! Cómo ya le gritan.
¡El ejército completo le ovaciona!
Uno de sus escoltas le extiende la mano y le entrega un periódico “El Siglo Diez y Nueve” del día, recién impreso. Solo alcanza a leer el encabezado de reojo:
¡Santa Anna se dirige a su batalla mayor!
Continuará…