Hugo Lazcano
Con La última victoria mexica. Una novela sobre la noche triste, Enrique Ortiz revisiona la Conquista, poniendo en perspectiva que ni Hernán Cortés y sus huestes españolas eran unos carniceros ni el emperador Moctezuma y los mexicas unos pacíficos que vivían en concordia.
Para el divulgador cultural –”Tlatoani Cuauhtémoc” en sus redes sociales–, el propósito de este libro de 540 páginas es empatizar con el lector interesado en la historia de México narrando acontecimientos que tienen sustento en fuentes verificables.
“En esta historia no van a encontrar los lectores cosas disparatadas. Todo está sustentado por pasajes, párrafos y fuentes del siglo 16 (Bernal Díaz del Castillo, Francisco López de Gómara, entre otras), en gran medida. Es una crónica que me llevó investigarla año y medio y escribirla un año completo”, dice en entrevista Ortiz.
La bella doncella tenochca Citlalli y el guerrero Cuauhtli son los protagonistas de La última victoria mexica (Grijalbo), y, a través de la búsqueda de ambos por consolidar su amor, el autor construye una crónica bélica alrededor del potente choque de dos civilizaciones.
Con la libertad que brinda la novela histórica, pero riguroso en no falsear datos ni personajes, Ortiz pinta un lienzo que evoca la magnificencia de un imperio lacustre, incluidos su grandeza cultural, artesanal y su poderío militar, pero también sus excesos y abusos, al igual que con la parte española.
“Teniendo una sólida investigación como base, yo no puedo llegar a juzgar a Hernán Cortés como un carnicero, ni tampoco decir que los mexicas eran las hermanas de la caridad, cuando realmente eran parte de uno de los regímenes más totalitarios, absolutistas y opresivos que hubo en estas tierras hacia sus vecinos. Eran hegemónicos, militarizados, expansionistas, elegidos por un Dios; que ellos mismos crean esa historia…
“Mesoamérica, contrario a los que muchos dicen, no era el paraíso. Unos dicen: ‘La esclavitud llegó con los españoles… las violaciones, las enfermedades’. Aquí, en esos tiempos, los mexicas solían arrasar con las poblaciones que se les rebelaban; a niños, mujeres y ancianos los tomaban como esclavos o para ser sacrificados. Aquí ya había sífilis, ya había treponema (bacteria que la causa); eso no lo traen los españoles. Había prostitución y homosexualidad”, reflexiona Ortiz.
El punto de arranque del relato es la Matanza de Tóxcatl, ocurrida el 22 de mayo de 1520, en la que el conquistador Pedro de Alvarado (llamado Tonatiuh por los mexicas), a cargo del resguardo de Moctezuma prisionero en el Palacio de Axayácatl, decide con sus hombres acribillar a cientos de personas en el Templo Mayor durante un festejo.
Cortés ha ido a Veracruz con parte de su ejército y aliados tlaxcaltecas a enfrentar a Pánfilo de Narváez y sus soldados, enviados para apresarlo y llevarlo de vuelta a Cuba por órdenes del gobernador Diego Velázquez de Cuéllar.
Tras ese caótico y sanguinario hecho, la novela aborda los acontecimientos, tan contradictorios y desafortunados, que llevarán a la expulsión de los españoles en la batalla conocida como la Noche Triste, acaecida el 30 de junio de 1520.
Y la apuesta, sostiene Ortiz, fue describir lo mejor posible la majestuosidad de un pasado perdido, y dar un retrato de la complejidad y los contextos vivenciales de los protagonistas de ambos bandos a lo largo de casi 40 días que marcaron el rumbo de lo que después terminaría siendo México.
“Eso es lo rico de esto, que tú vas, a través de la visión de los personajes, generando la empatía, el interés, y también haciendo una suerte de comparativa de pasajes que te van llevando de la mano con lo que que históricamente pasó.
“Es algo que ningún académico se atreve a escribir, porque estás hablando de emociones, de sufrimientos, pero quienes nos metemos a estudiar el proceso histórico sabemos cómo fueron los momentos de algarabía, de triunfo, de derrotismo, de depresión de mexicas y españoles. Eso creo que enriquece a la historia nacional y de la humanidad”, expresa el autor.