Había una vez, dos políticos surgidos de las tierras tropicales del sureste que, cada uno en su momento, resintieron la naturaleza de un sistema del que fueron parte. El caso es que uno de ellos, no pudo llegar a ser gobernador de su estado, había renegado del aparato que antes lo cobijaba y pensó que la base social que había logrado construir le era suficiente para serlo y fue derrotado por las mismas fuerzas que tan bien conocía.
A partir de ahí, hizo de la derrota su bandera y de la victimización su estandarte. Se integró a la coalición opositora más fuerte, y al poco tiempo logró encabezar al partido político resultante de la aglutinación de fuerzas de izquierda tradicionales, radicales y moderadas, en torno a disidencias notables del partido mayoritario.
Con el tiempo, logró desbancar a los líderes morales de ese nuevo partido, diluir la fuerza de la tribu dominante y agrupar a su alrededor a las restantes llegando a ocupar la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal. Por su parte el otro, había jugado con las reglas del juego tanto como fue suficiente para llegar a ocupar la gubernatura de su estado. Se le consideró un político brillante, con una carrera exitosa, hasta que por alguna circunstancia desafortunada cayó no solo en desgracia sino que también en la cárcel, víctima de las mismas reglas del sistema que indican que no te debes enemistar con los que tienen el sartén por el mango.
El tiempo y las circunstancias, pusieron a los dos, en condiciones de participar más activamente en la política nacional. Uno encabezando al partido que logró arrebatar de sus fundadores, el PRD y el otro consolidando al que llamó Convergencia Democrática. Unidos por el enemigo e interés común, se integraron en alianza electoral y participaron en la elección de 2006, acompañándose también en las denuncias de fraude electoral que siguieron tras la ajustada victoria del candidato de Acción Nacional, en un proceso histórico pues el PRI se colocó en tercer lugar por primera vez en su historia.
Ambos, decidieron reestructurar sus fuerzas y uno fundó el Movimiento de Regeneración Nacional y el otro, el partido llamado Movimiento Ciudadano, el primero aglutinando las fuerzas de la izquierda y el segundo intentando conjuntar a los ciudadanos inconformes con los partidos tradicionales y convirtieron al PRIAN en su enemigo común. Doce años después el primero alcanzó el poder y el segundo conquistó gubernaturas en estados importantes en constante afán por ser la segunda fuerza política, sin ocultar su encono contra los partidos antes dominantes.
Actualmente, ambos siguen persiguiendo los mismos objetivos, conservar el poder y desplazar o desaparecer a sus opositores, y aunque en apariencia exhiban divergencias menores, en el fondo siguen siendo los mismos aliados con los mismos objetivos, apoyándose entre sí. La muestra es clara; en el estado de Jalisco, donde la hegemonía de MC es innegable, la rebeldía del gobernador y el intento por integrarse al Frente Amplio Opositor fue mediatizada por el propio presidente invitándolo a recorridos en el tren maya y ofreciendo apoyos por lo que, la disidencia en MC quedó en petardo y Morena aspira a quedar como segunda fuerza, dividiendo el voto de la entidad que ocupa el número 3 en la cantidad de votantes probables para favorecer a la candidata oficial.
El complemento para debilitar las opciones del frente opositor, que sería la nominación de un candidato joven y disruptivo como el gobernador de Nuevo León se les ha complicado pero sigue firme la intención de dividir el voto de los inconformes con el actual gobierno. Es evidente, se entienden y apoyan, lo han hecho durante años, la alianza práctica y de viejo tracto, mal disimulada, está funcionando buscando un final feliz para este cuento el cual sería, no la transformación del régimen como lo anuncian, sino el reacomodo, la nueva relación de fuerzas políticas para instaurar una nueva hegemonía en el siglo XXI, con sus partidos dominando la escena política nacional.
La democracia pues al servicio de quienes han hecho del resentimiento y la venganza política su leit motiv. Uno en permanente victimización, no es culpable de nada, todo es culpa de otros, hasta de sus propios errores que no reconoce, y el otro en inquebrantable y ambicioso afán, cómplice sagaz en busca de honores para el demócrata que finge ser. Protagonistas de un drama Wagneriano rodeados de un cuadro amplio de comparsas en persecución del interés propio, que cambian de principios como de ropaje haciendo de la política un mercado.
El país, la sociedad, merece otra política y políticos, que privilegien el equilibrio de las fuerzas para crecer y no solo la destrucción del adversario. Sin un propósito común, la nación seguirá dando tumbos y la política, la democracia, de mal en peor.