Todo comenzó cuando AMLO, en una de sus ya desgastadas “mañaneras”, increpó a la senadora Xóchitl Gálvez el oponerse a sus programas sociales. Entonces la senadora pidió ser recibida para ejercer su derecho a la réplica. López contestó que sólo se lo concedería si lo ordenaba un juez. Con su orden judicial bajo el brazo, Gálvez tocó la puerta Mariana de Palacio Nacional que nunca se abrió para ella. Más aún fue acusada por las huestes Lopezobradistas. A partir de ese momento, Gálvez se convirtió en víctima de un agravio que le ganó la empatía ciudadana. Con tal fuerza, que la senadora, gozando de una inesperada popularidad, decidió competir para la presidencia de la República. Como era de esperarse, López la atacó con furia; incluso ordenó que se investigara la situación fiscal de la también empresaria que, como ingeniera talentosa había obtenido jugosos contratos. Violando el secreto fiscal, López reveló que en los últimos años Gálvez había obtenido mil cuatrocientos millones de ganancias. Una mentira más de López que obligó a la senadora –que por cierto no administra sus empresas que están en manos de su esposo y su hija–.
El caso es que la senadora se ha vuelto una obsesión para López, a tal grado que el INE le ha exigido dejar de hablar de ella. Xóchitl es hoy un fenómeno sorprendente. Va y viene de una entrevista a otra. A todo mundo entusiasma con su buen humor, su sencillez, su desparpajo. Recorre el territorio Nacional. Y donde se presenta ya sea en Monterrey ya sea en Jalapa despierta el entusiasmo. Xóchitl que siempre ha estado vinculada con las comunidades indígenas, ahora seduce las clases medias.
No sabemos lo que pasará con ella. Por lo pronto, López y su jauría tiemblan de pánico. Gálvez es un reto. Su energía sonriente contrasta con la insipidez de Sheinbaum, la consentida de Amlo, que simplemente “no levanta”. La imitación grotesca de su jefe desencanta, por no decir, que aburre. La pobre es una caricatura de su protector.
Xóchitl tiene personalidad; si López ataca, ella responde: se confronta con él. Claudia en cambio, carece de prestancia, de identidad. No sirve para nada. No la imagino con esa ridícula “colita de caballo” comandando las fuerzas armadas.
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Bien hace Gálvez en desafiar a ese hombre que abusa de su poder un día y otro también. Y preguntarle qué hacen sus hijos vividores e influyentistas.