Francisco Morales
“Estoy envuelto en azul”, reflexiona el pintor mexicano-estadounidense Roberto Gil de Montes, en entrevista a distancia desde su estudio en La Peñita de Jaltemba, Nayarit.
“El cielo es inmenso y vivo enfrente del mar”, señala.
Hace poco, según cuenta, recibió la visita de un ejecutivo de la sede de la galería Kurimanzutto en Nueva York, quien le hizo notar que todo ese azul, el que lo arropa todos los días, se había trasladado a su paleta de colores.
“Cuando se fue, pensé: ‘Sí, ahora lo veo’, pero cuando estuve pintando verdaderamente no estaba consciente de que estaba usando tanto azul”, reconoce.
Una vez asumido este hecho, sin embargo, encontró el significado profundo de ello: “El azul es también símbolo de la verdad, de la espiritualidad, entonces había algo ahí, un cuestionamiento”.
Fue esto lo que, finalmente, lo llevó a elegir Reverence in Blue (Reverencia en azul), como el título de su primera exposición individual en Nueva York, que se inaugurará este 9 de noviembre.
“Estaba buscando una idea que me conmoviera, y es el ser auténtico y, en cierta manera, hablar con la verdad, cualquiera que sea, y con respeto; más con respeto”, afirma.
“Hay algo que me mueve no nada más a ser auténtico, sino a ser yo mismo, a no complicarme mucho en mi trabajo y en la vida, porque es lo mismo”.
En cierta forma, Gil de Montes (Guadalajara, 1950) ha seguido este principio desde el inicio de su carrera, en Los Ángeles, donde emigró con su familia a los 15 años y formó parte del movimiento chicano.
Desde sus inicios como uno de los artistas de la galería Jean Baum, pionera en la ciudad para la representación de artistas afroamericanos, latinos y asiáticos, desarrolló un lenguaje propio a partir de su identidad migratoria y LGTB+.
Residente en Nayarit desde hace cerca de dos décadas, ahora sus pinturas muestran la exuberancia del paisaje costeño, retratan a sus personajes -como a sus pescadores y lancheros- y retoman elementos de la iconografía wixárika y de otras culturas, sin dejar de lado la estética queer que atraviesa su obra.
Como uno de los dos mexicanos -ambos migrantes en Estados Unidos- elegidos el año pasado para formar parte de la Exposición Internacional de Arte de la Bienal de Venecia, Gil de Montes se ha vuelto un artista sumamente solicitado en años recientes.
“Toda esta atención que me está pasando, de cierta manera, es muy incómoda para mí”, reconoce, algo añorante.
“En Los Ángeles hay muchas galerías, mucho movimiento, pero yo estaba muy estable, y eso me gustaba, la estabilidad para seguir trabajando, pero ahora, que tengo mucha más atención, eso me hace pensar en mí, no nada más como pintor, sino como persona, de tener los pies en la tierra”.
Ante esta circunstancia, el pintor se obligó a rechazar toda invitación este año y permanecer exclusivamente en La Peñita de Jaltemba, trabajando, con lo cual llegó a concluir más de 30 pinturas nuevas para la exposición en la Kurimanzutto de Nueva York.
Esta búsqueda intensa, a través del azul de la verdad y la autenticidad, resultó en una serie de obras que resultan completamente personales e introspectivas, con narrativas provenientes directamente de la vida del artista.
Así ocurre con Farewell (El adiós), una obra de tres muchachos en traje de baño, parados en posiciones distintas, que contemplan la luz del atardecer en una bahía, con la figura central mirando hacia el horizonte entre las rocas.
Los personajes originalmente iban a estar bañándose cerca de un cementerio a la orilla de la playa, pero Gil de Montes omitió cualquier referencia a este lugar, que sí existe en La Peñita, cuando un amigo suyo le contó que había recibido un diagnóstico médico que le auguraba pocos años de vida.
“Cuando hago algo en el paisaje, siempre hay una salida. Está el paisaje, está el mar, tal vez, o un estero, o el río, y en el trasfondo hay una salida a otro lugar”, explica sobre la reflexión que todo ello detonó acerca de su obra.
“Eso me parece que es algo que trasciende lo que estoy haciendo, el tema, la vida”, abunda.
Otras de las nuevas obras de este 2023 también se valen del simbolismo inquietante, o intrigante, que el pintor lleva años cultivando, como en el caso de Wrecked (Destrozado), donde un pescador posa sensualmente en los restos de una lancha destruida.
Lo mismo en Dos hombres y un gatito, una escena poscoital donde dos personajes, uno de ellos vestido como un tigre, comparten cama con un felino durmiente.
Algunos comentarios sociales y políticos explícitos también están presentes, como en Música de fondo, donde un guitarrista interpreta una canción frente una pared balaceada, con un charco de sangre en la acera.
Hay otros, también, más metafóricos, como en Entrevista con el venado azul, donde este animal sagrado de la cultura wixárika atraviesa el cementerio frente al mar del pueblo nayarita que Gil de Montes, de 73 años, ha hecho su hogar.
La exposición en Nueva York estará acompañada de obras de archivo, de décadas atrás, que dialogan con las nuevas piezas, en una curaduría que todavía está por definirse.
También, como parte de la muestra, el pintor tendrá una conversación pública con Joey Terrill, artista chicano queer con el que formó parte de la escena angelina para hablar sobre el movimiento al que pertenecieron.
Arropado por ese azul que representa la autenticidad, Roberto Gil de Montes lleva su obra desde La Peñita de Jaltemba hasta Nueva York.