En la gran representación teatral que ha sido este sexenio, los símbolos han sido utilizados con frecuencia por la inclinación personal e innegable del presidente a darle mayor teatralidad a su personaje.
Desde que se invistió hace años como presidente legítimo, con banda cruzada al pecho y gabinete alterno acompañando, dio muestras de su proclividad a usar los símbolos en sus escenográficas presentaciones, como en la propia conferencia matutina, en la que canciones, imágenes o vídeos son utilizados para provocar emociones.
El simbolismo es un movimiento poético que tuvo su origen en el Siglo XIX y se desarrolló por cuatro grandes poetas franceses; Baudelaire, Mallarmé, Verlaine y Rimbaud y tenía como objetivo relacionar el mundo material con el emocional o espiritual y así lo aplicaban en su literatura con un estilo metafórico y sugestivo.
Pero el poder de los símbolos, capaces de motivar emociones, pasó de los poetas a otros actores de la historia, menos sensibles y más pragmáticos, como los fascistas y nazis que crearon toda una cultura de símbolos gráficos para expresar y reafirmar sus convicciones y poder.
Sin embargo y para no caer en el dramatismo, que tiene, claro, el mismo objetivo emocional, vayámonos mejor a la comedia, a la farsa, a las representaciones que más que crear una emoción tienden a divertir y usan para ello la fatuidad, el engaño.
En la más reciente farsa, no puede decirse última pues queda un año de representaciones, que pudiera titularse “El bastón del mandón” el presidente ha recurrido a un símbolo trascendental en el mundo indígena, el bastón de mando que en algunas culturas y tradiciones de nuestros pueblos originarios tiene un profundo significado espiritual y su traspaso se reviste de solemnidad, respeto, y formas que tienen que ver con tradiciones culturales, leyes y procedimientos propios.
El presidente se ha apropiado de estas tradiciones sin tener el menor derecho a hacerlo, y mucho menos a convertirlo en una parodia ridícula solo para demostrar que él es quien tiene el poder y que quien lo recibe, lo recibe por él.
El símbolo ancestral de autoridad convertido en escenografía, en un símbolo fatuo útil para su propaganda política, para darle contenido a los medios y entretenimiento al pueblo, para que no se magnifique la pobreza del informe presidencial o las fallas del Tren Maya en su recorrido inaugural, o de como todavía no sale gasolina de Dos Bocas aunque lo haya afirmado, y preferentemente que se hable de todo menos de Xóchitl Gálvez.
Este gobierno está hecho de símbolos fatuos, el bastón ha sido el último, el menos costoso pues aunque las campañas, que no eran campañas, hayan sido muy onerosas, no se comparan con los costos de esas “simbólicas” obras.
La Refinería de Dos bocas es, para el gobierno, un símbolo de soberanía y autosuficiencia energética, aunque en los hechos no resuelva el tema pero si acredite la voluntad nacionalista y patriótica del mandatario; como también es un símbolo fatuo el Tren Maya que afirma la voluntad inflexible del gobernante preocupado por el desarrollo del sureste; o los libros de texto gratuitos como símbolo de la transformación y la revolución de las conciencias.
Todos ellos, y otros más que se pueden enumerar, son símbolos fatuos, figuras representativas que, como dice el diccionario, “utilizan la sugerencia o la asociación de las palabras o signos para producir emociones conscientes.” Y son fatuos pues recurriendo de nuevo al diccionario, “fatuo deviene del latín fatuus que significa estúpido, tonto y delirante en sus afirmaciones”, este adjetivo a la vez se deriva del verbo fatour que se usaba para expresar “estar en estado de delirio profético.”
Por otra parte, el adjetivo fatuo se usa para calificar a dos tipos de personas, por un lado a quienes tienen una actitud presuntuosa, petulante, engreída, y por otra, para calificar a personas con escasa capacidad para razonar, faltos de entendimiento.
Tal vez esta última definición sirva para terminar de calificar al mayor de los símbolos fatuos del régimen, que es el AIFA y la cancelación del NAIM. Pese a las fundadas observaciones de expertos, consejeros y ministros la obra se canceló y el otro se construyó sin conectividad terrestre. Lo importante era el simbolismo, dejar constancia de que era él quien llegaba a ejercer el poder. Es decir, lo hizo porque podía y porque necesitaba un símbolo para demostrar su poderío.
El bastón de mando es la menos costosa manifestación de poder, una tradición usurpada para concluir la escenificación montada para disfrazar el famoso dedazo, el fatuo símbolo de la voluntad imperial. Hay otros signos que oponerse a la fatuidad celebratoria, pero esos están en las morgues o en las pancartas de madres que claman por sus desaparecidos o tantos más que se encuentran en la áspera realidad nacional.