Los últimos datos que arroja la Encuesta Nacional sobre Ingresos y Gastos en los Hogares ENIGH, son oxígeno fresco para la administración de López Obrador, especialmente en su último tramo y de frente al proceso electoral que se avecina y sus adelantadas campañas.
Según esta encuesta, la desigualdad en cuanto al ingreso corriente promedio de los hogares disminuyó. En términos generales el ingreso promedio trimestral, creció 4.6% respecto a los niveles que tenía en 2018 y 11.0 en relación con 2020, sin embargo, tomando el dato de 2016 al 2022, la diferencia se reduce a solo 0.2%. El ingreso trimestral de una familia era de 63,565 pesos en 2016 y en 2022 fue de 63,695 pesos, una diferencia de solo 130 pesos, de ahí la importancia del contexto.
Como toda cifra positiva, su manejo descontextualizado puede dar lugar al triunfalismo o cuando menos a la exaltación arrogante de los méritos o aciertos de las políticas públicas. Para no caer en excesos, lo más saludable es hacer un balance objetivo y llegar a conclusiones realistas sin caer en la peligrosa complacencia ni en la crítica tendenciosa y pesimista.
Esta encuesta se realiza cada dos años y por tanto, los datos presentados están siendo comparados con los de 2020, año de pandemia, pero al referirlos a 2016 no da lugar al festejo o la exaltación. Lo resaltable no es el crecimiento del ingreso, que medido en 6 años es mínimo, sino la distribución del ingreso que mejoró, pues la brecha entre los que más ganan era 18.6 veces superior al ingreso de los que menos ganan y esta redistribución del ingreso redujo la brecha a solo 15 veces.
Ahora bien, las razones para que esta distribución del ingreso haya cambiado tienen que ver mayormente con la composición del ingreso. Dos terceras partes de este provinieron del trabajo, y en esto seguramente impactó el incremento de los salarios mínimos, el resto provino de otras fuentes como las transferencias por pensiones, programas sociales y remesas, que repercuten principalmente en los deciles de más bajos ingresos. No sucede lo mismo con los ingresos por arrendamiento, intereses y regalías que disminuyeron afectando principalmente a los deciles de mayores ingresos. Conclusión: la brecha se acorta porque los más favorecidos reciben menos, 3%, mientras los de menores ingresos solo aumentan 0.2%.
Pero así como el ingreso se distribuye diferente, también el comportamiento del gasto se ha modificado. Como se dijo, la tónica de la encuesta ha sido comparar respecto a 2020 sin embargo, la objetividad se obtiene si se compara con 2016, disminuyendo la distorsión por los factores de la pandemia. Así, los principales incrementos en el gasto entre esos años fueron: alimentos, bebidas y tabaco 16%; transporte y comunicaciones 3.9; vivienda y servicios 3.7; cuidados personales 8.3; cuidados de la casa 7.3; cuidados de la salud 29.7. En cambio el gasto se reduce en Educación y esparcimiento 18% y vestido y calzado 14.3%. El gasto pues se concentra en lo básico para la subsistencia, sacrificando apariencia y preparación.
No es para nada desdeñable que la brecha de los ingresos se haya acortado, es un avance mínimo pero avance al fin, sin embargo aún falta mucho por hacer pues la desigualdad por ingreso es solamente un aspecto de la gran desigualdad imperante y es necesario un mayor esfuerzo para combatir en serio la pobreza.
Los números resultantes podrán modificar levemente la estadística en el índice de Gini, pero eso no es consuelo para las mujeres que aún perciben sueldos menores que los hombres, ni tampoco refleja la disparidad en el acceso a mejores niveles de educación o de atención a la salud, entre otras desigualdades que son obvias en nuestra sociedad.
El gobierno actual optó por redistribuir el ingreso gubernamental y transfirió a los programas sociales recursos que eran necesarios para reforzar los niveles de atención institucional, aumentó por decreto los salarios mínimos y eso es lo que refleja la ENIGH 2022, pero eso solo logró crecer el ingreso 0.2% respecto a 2016. Logro insuficiente para tan grande sacrificio pues las capacidades institucionales requerirán más recursos para evitar que la población siga gastando más en salud y se preocupe más por comer que por educarse, que es lo que arroja el estudio del gasto.
La realidad y la evaluación objetiva de lo alcanzado no deben llevar a la complacencia a nadie, mucho menos al triunfalismo o al aprovechamiento electoral. Lo cierto es que el promedio de ingreso solo creció 130 pesos en 6 años y los gastos, la inflación, la falta de satisfactores en el sector público lo ha superado. La desigualdad y la pobreza requieren para su combate de mayor imaginación que estirar la cobija presupuestal ya muy tensa. Intentar seguir reduciendo desigualdad con transferencias es insostenible con poca recaudación y bajo crecimiento económico.
Poco tiempo le queda a esta administración que llegó con más prejuicios que ideas y los mexicanos seguiremos esperando que quien lo suceda piense en políticas públicas eficaces y no en estrategias electorales.