El escuadrón de más de cuarenta hombres fieles al generalísimo y excelentísimo San Anna escoltan al general Tomás Mejía, quien comanda los ejercicios de caballería para la batalla que se prevé será en Buena Vista Coahuila, donde pernoctan cerca de allí en San Luis Rey más de diecinueve mil hombres del cual se ha conformado ya el Ejército del Norte, cercanos a la capital.
El camino a la llegada del lugar en donde Tomás Mejía nació es porque su padre ha caído en una enfermedad de edad la cual le ha limitado su visión y andar, enfermo, abandonado se avisó al joven general que en ocasiones le han visto pernoctar en las frías calles del pueblo, al amparo en ocasiones de que alguien le de un mendrugo y en otro cobijo, su cabalidad se ha perdido y en andrajos camina como un alma en pena.
Los soldados que le acompañan admiran por mucho al elegido por el propio general Santa Anna, no solo por sus capacidades en los excelentes ejercicios de maniobras y doma de la caballería, sino por su afilado temple y gallardía en la pelea hombre a hombre, les ha enseñado con el florín lo necesario del ataque, su voz tintinea al mando de las órdenes y ha orquestado el ejercicio de la caballería jamás imaginado por el ejército invasor del general Zacarías Taylor, quien agazapado les espera en Coahuila, el general Mejía les tiene una desagradable sorpresa a los invasores.
Desde los llanos de San Luis Rey de las minas del Potosí hasta el poblado de la serranía Pinal, aquella del antiguo camino de Escanela, pasan por el árido monte, el acuoso terreno de huasteca, tomando por ríos y manglares, haciendo la subida hacia el frío Pinal, todos los climas habidos y por haber ¡En un solo trayecto!
Cercanos al pueblo serrano el general Tomás Mejía pidió entrar solo pocos, de otra manera se alertaría la presencia de soldados y es posible estallen algunos levantamientos ¡La gente es brava por estos terrenos! Si habláramos de estrategia militar estas tierras dan agua a los ejércitos, comida y sustento ¡Podrían estar años y no se terminan las provisiones! Son lugares ricos e interminablemente proveedores. Les menciona el general.
Así una pequeña avanzada de ocho hombres ferozmente armados hace el ingreso a caballo junto con el general, a esas horas de la madrugada aún se escuchan las lechuzas del templo parroquial, algunos coyotes hacen de las suyas entre avisos a la manada, el general temía lo peor ¡Entrar al pueblo y ver a su padre tirado en algún rincón de la plaza principal! Según los datos dados por su hermana en correo privado.
-Mi señor general ¿Cuáles son los santos y señas del su señor padre? – le preguntó su capitán.
-Hace tiempo dejé a este terruño casi por el corazón partido de buscar nuevas aventuras hacia un esperanzador y promisorio destino, se me ha concedido, seguro mi padre no es en nada igual a la imagen cuando marché, la sorpresa señores será siquiera encontrarle vivo ¡Por Dios ruego que así sea!
– ¡Mirad ahí general! – a la distancia unos hombres armados a pie se acercan a la avanzada apuntando con sus armas.
– ¡Secad el paso señores! ¿Qué mercan por estos lares? – Mejía tomó a bajarse del caballo y al ver los grados que destellan y el uniforme de inmediato bajaron las armas, sorprendidos, trataron de adivinar a la brigada que pertenecen.
-Atentos señores, atentos, somos del ejército del general Santa Anna, he venido a permiso especial de mi serenísima a buscar un asunto personal, que de mucho me ayuda a guiarme.
– ¡Enseñadme su identidad señor! – le dijo el avizor en un español poco conocido en este pueblo donde todos hablan huasteco y otomí.
Entre los ejercicios militares, entrenamientos, cabidas y reuniones el general Santa Anna no redactó los papeles necesarios para otorgar de manera oficial el grado de General a José Tomás de la Luz Mejía Camacho, lo único que le acompaña son sus papeles de Capitán de Caballería. Al mostrarlos el avizor solo pudo preguntar.
– ¿Porqué sus vestimentas son de general señor? ¿Usurpa acaso tal grado? Aquí le podemos dar fusilamiento por tal osadía.
– ¡No señor tengo testigos de grado y uniforme! – le indicaron que bajara para que fuera al cuartel del pueblo y diera informe de su presencia la razón de su visita. Una vez hechos los arreos correspondientes tomó el general al capitán destacado y le indicó con mucha pena la situación de su propio padre, para quien le diera la oportunidad de lograr encontrarle y mejorar sus condiciones – ¡Será un honor señor ayudarle! En propia lid me encargaré yo mismo de encontrarle- de manera sospechosa la ayuda fluía de pronta forma, pareciera urgía se fueran, el general estaba asombrado, pero también prevenido, recordaba su pasaje en San Luis Rey donde recordó que le habían sorprendido en aquel baile – “Debo ser cuidadoso”- pensaba absorto.
Al escuadrón que le acompaña y que acampa en los linderos les había indicado que si encontraban algo fuera de lo normal se escucharían las campanas de la parroquia y debían entrar de inmediato al pueblo, de otra manera las vidas de quienes conformaban la avanzada ¡Del propio general corrían peligro! Una vez dejaron la capitanía se dirigieron solos a buscar por todos los callejones, corrales, casas y jarcierías, con la posibilidad de hacerse de manera física de un rincón en donde el padre del general pudiera estar ¡No encontraron a nadie!
Al entrar el alba el frío arreció y el general hizo a que en cada casa se tocara, con la merced de la disculpa, pero que se preguntara si habían visto a Don José Mejía si es que alguien recordara a su padre; al final del medio día, con el sol puesto y sin menguar el frío ¡No se obtuvo respuesta! Se retiraron al campamento improvisado donde ya les esperaban sus hombres con el rancho del día.
– ¡José Tomás! Su merced… – se escuchó a lo lejos. Por alguna razón el general recordó la voz ¡Pero era imposible! Era un niño cuando la escuchó. Volteó a su avanzada y les indicó que siguieran, que después los alcanzaría – ¡No podemos hacer eso señor! Tenemos órdenes del mismísimo general Santa Anna de no dejarle solo- le recodaron.
– ¡Retiraos si no regreso para el atardecer regresen a buscarme! Es una orden – tomaron rumbo a los linderos.
Al acercarse Mejía a la voz y conforme fue aminorando la densa neblina del frío descubrió en la figura aquella persona de cuando niño le arrebató la pequeña oveja que tantos embrollos había hecho entre su padre y él, casi la razón para que tiempo después partiera ante la primera oportunidad -¡Sígueme- le indicó al voz, tomaron por el camino del empedrado del muerto – llamado así porque en los constantes enfrentamientos de rebeldes por estas tierras, la capitanía les fusila justo en esa calle a la pared baja del templo- ¡Sintió un horrible escalofrío desde su nuca hasta sus manos! Un pequeño dolor en su pecho le aprisionó la respiración – ¡Vamos hombre no te quedes! trae a tu animal por este lado y amárralo ¡No podrá subir la ladera! – de inmediato Mejía recordó la ladera del desfiladero a donde lleva a la cueva.
Llegaron una vez caminaron una escarpada subida, la cansada respiración que hace que entres en calor a pesar del frío que aprisiona – ¡Imposible que su animal subiera! Por un lado, el vacío y por el otro las hojarascas que patinan las ancas de cualquier avisado brío.
-Toma un poco de potaje joven Tomás- le invitaba en un tazón que casi escurría su contenido, con el detallado cuidado tomó el brebaje y lo probó ¡Suave salina ave que en sabores dieron su regreso a la niñez! De verdad lo necesitaba – ¿Encontraste a tu padre Tomás? – “No señor” le contestó mientras disfrutaba su caldo, asombrado.
-Creo que viniste solo a mercar algo que de tus mercedes bien que le muinas no “jayarías”, ¿Es di verdad que ansina pensabas que “loibas a jayar”? – Es probable mi señor, mantenía la posibilidad debo de ser honesto- contestó.
– ¡Mírate na´más! Todo un “siñor” general ¡Quien ti mercara! Pero ansina mismo que tu choñe se “sintiría rite” orgullosa de tu merced ¡Ansina que casi la escucho! Pero anda mércame ¿Cómo “jue” posible?
El general cada vez se iba sintiendo incómodo, no sabía si el potaje que le calentó el cuerpo tenía alguna hierba, común en estas tierras que la gente le pusiera “algo” a la comida, o si era el fervor de tanto camino para no encontrar a su padre, todo se juntaba en un sentir. El avispado hombre se levantó y tomó un pequeño palo de mando, lo sacudió haciendo sonar sus semillas que llevaba dentro le destapó ¡Echó las semillas a un plato de hueso del cráneo de algún primate! Se puso a escudriñar, mientras que pegaba con el mando al suelo llevando un ritmo casi hipnótico.
– ¡Mira mi general! – Tomás Mejía abrió los ojos desorbitadamente al escuchar que la voz no le pertenecía al hombre que antes le hablaba, asombrado trató de interrumpir para cuestionar ¡No lo logró! La voz diferente continuó:
… Mirad maestre, estos son tus huestes de caballería que ganaran todo lo que pongas a su paso ¡Atacarás por este lado! Luego por este flanco ¡Pon atención a lo que observas! Solo así ganarás las batallas ¡Una a una! Paso con paso ¡No desesperéis! Cada uno de tus bridones saben ya que hacer ¡Lo has hecho magistral maestre! Continuad así…
La diferenciada voz repetía el mismo mensaje una y otra vez, dejando en trance al hombre que le había invitado el potaje ¡Se balanceaba cada vez que repetía! Con su bastón de mando llevaba el ritmo incrementando conforme repetía las mismas frases ¡Hasta que de tanta fuerza se desvaneció!
-General… ¡General! – con fuerza trataban de despertarle- ¡Despertad señor! Mirad hacia aquella ladera… ¡General!
¡De un solo salto se repuso el general Tomás Mejía! Sacó su florín y lo colocó en la barbilla de quien le despertó ¡Aún en somnolencia trataba de enfocar lo que pasaba!
– ¡Atinad general! Son sesenta de caballería norteamericana ¡Es una avanzada que se dirige a Jalpan! Señor a sus indicaciones ¡Arriba todo el campamento! A las armas- gritaba atinado el capitán – ¡A las armas!
¡Todos montaron! En estampida los cuarenta mejores jinetes de la compañía del general Tomás Mejía, en perfecta sincronización, avanzaron a todo galope por la ladera, el alto follaje y el camino que de bajada tomaron hicieron la facilidad para lograr ponerse al lado de los invasores ¡Quienes al verle y destacar los uniformes trataron de avisar! Los cornetines se dejaron sonar y los que van al frente deben dar una alargada vuelta para no chocar con todo el cuerpo de caballería norteamericana, que al sonar de clarines tratan de regresar.
¡Maniobra tardía!
La caballería de Mejía atinaba en atravesar con destreza en pleno galope a todos quienes osaban colocarse delante de los metales ¡Los disparos no tardaron en hacerse sonar! Entre nubes de pólvora las espadas atraviesan a unos y a otros, Mejía ya más despabilado ordena:
– ¡A maniobra de tres! Maniobra de tres – todos los jinetes del general se colocan a los flancos de cada uno de las montas norteamericanas ¡A todo galope! Por el izquierdo atraviesan con la espada al jinete y por la derecha cortan las riendas del animal ¡Al no sentir el castigo salen a desboque!
¡Es un éxito la maniobra!
El capitán de la avanzada norteamericana junto con sus hombres al ver el movimiento ¡Trata de regresar por el alto del cerro para tratar de perderse! Y regresar hacia el campamento de donde salieron ¡Mejía lo observo!
– ¡Voy por ellos! Continuad capitán- tomó camino para cerrarle por los senderos que plenamente conoce y se atina a lograr después de un rato a ponerse de frente a ellos; tres de sus mejores hombres le acompañan ¡Tomando de frente hacen la emboscada! Lidereando el ataque Mejía saca su espada y sin más logra acercarse a todo galope para traspasar el pecho del sorprendido capitán americano ¡Con tal destreza que sus hombres se distraen observando! Después de un giro con su monta en los cuartos traseros, regresa de sorpresa y por el flanco ¡Entierra de nuevo su espada al otro soldado norteamericano! Así en un rito de giros y sangre se arremolina, asestando una y otra vez ¡Un espectáculo macabro de muerte y ancestros espíritus de estas tierras! Su mirada se pierde en la ferocidad de los movimientos ¡No queda la duda mínima de saber que están ante un guerrero elegido por los dioses!
¡Su mesías!
Continuará…