Desde que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México, ha dejado una marca indeleble en la política del país. Con su estilo populista, pero sobre todo con sus mañaneras diarias ha generado fervientes seguidores y críticos acérrimos. Ha polarizado a la sociedad mexicana (como diría él) como nunca antes. Ahora, hacia el final de su mandato, al no haber logrado todas las reformas constitucionales que pretendía, ha ajustado su estrategia política, enfocándose en dos obsesiones: asegurar su legado como un gran presidente y garantizar que la próxima presidenta sea la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum.
Para lograr sus objetivos, además de estar negociando tras bambalinas para que haya tres o cuatro candidatos presidenciales que diluyan el voto de la oposición, AMLO está adoptando una estrategia que ha demostrado ser efectiva históricamente: mantener a los votantes satisfechos, sobre todo hacia el final del mandato. Como lo expresó Bill Clinton en su momento, “es la economía, estúpido”. Cuando la economía crece y la población se beneficia de políticas gubernamentales, es menos probable que opten por un cambio radical en las elecciones.
En su último año de gobierno, AMLO ha propuesto un presupuesto de egresos altamente deficitario, proyectando un déficit público del 5.4%, el más alto en las últimas décadas. Se acabó la “austeridad republicana”. El gobierno inyectara mucho dinero a la economía para mantener contenta a la población. Además, se espera que aumente significativamente el salario mínimo y otros beneficios sociales. Estas medidas, si bien pueden ayudar a Morena a ganar las elecciones, plantean un dilema importante para la próxima administración. La próxima presidenta, heredará una situación fiscal complicada. Tendrá que sostener los niveles de gasto necesarios para mantener niveles mínimos de inversión, sostener los subsidios en todos los rubros, seguir apoyando a Pemex, mejorar el sistema de salud y más, mucho más. Esto implicará cambios importantes en materia fiscal o endeudamiento del gobierno. Será un desafío monumental para el gobierno entrante. En otras palabras, AMLO está dejando una “bomba de tiempo económica” para su sucesora.
Es aquí, como dice el dicho mexicano, que pretende “matar dos pájaros de un tiro”. ¿Por qué estaría dispuesto a complicar el éxito económico de su sucesora? Precisamente para lograr su primera obsesión. Dificultar que lo vaya a opacar.
Además, como cereza del pastel, AMLO deja varios flancos externos de difícil manejo, abiertos. Entre estos se encuentran, los temas delicados de las violaciones al T-MEC en Energía y Agricultura. Las facturas llegarán en el 2026 cuando venga la revisión del tratado. Ahí ya no habrá escapatoria y no se necesitará la decisión de paneles de controversia que Biden no ha querido convocar por acuerdos a los que llego con López Obrador (tal como lo expliqué en mi columna, El T-MEC y las opciones de Amlo). Para entonces ya no estará AMLO y además ya sea Biden (que ya no podría reelegirse en caso que ganara) o cualquier otro el presidente de los Estados Unidos, será borrón y cuenta nueva. La factura llegará con intereses.
Por supuesto estarán en primera fila, el tema del fentanilo y la migración en donde ya también hay voces de demócratas que opinan que Biden no está haciendo bien las cosas. Este tema lo abordaré en otra entrega.
Esta estrategia de AMLO nos hace preguntarnos sobre su verdadera prioridad: ¿Estará más interesado en el bienestar a largo plazo de México o en asegurar sus obsesiones? ¿Es válido sacrificar la estabilidad económica futura por políticas de corto plazo? La historia juzgará estas decisiones, pero queda claro que AMLO está dispuesto a jugar un juego político arriesgado en sus últimos días en el poder. El tiempo dirá si su estrategia resulta ser un golpe maestro o un costoso error para México, y su gente.