Margarita Ladrón de Guevara Heresmann
Sean digitales o impresas -el tiempo que sobrevivan-, las secciones culturales de los periódicos y revistas están obligadas a realizar un seguimiento puntual de cuanto hecho de importancia ocurra en el ámbito artístico, cultural e intelectual para que la sociedad a la que se dirigen pueda informarse y orientarse, reflexionar y cultivarse sobre su propia vida, actual o pasada. Humberto Musachio en su “Historia del periodismo cultural en México” asegura que toda revista o suplemento cultural es expresión de un grupo, señal de identidad en torno al cual se aglutina un clan; si consideramos afirmativa esta hipótesis, entre más revistas haya, más representada está la comunidad artística, cultural y/o intelectual de una comunidad, sociedad o país, reflejo de una diversidad que permita comprender su tiempo. Por tanto, si hay variedad de publicaciones culturales, el pensamiento de una comunidad es saludable.
Pero, ¿qué pasa cuando no hay clan, cuando no hay conciencia de pertenecer a ningún grupo, cuando no hay un aglutinante de aquellos que, aún sin saberlo, coinciden en pensamiento y acción? En el Querétaro de los años 60 del siglo XX sólo se puede hablar de un hombre: Hugo Gutiérrez Vega. Pero sin duda, toda la década siguiente le perteneció a una mujer: Paula de Allende, poeta, periodista que podría definirse como la gran gestora cultural del siglo XX queretano, esa que alzó la voz por una tímida tribu y la hizo resonar hasta el día de hoy, porque en este libro, que recoge una década del trabajo periodístico de Paula de Allende, el lector encontrará nombres de quienes siguen haciendo la vida artística y cultural de los últimos 50 años.
DE LA CIUDAD DE MÉXICO A QUERÉTARO
En la Ciudad de México sucedían importantes cambios de ideologías y por tanto, de creación en el ámbito artístico e intelectual. Sin todavía ser identificados por la historia como corriente o movimiento, los artistas plásticos de la Ruptura y los autores del boom latinoamericano ya trazaban los caminos del arte y pensamiento mexicanos. Las reseñas en las páginas literarias de periódicos y revistas así lo registran: desde Búsqueda. Hoja literaria radical de la juventud, nacida bajo el ala de César H. Espinosa, la legendaria Mester, donde Juan José Arreola daba hogar a los alumnos de su taller literario, o “El Gallo Ilustrado” de El Día, y por supuesto, “La cultura en México”, de Siempre!, se mostraba en los primeros años de los 60 las nuevas voces de la poesía mexicana. El periodismo siguió en la capital del país y fueron las revistas literarias las que dieron voz a tribus de poetas, novelistas o cuentistas, y crearon una moderna escuela de periodistas culturales. Los firmantes y reseñados de esos años, son nada más y nada menos que David Huerta, Heraclio Cepeda, Carlos Monsiváis, Alejandro Aura, Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco, René Avilés Favila, Salvador Elizondo, Sergio Mondragón, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Margarita Michelena, Margo Glantz, Ricardo Yáñez, etc. Que hoy son referente para todo lo relacionado con el arte y el pensamiento de la segunda mitad del siglo XX. Otras revistas importantes fueron El Cuento, Xilote, El corno ilustrado, etc., todas ellas fortalecidas por los lazos del clan donde se gestaban.
Mientras tanto, en Querétaro, los alumnos de la Universidad intentaron con Ágora reseñar la vida literaria local que se hermanó con Estaciones. Entre sus firmantes en el directorio aparecían Francisco Cervantes, Hugo Gutiérrez Vega, Salvador Alcocer, pero también, Carlos Monsiváis, Elías Nandino y José Emilio Pacheco. Ambas revistas vivieron entre 1956 y 1960.
Sin embargo, el verdadero aglutinante fue Hugo Gutiérrez Vega en el recién nacido periódico Diario de Querétaro en 1963. La página literaria Andayomohíí (Tierra Nueva en hñahño), tuvo como colaboradores a Salvador Cuevas, Juana María, Florentino Chávez, Jorge Galván, entre otros, publicando su poesía como reseñando el quehacer en las artes y la cultura locales.
Son los años de la Guerra Fría, del fin del Milagro Mexicano, de la carrera espacial y de la gran migración del campo a la ciudad. El país se urbanizaba y sin embargo, en provincia seguía habiendo silenciosas tardes de siesta. Así llega 1966 y un grupo de queretanos obliga al rector Hugo Gutiérrez Vega a abandonar la ciudad, dejando replegados y en la orfandad intelectual a aquellos que habían abrevado de él. La tribu se había quedado muda. No así Hugo, quien siguió carrera diplomática, recibió premios internacionales y recorrió el mundo sin detenerse jamás.
Es en esos años y en ese contexto cuando Paula de Allende hace su aparición en las páginas mexicanas. No es necesario hacer una separacón entre su trabajo como poeta y como periodista, pues hizo crónica y poesía, entrevistó y reseñó a nuevos creadores ya fuera en la revista Crónica ilustrada en 1965, en los periódicos El Universal y Exélsior, y en Impacto, donde consolidó su trabajo periodístico en la columna “Libros y Revistas”, escribiendo disciplinadamente sobre la mayoría de los que hoy son grandes literatos e intelectuales de México.
Andrés González Pagés, quien ganara en 1970 el Premio Nacional de Cuento, escribió este retrato sobre la periodista Paula en sus años de la Ciudad de México: “Conocí a Paula de Allende en la casa del poeta Efraín Huerta, una noche en que celebrábamos no sé qué cosa. Mira, me dijo el gran “cocodrilo”, quiero presentarte a Paulita de Allende; he hablado con ella y va a hacerle una nota a tu libro para el periódico donde trabaja. El diminutivo de Paulita, dicho por Efraín, me provocó una rara sensación, pues la muchacha que estaba conociendo era todo menos chiquita o endeble. Por el contrario, era alta y robusta, y tenía una voz poderosa, si bien agradable (…) Desde luego Paula no publicó la nota prometida sobre mi libro, que era el primero, porque por aquellos días se disgustó con sus superiores en el periodico. Muchas veces, después, habría de perder trabajos por la misma razón. Y digo “por la misma razón”, porque Paula no soportaba la estupidez cerca de ella, y menos de quienes la mandaban” .
Ya hacía periodismo cultural en los diarios capitalinos cuando, en 1966, recorrió los campos petroleros de Veracruz y Chiapas leyendo su poesía junto a Tomás Perrín Escobar, Abigahel Bohórquez y Dionisio Morales, auspiciados por la Secretaría de Relaciones Exteriores. De aquella experiencia, Perrin escribió: “Abigael leía y las flores cambiaban de color. Dionosio tomaba la palabra y era un Pellicer vuelto a nacer (…); yo les daba a los empleados de Pemex mis versos inmaduros explicándoles de Camilo Cienfuegos y al Che… nada pasaba. Pero luego seguía Paula y la selva se llenaba de campanas ”.
En 1969 se muda con su familia a Querétaro, trayendo bajo el brazo un lustro como periodista cultural. Periodista intuitiva, de refinado olfato para reconocer no sólo el talento sino la honestidad del artista en ciernes, estando en la Ciudad de México reseñó a un José Emilio Pacheco años antes de “Las batallas en el desierto” y vio en “Cien años de soledad” un capítulo aparte en la literatura latinoamericana. Ya en Querétaro, detectó la precaria situación de la vida cultural local apenas se instaló en su casa de La Cañada e inmediatamente mostró sus credenciales incomparables para escribir en Diario de Querétaro primero, y después fundar Noticias en abril de 1973, como columnista y titular de la página literaria El ruido de las letras.
Ella llega con su militancia cultural para ser la alternativa de cambio de una sociedad sacralizada cuya vida cultural era codependiente, endogámica y secuestrada. Dueña de una galería de arte, pudo invitar a sus amigos poetas e intelectuales a dar charlas, talleres o lo que fuera que despertara de su siesta a los jóvenes queretanos, reagrupando al clan, convirtiéndose en la nueva voz de la tribu. Florentino Chávez, alumno de Hugo y después de Paula, escribió: “Con la aparición de El ruido de las letras, se vio a leguas que lo que más desconcertaba a los accionistas-lectores y a la intelectualidad camotera de entonces -carcomidas esfinges de la enseñanza, verdaeramente dinásticas-. No eran las letras sino precisa y concretamente, el ruido de… Y rompiendo los cánones, preguntaba ¿qué es eso del ruido? y objetaban, como ante un sofista de lesa herejía: las letras no hacen ruido” .
Es así que en el trabajo periodístico de Paula congregado en este libro, permite conocer a una mujer comprometida con su género, con su oficio y con el futuro, que ayudó a trazar no sólo desde el periódico sino desde la gestión cultural que realizó durante los diez años que vivió en Querétaro. Feminista, crítica y encantadora, Paula de Allende atizó la zarza de un fuego que nunca se extinguió: la década posterior a su muerte, su arduo trabajo se vio consolidado con la creación de museos, galerías, casas de cultura y, en la recta final del siglo, la Orquesta Filarmónica de Querétaro, el Centro Nacional de Danza Conemporánea, la Escuela de Laudería, teatros, auditorios, universidades…
El siglo XXI le ha dado a la humanidad un acceso sin precedentes a la tecnología. En los años 60 y 70, tener objetos tan cotidianos hoy como el teléfono y la televisión, no se diga conexión a canales de cable, era privilegio de las clases altas. El uso de aparatos tecnológicos -desde hornos de microhondas en casa hasta computadoras en oficina-, un privilegio de ricos. Hoy, la brecha no sólo social sino generacional se ha extinguido con la irrupción de nuevos soportes tecnológicos como el iPad o los teléfonos inteligentes, aquello que Paula defendió -el acceso y difusión del conocimiento-, hoy está al alcance de la mano, literal y metafóricamente. En este contexto global, tenemos un Querétaro con varias orquestas de cámara, mas de 20 compañías de teatro, una red de museos comunitarios que valoran y conservan la microhistoria local, más de 60 bibliotecas públicas y una oferta artística y cultural que incluye la visita de premios Nobel de Literatura.
Sea este libro un objeto de valor para los nuevos lectores, que encuentren en él la obra y pensamiento de una mujer sin igual, de quien el propio Hugo Gutiérrez Vega definió como adelantada a su tiempo. “Escribió lo que debía escribir y logró que sus tareas promotoras formaran parte de su obra esencial, por esta razón, vida y obra se entelazan y forman un solo cuerpo y una misma visión del mundo y de sus realidades y ensoñaciones. Ni elitista ni demagoga, su propuesta buscaba el justo medio entre la cultura académica y artística, y la popular” .
El contenido de este libro está formado por el trabajo que Paula publicó entre 1965 y 1968 en la Ciudad de México en las revistas Crónica Ilustrada e Impacto; y de 1969 a 1979 en Querétaro, particularmente en los periódicos Diario de Querétaro y Noticias. Proviene de la hemeroteca que conserva la familia Garza de Allende y fue transcrito por los integrantes del consejo editorial de Letra Capital.