Agencia Reforma
Coral Bracho (Ciudad de México, 1951) supo que la poesía era lo que más le interesaba cuando al escribirla vivió la intensidad del canto. Descubrió un lenguaje, el lenguaje de la poesía.
Nunca concede entrevistas, concentrada por completo en su obra, pero, a raíz del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2023, que le fue anunciado este lunes, accedió a contestar algunas preguntas, cuyas respuestas ha elaborado por escrito y lee en una llamada telefónica.
El fallo del jurado del galardón, al que dio voz Vittoria Borsò en conferencia de prensa, reconoce que “la poesía de Coral Bracho se pregunta por las maneras en que el mundo se descubre y nombra, provocando una inteligencia sensible por parte de la instancia lectora. Su trabajo se vuelve entonces un archivo de experiencias vitales donde se piensa el olvido, la enfermedad, el dolor y la muerte”.
Una obra poética que comienza con la plaquette Peces de piel fugaz (1977), salida de la editorial de Federico Campbell, La Máquina de Escribir, con ocho poemas sobre el recuerdo, el amor, la muerte y el tiempo, y, también, su primera aproximación a lo erótico. Poemas que escribió como trabajo final para el curso de Huberto Batis en la carrera de Letras y que, sin saber cómo, llegó a manos del editor.
Bracho llegó a la Facultad de Filosofía y Letras, donde también estudiaba su entrañable amigo, el poeta David Huerta, no para escribir sino para leer más y estar “más compenetrada con la literatura, con la poesía”.
Había intentado la carrera de Psicología por su interés en el estudio de la mente, en particular de lo que ahora se conoce como Neurociencias, pero que en aquella época ni siquiera tenía nombre. Pronto la abandonó al no encontrar la profundidad que perseguía.
Su paso por la Facultad de Psicología coincidió con su participación en un coro -es soprano- y comenzó a escribir. Podría decirse que ese doble deslumbramiento selló su andadura en la poesía, que no es ajena a la crítica social y política, y se ha visto también impactada por el movimiento feminista.
Toda su obra está publicada por ERA, la casa editorial de otros ganadores del Premio FIL: Augusto Monterroso, Sergio Pitol, Juan Gelman, Juan García Ponce, Carlos Monsiváis y el propio Huerta.
¿Cómo iluminan sus poemas de la plaquette Peces de piel fugaz (1977) a los de ahora?
Los poemas de Peces de piel fugaz, escritos con absoluta libertad y bajo el deslumbramiento del poder de la poesía para determinar las direcciones de su secuencia, siguen iluminando a muchos de los de ahora, sobre todo, a los más largos, como “Ya no se detiene el tren en estos pueblos”, del libro Marfa, Texas (2015), en el que a partir del sonido del tren que se oía de lejos, porque nunca se detenía, y del dato de que las calles anchas del pueblo, por las que no transitaban ya coches, eran las calles por las que llevaban antes al ganado a los vagones del tren.
A partir de eso escribí un poema que tenía que ver con los trabajadores mexicanos de la región y que alude también, de algún modo, a La Bestia que recorrió México por tanto tiempo, o como el poema “Que caiga esa lluvia fina” del libro Cuarto de hotel (2007), que tiene que ver con nuestra ceguera ante la destrucción paulatina del planeta.
O en el libro Debe ser un malentendido (2018), que habla del Alzheimer de mi madre, en el que todos los poemas breves tienen que ver con los momentos que viví con ella, con su conmovedora manera de ver el mundo y de deslumbrarse ante él, o lo desolador que es verla perder paulatinamente facultades.
Hay también poemas largos que lo recorren y que hacen alusión a un asilo o a un kínder, con ancianos o niños curiosos e inquietos, gobernados con rigidez por sus cuidadores. Esto es totalmente imaginario, lo escribí con la rapidez y la libertad que viví al escribir Peces de piel fugaz.
¿Cuándo supo que la poesía era lo que más le interesaba?
Supe que la poesía era lo que más me interesaba cuando al escribirla viví la intensidad del canto, experimentada en la estremecedora cercanía de los instrumentos en una sala de conciertos de un director de orquesta y la fascinación de descubrir que era un lenguaje que surgía de regiones mentales que hasta entonces nunca había experimentado.
Era una libertad expresiva única que reunía el pensamiento, la emotividad, la plástica y la presencia corporal del ritmo en una misma búsqueda.
Yo había querido dedicarme a la ciencia y específicamente al estudio de la mente, y esta experiencia era, al mismo tiempo, una revelación de que había capacidades cognitivas y expresivas en las que había que profundizar, indagar y disfrutar todo lo posible.
¿Cómo logra el poeta escribir en un mundo que, como diría José Emilio Pacheco, “es todo menos poético”?
José Emilio Pacheco, a quien admiré y quise muchísimo, y a quien le estoy profundamente agradecida, se refería a la insensibilidad que desafortunadamente rige o se entremezcla de un modo inadmisible y absurdo en buena parte de nuestras sociedades contemporáneas, la insensibilidad ante la pobreza y la desprotección de tantos seres humanos, la insensibilidad ante grupos sociales que se juzgan como diferentes en relación a otros, ante la crueldad, los abusos, los crímenes incesantes, la desigualdad de géneros, etcétera, etcétera, pero cualquier lugar del mundo, por pequeño que sea, es sugerente y hermoso si nos acercamos con el deslumbramiento con el que se acerca un niño, un artista o un científico.
A partir de ahí, yo diría lo contrario: todo en el mundo puede ser poético, todo puede ser tocado, iluminado y aprovechado por la poesía. Hay que añadir que la poesía también es analítica y crítica, así que muchas de esas situaciones pueden ser expuestas y visibilizadas por ella.
¿Cómo surge el poema en usted? ¿Podría compartir sus hábitos de escritura?
El poema surge en mí de muchas maneras, que puede ser una primera imagen, un ritmo, una idea que determina ya la secuencia sonora y los sentidos de las siguientes frases que van a venir. Nunca he seguido horarios para escribir, puedo escribir en cualquier lugar, pues el poema absorbe toda mi atención. Y si tengo que dejar de escribirlo, por alguna circunstancia exterior, más tarde regreso a él, pero tengo que leerlo y sentirlo a fondo de nuevo, aunque sea para añadir una o dos palabras nuevas.
Mi lectura es mental, oigo todo, siento todos los ritmos, de hecho; me distrae si lo trato de hacer en voz alta. Es mucho más exacto cuando nada más lo pienso que cuando lo digo.
¿Cómo repercute en su propia poesía su trabajo como traductora? Pongo el caso, por ejemplo, de Gilles Deleuze y Doris Lessing?
He traducido, además de ellos, a varios poetas que admiro, pero no he publicado sus traducciones, aunque tengo libros de ellos ya. Entre ellos están: John Ashbery, Wallace Stevens, Charles Simic, Ted Hughes, William Carlos Williams, Eliot Weinberger y Henri Michaux, entre otros.
Con todos siento una cercanía y un profundo agradecimiento porque me estimulan en muchos sentidos. Nunca he escrito algo sintiendo que estoy cerca de ninguno de ellos, pero obviamente sus poemas me afectan y me estimulan para escribir algo completamente distinto.
¿Encuentra alguna relación entre ciencia y poesía?
Sí, encuentro que hay una profunda relación entre ellas. No sólo la apasionada indagación que hacen ambas sobre hechos precisos; la búsqueda del sentido o la explicación de lo que está detrás de lo que percibimos; y el placer enorme que científicos y poetas experimentan al descubrir la armonía en ciertos fenómenos que nos rebasan. En fin, ambos comparten la belleza de adentrarse en lo desconocido con verdadera pasión.
Bracho recibirá el Premio FIL, dotado con 150 mil dólares, el 25 de noviembre, durante la inauguración de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara 2023. Es apenas la séptima mujer en recibirlo, entre 26 hombres. Antes de ella fueron galardonadas Diamela Eltit, de Chile (2021); Lídia Jorge, de Portugal (2020); Ida Vitale, de Uruguay (2018); Margo Glantz, de México (2010); Olga Orozco, de Argentina (1998), y Nélida Piñón, de Brasil (1995).