Hace unos días, mi atención fue captada por una nota sobre la inminente necesidad de acelerar la transición energética en México, un tema que resuena con urgencia en el escenario global actual. Sin embargo, esta lectura me llevó a reflexionar: en las estrategias que se están debatiendo y planeando para esta transición, ¿se está dando la debida importancia a la gestión del recurso hídrico? Esta pregunta abre un diálogo necesario sobre cómo la transición hacia fuentes de energía más limpias y sostenibles está intrínsecamente ligada a una gestión eficiente y consciente de nuestros recursos hídricos.
En un mundo que enfrenta una emergencia climática de proporciones sin precedentes, la necesidad de acelerar la transición energética se ha vuelto más apremiante que nunca. No se trata solo de una crisis nacional; sino de un desafío global que requiere una respuesta inmediata. Mientras el sector energético en México ha comenzado a reconocer esta urgencia, es imperativo que ampliemos nuestro enfoque para incluir una perspectiva ambiental crítica, con un énfasis especial en la gestión del agua.
El agua, ese recurso esencial para la vida, está en el epicentro de esta crisis climática. Nuestros sistemas hídricos están sufriendo las consecuencias del cambio climático: desde la escasez en algunas regiones hasta las inundaciones en otras. La transición energética no es solo una cuestión de reducir emisiones de carbono, sino también de abordar cómo la producción y el consumo de energía afectan nuestros recursos hídricos.
Mientras el sector energético avanza hacia la descarbonización, el sector ambiental enfrenta su propia urgencia. Debemos integrar políticas y prácticas que no solo sean amigables con el clima, sino que también protejan y restauren nuestros ecosistemas acuáticos. La transición energética debe contemplar la conservación de los cuerpos de agua, la eficiencia en su uso en procesos industriales y la implementación de tecnologías limpias que minimicen el impacto ambiental.
Tecnologías innovadoras en el tratamiento de aguas residuales y de lodos biológicos han demostrado que es posible convertir lo que tradicionalmente se consideraba “desecho” en una fuente valiosa de energía. Los sistemas que aprovechan los gases emitidos de la descomposición, como el metano, para la producción de energía, no solo brindan una fuente renovable y sostenible de energía, sino que también contribuyen significativamente a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Al adoptar prácticas que integren el tratamiento del agua con la generación de energía, podemos abordar simultáneamente dos de los mayores desafíos ambientales de nuestra época: la crisis del agua y el cambio climático. Este enfoque holístico no solo es esencial para una verdadera transición energética, sino que también pone de relieve la interdependencia de nuestros sistemas naturales y la necesidad de soluciones que abarquen múltiples facetas de la sostenibilidad.
Enfrentamos una carrera contra el tiempo para mitigar los efectos del cambio climático, pero no podemos permitir que nuestros esfuerzos se limiten al ámbito energético. La crisis climática es también una crisis hídrica y ambiental. Por lo tanto, nuestro enfoque debe ser holístico, integrando políticas energéticas que tengan en cuenta la protección del agua y la salud de nuestros ecosistemas. Es un desafío formidable, pero también una oportunidad para replantear y reconstruir un futuro más sostenible y resiliente.