Algunos ensayos que acompañan a Gilberto Guevara Niebla en su libro “La regresión Educativa”, son particularmente interesantes. Uno de ellos se refiere al recuento de los daños generados por el Covid-19 y el decremento de las horas dedicadas a estudiar. Un 30%; en países como Finlandia, la reacción fue rápida gracias a las ventajas de disponer de computadoras y contar con un profesorado competente. En México, en cambio fue lento y desigual: la pandemia acentuó las desigualdades sociales y mostró nuestro atraso tecnológico.
En otro ensayo, la psicóloga clínica Claudia Juárez ha puesto énfasis en los efectos de la pandemia que provocó el confinamiento y el cierre escolar, concretamente la salud mental de los miembros de la familia, problemas de convivencia, miedo al contagio; el aislamiento resultó ser como un candado.
Otro ensayo, firmado por Marco Antonio Servín aborda la importancia de fortalecer la infraestructura de las escuelas normales, de revalorización el magisterio, de promover la participación de las comunidades normalistas en la construcción de sus planes y programas de estudio, así como la formación integral, capacitación y actualización de los formadores del docente. Lamentablemente para las escuelas normales el presupuesto se redujo el 783 a 170 millones de pesos. Reducción brutal solo explicable para la canalización de recursos educativos hacia programas que más le interesan al presidente.
El artículo de Adrián Acosta intitulado “La educación superior en el cálculo populista”, reviste destacado interés. Resultó claro que la educación superior no es una prioridad en la agenda presidencial. La austeridad que el oficialismo obradorista le ha impuesto a las universidades públicas no tiene precedente. No hay una política para las instituciones de educación superior. Lo que hay es una agenda pragmática seguida por una lógica clientelar, electoral y populista.
Por parte Alejandro Canales presenta un estudio crítico del proceso de creación de las 100 universidades que López prometió construir en un “plazo increíble” de un año. Dos años después informó que “están terminadas o en proceso 140 universidades públicas”. Algo inverosímil. El programa ‘Universidades para el Bienestar Benito Juárez’ fue un compromiso al inicio de su gestión. Ofrecía una oportunidad para aquellos jóvenes rechazados en los exámenes de admisión de las universidades convencionales, aproximadamente 300,000. Sin embargo, las universidades en nada se parecen a lo que solemos llamar “Universidad”. Todo acabó en escuelas pequeñas que ofrecen estudios profesionales, pero operan en condiciones materiales precarias, sin la seguridad de contar con profesionales suficientemente calificados. Por ello, se han negado a una evaluación. Son –lo digo yo– un grande fraude, como muchas otras acciones de López Obrador.