Erika P. Bucio
Si no estuviéramos en otoño, se verían las enormes pencas de plátano en el jardín de Guita Schyfter (San José, 1947), además de la banca de hierro forjado en cuyo escudo Hugo Hiriart mandó inscribir “Costa Rica y México”, las dos patrias de la cineasta.
“Todo en este jardín da frutos”, dice la realizadora de 76 años entre las plantas y los árboles del jardín, que evocan la rica vegetación de su tierra natal, abundante en microclimas y, por tanto, privilegiada.
Vino para estudiar psicología en la UNAM, carrera que en Costa Rica no existía. Esa fue una razón, la académica, pero hubo otra más poderosa, quería salir de un pequeño país conservador, y de la comunidad judía, todavía más pequeña.
“No había para dónde moverse y yo quería conocer el mundo”, narra Schyfter, fascinada por la posibilidad de contar historias en imágenes, abandonó la psicología.
Mientras sus colegas discutían sobre objetivos y evaluación en la cafetería del Instituto de Tecnología Educativa de la Universidad Abierta de la Gran Bretaña, ella pensaba: “Esto es el aburrimiento”.
En su primer día del curso de televisión, mientras veía la edición de un programa sobre las mujeres en Cuba y la Revolución, cortando aquí y pegando allá, sus intereses cambiaron por completo. “Yo dije, esto es lo que yo quiero hacer”.
Los ojos vidriosos revelan en la directora una gripe incipiente, se recupera en estos días del estreno en el Festival de Cine de Morelia, fuera de concurso, de su película El Águila y el Gusano, la adaptación de la novela homónima de Hiriart.
Una sátira de los tiempos que nos tocó vivir, una sátira de México, pero sin mencionarlo jamás de manera directa. “Nunca había visto yo a Hugo tan crítico y tan enojado, y es una comedia”. Schyfter se atiene a lo que aprendió de un curso sobre la comedia en Estados Unidos: “La comedia es el arte de estar enojado”.
Paga con esta película una deuda con su marido, el guionista de sus películas, y quien por años ha hecho lo que Schyfter ha querido. “Pensé: nunca he hecho nada de Hugo”. Así que asumió el reto mayúsculo de adaptar el libro, publicado en 2014 y dedicado a la cineasta: “A Guita, la hija de Salomón Schyfter, otra vez”.
Ni por tratarse de una adaptación de la novela de Hiriart, la directora pudo conseguir fondos a través del IMCINE, a pesar de intentarlo en las convocatorias de guion, producción y desarrollo. “Ya rechazar un guion que Hugo quiere escribir, sí me parece un poquito, atrevido”, desliza con mesura.
Durante años rogó para conseguir el dinero para levantar el proyecto. “Rogar es la palabra”, recalca, hasta que al fin consiguió el apoyo de FEMSA. Trabajó con un joven productor, Yair Ponce. “Son los que se avientan a hacer esas cosas porque alguien que sabe, pues no”. Su hijo Sebastián Hiriart hizo la fotografía y Ximena, su hija, fue productora ejecutiva.
Cuando terminó El Águila y el Gusano, le preguntó a Hiriart: “¿Destruí tu libro?”. Y él generoso y siempre de buen humor, la tranquilizó: “No, no, no. Es más, voy a volver a escribir y meterle alguna cosa de tu película”.
Hiriart y Schyfter han trabajado juntos por más de 50 años. Desde Novia que te vea (1993), su ópera prima a partir de la novela de Rosa Nissán sobre dos amigas judías, es él quien escribe los guiones, aunque siempre sobre ideas de ella.
Una mancuerna creativa al estilo de Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego, de quienes Schyfter copió la fórmula, algo que dice, se da mucho en el cine y no solo entre parejas sino también entre hermanos, como Ethan y Joel Cohen o las hermanas Lana y Lilly Wachowski.
“Siempre nos peleamos, pero la desgracia es que no puedo trabajar con otra persona”.
Aunque Alejandro Lubezki se sumó como guionista su película Sucesos distantes (1994), acerca de un entomólogo obsesionado por conoce el pasado de su mujer, una actriz rusa de teatro en México.
Schyfter se reconoce incapaz de estructurar un guion. “Pero puedo leer los diálogos que son lo que más me gusta del cine, siempre, siempre”. Cuando era una adolescente en Costa Rica, se maravillaba con los diálogos de las películas de Sandra Dee y Troy Donahue.
“Yo decía, ay, por Dios, cómo se le ocurrió decir esto tan inteligente en este momento”, se carcajea al recordarlo. La pluma de Hiriart satisface esa fascinación de Schyfter. “No hay nadie que escriba los diálogos de Hugo, lo digo yo, no me importa, así es”.
Pero Schyfter e Hiriart son muy distintos. “Él lo que tiene es una fantasía exorbitante y yo necesito conocer muy bien la realidad de lo que voy a hacer”.
Por eso cuando quiso meterse al mundo indígena que desconocía, lo reencaminó y rodó su documental, Los laberintos de la memoria (2006), en el que exploró el pasado de su familia, quiso averiguar de dónde venía.
Sus padres eran inmigrantes judíos europeos: Salomón Schyfter, de Tluste, en Ucrania, y Fanny Lepar, de Kruk, en Lituania. Él llegó a Costa Rica en 1929 y ella, en 1936.
“Yo siempre creí que yo había nacido de la nada, ¿me entiendes? Porque si mis papás ni eran de aquí ni quién sabe de dónde eran. Por eso yo siempre tenía esa necesidad de buscar mis raíces personales”.
Schyfter unió su búsqueda a la de Maite Guiteras, originaria de los Altos de Chiapas, dada en adopción por su madre cuando era niña. La cineasta supo de esa historia por una amiga de la familia.
“¿Me ayudarías a encontrar a mi familia biológica?”, le propuso Guiteras, en su primer contacto por teléfono, sin conocerse.
En 1956, la antropóloga estadounidense Roberta Montague, que vivió muchos años en Chiapas, adoptó a Teté como le llamaba, y pidió a su amiga, la reconocida etnóloga cubana Calixta Guiteras que fuera su madrina.
Pero Montague murió en 1960 de forma repentina y Guiteras, quien había regresado a Cuba con el triunfo de la Revolución, regresó por Maite, la adoptó y crió en Cuba.
El padre de Schyfter venía de un shtetl (poblado, en yiddish) muy pobre, donde escaseaba el trabajo, pero a diferencia de muchos lugares donde los judíos no podían tener tierra, los abuelos de Guita compraron una casa en Tluste, pero no podían pagarla. Para conseguir el dinero, es que emigró el padre de la directora y productora.
“Tluste, de donde era mi papá, y esa casa son mi cosmogonía, el lugar de las leyendas, de los cuentos”, dice la cineasta.
A pesar de tener la posibilidad de hacerlo, Salomón Schyfter nunca regresó a su pueblo. “Yo no tengo nada que hacer allá, a toda mi gente la mataron”, le dijo a su hija. Guita no le insistió más. En el documental, la cineasta comparte “el regreso al mundo desaparecido de sus padres en Lituania y Ucrania”.
En Costa Rica, a la que siempre amó, Salomón Schyfter encontró la libertad. Es también el paraíso personal de Guita, verde como su jardín frutal.
Fuera del ‘folclor’ que gusta en Europa
Guita Schyfter tiene una teoría para justificar por qué no es invitada a los festivales de cine.
“En Europa lo que les interesa de México es el folclor de la miseria, entonces, si tienes pobres, drogadictos, si tienes migrantes, padres que abusan de los hijos. Todo eso está muy bien, son historias que hay que contar, pero no todos podemos contar esas historias”, opina.
El Águila y el Gusano no tiene ninguno de esos elementos, al menos abiertamente, aclara.
“No entro en el folclor de la miseria”, declara. Schyfter cuenta lo que puede contar. “Los directores somos contadores de historias” .
Cuando entrevistó al pintor oaxaqueño Rufino Tamayo para un documental le dijo: “Yo no pinto indios, cualquiera puede, cualquiera puede sentarse en la plaza y hacerlo. No, yo me fui al alma”. Eso mismo hace Hiriart a su estilo en la novela, valora Schyfter.
En esta película trató de reunir a los actores de anteriores películas y que son sus fetiches: Angélica Aragón, Claudette Maillé, Selma Beraud, quien murió poco después del rodaje, Dolores Heredia, y Ernesto Laguardia.
De un curso de producción de televisión en la BBC de Londres, extrajo lo que ha sido la norma en su relación con los actores: “Ponen su imagen en tus manos, respétala, no los hagas quedar mal”.
En la clase de actuación le pusieron como ejemplo a Paul Newman, el más guapo del mundo, pero con unas piernas muy delgadas. Eso no se fotografía.
A cambio, Schytfer espera de sus actores una actuación verdadera, que sea creíble.
“A veces me meto tanto en las escenas que estoy filmando que se me olvida decir ¡corte!”.
Jamás ha podido decir “¡acción!” en sus rodajes. “Siento que estoy suplantando al verdadero director”. Una tarea que delega en su asistente. “Decir ‘luces, cámara, ¡acción!’ se me hace, ridículo. Ni que yo fuera Fellini”, se carcajea.
Siempre la historia de México
Cuando Guita Schyfter llegó al País, se fascinó con la historia de México, mucho más compleja que la de Costa Rica, un país aparte, diferente al resto de Centroamérica.
De alguna manera, dice, todo cuanto ha hecho tiene que ver con la historia de México, desde los audiovisuales para el Archivo General de la Nación cuando Alejandra Moreno Toscano se encargó de transferirlo a Lecumberri.
O su docudrama sobre la breve visita de Graham Greene al País en el invierno de 1937-38, Los caminos de Greene (1987) o una película como Huérfanos (2013) sobre Melchor Ocampo.
Estudió a profundidad al liberal del siglo 19, personaje que le acercó la historiadora Patricia Galeana durante una cena. Hablaban de hacer una película sobre Carlota, tan mal tratada su imagen en México, tachada de loca cuando era la encargada del Imperio.
“Es que ese siglo 19 mexicano, por ejemplo, Melchor Ocampo. ¡Imagínate! Era un huérfano que se enamora de su nana”, le comentó Galeana. Schyfter se olvidó al instante de Carlota, Ocampo era su personaje.
“El siglo 19, ¡qué personajes!”, recalca la cineasta. “(Es) el mentor de Benito Juárez y todo lo que le achacan a Benito Juárez, lo hizo Melchor Ocampo. (Las leyes de Reforma) con su pluma las escribió”.
Su libro de cabecera es Don Melchor Ocampo, reformador de México (1954) de José C. Valadés, un regalo de su hijo, el jurista Diego Valadés.
“Es mi historiador de cabecera, en todo y cualquier cosa. Yo leo a otros, pero solo si él está de acuerdo. Fue muy criticado y muy echado de lado y me identifico con eso, porque me cuesta muchísimo levantar mis proyectos porque entre más pasan los años más difícil me ha sido”, admite.