Entré a trabajar con Porfirio Muñoz Ledo cuando lo nombraron Secretario del Trabajo, en el sexenio de Luis Echeverría. Lo conocía años antes a través de mi tío Rodolfo Mendiolea, quien era su amigo, asesor y gurú. Mi primera tarea en la Secretaría fue asistir a unas reuniones en las que se discutía la posibilidad de hacer dos campañas de comunicación: una sobre el empleo y otra sobre la alimentación de los trabajadores. Funcionarios y publicistas las presentaron, en las dos, al final, el Secretario me dio la palabra, las dos me parecieron muy mal planteadas. Porfirio no opinó en el momento pero las dos campañas se cancelaron.
Echeverría, a través de Porfirio, presentó una iniciativa para adoptar la semana laboral de cinco días, algo realmente progresista y de un gran beneficio, en primer lugar, para la burocracia. Se organizó en el edificio de la Secretaría un acto muy solemne con la asistencia del Presidente, líderes obreros y empresariales. La propuesta de Muñoz Ledo incluyó la creación de seis comisiones de análisis sobre las posibles repercusiones de la nueva semana de trabajo. Al final de la reunión Porfirio le pidió a Federico Ortiz Quezada, de quien yo dependía institucionalmente, que lo esperáramos en su oficina, mientras dejaba a Echeverría en su automóvil. A su regreso, sin más preámbulo nos preguntó sobre la iniciativa. Le comenté que me había parecido muy bien lo de las comisiones de estudio, pero que había faltado una. Porfirio me vio indignado, poco le faltó para sacar Tehuacán y chile piquín para que hablara de inmediato. Yo pasé aceite, pensé que, si me equivocaba, en ese momento me despedía. Con voz temblorosa le dije; “Le faltó la comisión del ocio. ¿Qué va a pasar con el tiempo libre de los trabajadores?” Cerró los puños y golpeó en su escritorio, dijo:
– Cierto, me lleva… sí faltó. Ustedes organicen e integren la Comisión, Federico Presidente y tú Secretario Técnico. Quiero que hagan una investigación muy seria para que sea publicada como libro por el Fondo de Cultura Económica.
Cada mes lo buscaba para darle cuenta del estado de la investigación. Le gustaba trabajar hasta muy noche y a esas horas me citaba.
En una ocasión me citó ya muy tarde, su Secretario, Severo López Mestre, me pidió que lo esperara unos minutos. Llegaron meseros y un capitán muy bien uniformados, con platillos bien cubiertos. Luego de unos minutos entré a la oficina. Porfirio estaba hablando por teléfono y la cúpula de la secretaría estaba sentada en una mesa lujosamente bien puesta. Empezaron a servir los platos y el capitán les pidió que no los abrieran hasta que se sentara el Secretario, yo me quedé parado en la penumbra. Porfirio se sentó en la cabecera, pidió que le sirvieran una copa de vino blanco de dos botellas de Pouilly -Fuisse que se estaban enfriando; probó el vino y comentó que le faltaba frío. El capitán empezó a decir los nombres de las personas que estaban sentadas y les solicitó que abrieran la tapadera de su plato para saber que el servicio estaba colocado correctamente. El menú era muy poco austero; lenguados holandeses, langostas; el platillo más modesto eran langostinos a la mantequilla. Porfirio escuchaba con atención los platillos de la cena pantagruélica. Al final levantó la copa y dijo: “Ahora, brindemos por la Revolución Mexicana”. Yo me ataqué de risa, los funcionarios que estaban sentados se quedaron callados y confundidos. Con el ruido de mi carcajada. Porfirio reparó en mi presencia y con la mano me pidió que me acercara y dijo en el oído y con voz baja:
-Lo felicito, fue el único que entendió la ironía. Búsqueme mejor mañana”.
La investigación terminó, Porfirio la envió al Fondo de Cultura que también aprobó el texto. Porfirio estuvo tentado a escribir el prólogo, pero luego rectificó:
– Podría pensarse que es un texto oficial aburridísimo y se nos acaban los lectores. Busquen una gente de buen nivel para escribir el prólogo.
Federico había estudiado en Nueva York y conocía a la élite intelectual gringa. Invitó a Michael Maccoby, el psicólogo social más reputado de Harvard y que había escrito un libro en coautoría de Erich Fromm. Aceptó escribir el prólogo y pidió venir a México para entregarlo personalmente.
Vino a México y Porfirio lo invitó a su oficina para recibir el prólogo y platicar, me tocó acompañarlo. Con gran familiaridad Porfirio recibió a Maccoby, le pidió que se sentara y utilizando español y un poco de inglés, le platicó su tesis sobre la adopción de la teoría de Freud en las relaciones laborales. Maccoby abrió los ojos como si viera el fantasma de Freud reclamándole. Porfirio explicó:
La empresa es el padre y el sindicato es la madre.
Un rollo psicoanalítico revuelto como quesillo de Oaxaca. Afortunadamente le habló el Presidente y se interrumpió la entrevista.
Al regreso a su hotel vi al prestigiado académico muy ensimismado y le pregunté su opinión sobre la tesis del Secretario. Me dijo:
– “La estoy pensando y me provoca muchas dudas, de lo que sí estoy seguro, es que este funcionario mexicano es un genio”.
Por el éxito del libro; “Alternativas del Ocio”, Porfirio me incluyó en un comité editorial, que tuvo como encargo hacer una revista sobre medicina del trabajo. Reunidos, hizo lo que más le gustaba: dar cátedra y pontificar. Dijo, palabras más, palabras menos.
Bien dice Octavio Paz, los mexicanos cantan pero no escriben, y los que menos escriben son los funcionarios. No hay obligación de escribir, pero sí de publicar. La industria editorial es esclava del capitalismo, no publica temas de interés del servicio público y el Estado tiene la obligación de llenar ese vacío. -Nunca perdía su sentido autocrítico- Lamentablemente los textos del gobierno son unos ladrillos soporíferos, hechos en un buen papel pero que no sirven ni para quemarlos en el boiler. Tenemos que hacer una revista de Medicina del trabajo interesante y con temas polémicos. Les voy a proponer un tema.
Era difícil sostener una plática que durara con Porfirio, le llamaba el Presidente, otros funcionarios y su montón de amigos. Después de un intervalo en el que le hicieron e hizo reiteradas llamadas, regresó a proponer un tema que le obsesionaba. Dijo:
El tema es el ruido. – luego agregó con su estilo retórico- El ruido nos está matando en silencio. El ruido impide pensar, interrumpe la creatividad, nos tensa, nos pone agresivos sin darnos cuenta. El Ché Guevara –personaje que admiraba, a tal punto que a su última hija le puso el nombre de Tamara, guerrillera que murió con el Ché-. se fue a Boliia no solamente a hacer otro Vietnam, sino porque no aguantaba lo bullicioso de los cubanos, que son más escandalosos que nuestros veracruzanos, con eso les digo todo. Yo el único ruido que aguanto es el del Mambo, del que por cierto, fui campeón de baile. Si hay ruido en el centro de trabajo, hay ruido en la casa, en la ciudad.
Así se siguió hablando, no recuerdo más, salvo que nos citó un mes después. Otra vez reunidos con el Comité Editorial, el responsable de la publicación le dio un cartapacio con las colaboraciones. Porfirio espulgó el montón de hojas buscando su tema, el ruido. -Entre sacó una hoja y la exhibió a todos los asistentes. Movió la hoja en el aire-.
-Esta es la gran investigación, no de un ruido, sino de un ruidito.
Soltó la carcajada y enfocó sus baterías hacia mí.
Llaca ¿Tú revisaste esto?
No, Señor Secretario, es la primera vez que veo ese expediente.
Movió la cabeza disgustado, con una sonrisita burlona, dijo.
Si se hace un estudio de las vidas pasadas de los funcionarios, no dudo que la mayoría son encarnaciones de la Edad Media, hay una vocación por convertir a las instituciones en feudos cerrados. No saben que es mejor criticarnos entre nosotros, que somos compañeros de trabajo. y no esperar a que nos vapuleen los de afuera. ¿A qué le tienen miedo al dar a conocer documentos a otros funcionarios? ¿A que se los copien? Si son documentos públicos, no la teoría de la relatividad.
Tiró la hoja en el centro de la mesa y se paró para irse. Antes dio otro golpe.
Pensaba dedicarle a esto de la revista una hora. – Revisó su reloj- Y no mereció ni veinte minutos. Tómenlo como una afrenta a su falta de seriedad profesional.
A paso veloz se retiró.
En la elección del entonces candidato presidencial López Portillo lo nombraron presidente del PRI. Semanas después me invitó a su oficina, cuando llegué le estaban entregando unas fotografías panorámicas, en la que aparecían sonrientes Echeverría y López Portillo, en el centro Porfirio con la mirada esquinada. Me preguntó:
-¿Qué le parece mi nueva misión?
Le respondí,
Su primera misión es que no descubran que Usted es más inteligente y culto que los dos.
Sonrió satisfecho y comentó.
Lo conozco y agradezco el elogio, pero no vine al PRI a domar egos. Es una elección en la que la oposición no va a presentar candidatos. –Se preguntó- ¿Cómo logra la legitimación un líder, si no es por medio de la competencia? (¡Ojo! Morena)
No acepté ir a la campaña, cuando en el nuevo sexenio lo nombraron Secretario de Educación, me habló y me invitó a ocupar un cargo muy importante sobre cuestiones de Educación. Terminó diciendo:
Háblele a Flores Olea y se ponen de acuerdo, si puedo asisto a su toma de posesión. Trabaje duro y no me vaya a fallar.
Busqué a Flores Olea y nunca me respondió la llamada. Su secretaria me habló, me pidió mi dirección y me dijo que esa noche me visitaría Ricardo Valero. Algo me latió que andaba mal, Conocía a Ricardo, cuando llegó le recordé que éramos amigos y que fuera al grano. Ricardo me habló de otro cargo. Le dije que ese no era el que me había propuesto el Secretario. Comentó.
. Pues el subsecretario tiene otros compromisos para el puesto que te había prometido Muñoz Ledo.
Porfirio tenía un liderazgo muy duro, pero era especialmente vulnerable y sensible con sus compañeros de su generación Medio Siglo: Flores Olea, Arturo González Cosío, Miguel González Avelar, Javier Wimer. Pensé que podía entrar con calzador a su círculo y desistí en buscar ni a Porfirio ni a Flores Olea.
Meses después fui a desayunar al departamento de mi tío Rodolfo, estábamos desayunando cuando mi tía le dijo que le hablaba Porfirio, que tenía una voz altisonante, mi tío se tenía que alejar la bocina para que no se le rompiera un tímpano. Así que escuché toda la conversación. Porfirio le dijo:
. Maestro ¿Ya leíste todo lo de la reforma educativa? ¿Qué te parece?
Mi tío le respondió:
Sí la leí. Porfirio, no te aguantas con tu protagonismo, el Presidente no va a permitir que tomes la delantera de quienes son sus verdaderos amigos. Políticamente es un error, no puedes ser el primer tapado. Técnicamente también estás equivocado, pones a tu disposición todo el presupuesto y a todo el gabinete, incluyendo al poderoso sindicato. Te pasas de ambicioso y te va a costar.
Porfirio respondió.
López Portillo tiene seguridad en sí mismo y no va a sentir que tomo ninguna delantera. En el aspecto técnico, ya estás antiguo. En última instancia, yo soy como el flechador griego, siempre apunto alto, aunque los obstáculos reduzcan su altura, la flecha siempre llegará lo más alto posible.
Se despidieron secamente. Y efectivamente, meses después, lo obligaron a renunciar. A través de mi tío me dio una cita. Lo encontré en su casa acomodando su biblioteca. No me dio tiempo ni para explicarle el motivo de mi visita. Habló.
Piensan que los únicos micrófonos que sirven son los de las instituciones. Recuperaré mi carrera académica y me van a volver a escuchar. Termino esta mudanza y lo busco, vamos a organizar una serie de conferencias sobre Rousseau. Yo hablaré sobre El Emilio y la educación. –soltó una carcajada- Y ya váyase porque tengo una lista larga de amigos y ex funcionarios que me vienen a dar el pésame.
Le perdí la pista, años después coincidimos en una cena en la casa de un empresario de la radiodifusión. Emilio Nassar. Me pidió que me afiliara a la Corriente Democrática, que estaba organizando con Cuauhtémoc Cárdenas. Le comenté que no tenía futuro esa Corriente y que eso para Miguel de la Madrid sería una fisura que rechazaría a la primera oportunidad. Porfirio era un polemista implacable, pero a la hora de discutir, ára aaábullar, se volvía muy mentiroso. Argumentó que la mayoría de los partidos en las democracias occidentales fomentaban las corrientes internas -lo que no era cierto- las que lejos de debilitar, fortalecían a los partidos. En ese momento llegaron a la casa de Nassar unas invitadas muy guapas y de inmediato, sonriente y con la copa en la mano, se olvidó la discusión ideológica y salió a su encuentro.
Tiempo después, no recuerdo cuánto tiempo, coincidimos en el estacionamiento del Auditorio Nacional, creo que era el aniversario del PRI. Me comentó, con ese aire de prepotencia que a veces asumía:
Hoy debe ser el día en el que el mediocre y tibio de Jorge de la Vega le dará la bienvenida a la Corriente Democrática. Espero que ya, con la anuencia de su Presidente, se inscriba en la Corriente.
La conversación se interrumpió pues frente de nosotros se bajó de su automóvil Fernando Gutiérrez Barrios que venía acompañado con Dante Delgado. Los dos íconos de la política nacional se saludaron. Me llamó la atención la personalidad de Gutiérrez Barrios, con un copete de rockero de los sesenta, lo rodeaba un aura sombría: tenía una mirada fría y penetrante. A prudente distancia, para que platicaran solos, me quedé con Dante. Lejos de la suposición de Porfirio, el “mediocre y tibio” Presidente del PRI, expulsó a la Corriente y le llamó Caballo de Troya.
Meses después me encontré a Porfirio en un teatro, en la inauguración del show de Germán Dehesa. Estaba sentado con Doña Amalia, mamá de Cuauhtémoc, a quien la acompañaba, además de Cuauhtémoc, otros hijos y nietos de Cuauhtémoc. En un entre acto se prendieron las luces, Porfirio se paró, observó a los asistentes, me identificó y se dirigió a mi mesa. Apresurado yo también me paré y le dije en tono cordial, de lo cual de inmediato me arrepentí,
No se hubiera molestado Licenciado.
Dirigiendo su mirada a mi compañera dijo:
No lo vengo propiamente a saludarlo a Usted, sino a ver de cerca a esta hermosura.
Dicen que a uno se le ocurre responder algo inteligente, cinco minutos después de decir una tontería. Porfirio me dio más tiempo, pues se quedó cubriendo de halagos a mi acompañante. Su comentario me pareció un poco atrevido y en cuanto volteó, dirigiéndome yo también a mi amiga, le dije.
Es Porfirio Muñoz Ledo, destacado político que me dio mi primer trabajo en el servicio público. Me hubiera gustado acompañarlo en otras responsabilidades, lamentablemente me fue imposible, pues la carrera de Porfirio ha sido zigzagueante.
Porfirio sintió el golpe, me recorrió con mirada furiosa y dirigiéndose a mi compañera, me encajó la última banderilla:
No se la merece.
Se retiró sin despedirse de mí.
Años después, Carmiña Peralta, candidata al senado, me invitó a cenar en su casa en el Campestre de Querétaro y en la que estuvo Porfirio. Yo estaba con muchos resquemores, pues Porfirio a tiro por viaje me daba un coscorrón. Esa noche estuvo muy tranquilo, estuvimos platicando chismes familiares, pues conocía el círculo íntimo de mi tío Rodolfo. Ya entrada la noche se acercó a despedirse y me solicitó que lo acompañara a su coche, lo que hice con mucho gusto. Ya para subirse a su coche se detuvo y me pidió que le diera un largo recado de mi tío, del que creo se había distanciado. Nos despedimos, creo que con afecto.
Volví a encontrarme a Porfirio en la oficina de Alfonso Durazo, secretario particular de Fox, tenía cita con el Presidente. Cuando llegaba Porfirio, entraba sin tocar a la oficina de Alfonso, se sentaba a hacer un análisis de la política nacional e internacional. Daba referencias personales de la mayoría de los líderes mundiales a quienes decía, y yo no lo dudaba, que los había tratado cuando había trabajado en la ONU. Luego utilizaba los teléfonos de la oficina y piropeaba a las secretarias. Alfonso, conocedor de mi relación con Porfirio, le sacaba la vuelta, cuando llegaba, me pedía que me fuera a caminar con él a los jardines de Los Pinos, cuando se desocupara el Presidente nos mandaría a llamar. Habré caminado un par de veces en los hermosos jardines. Sin reserva Porfirio me platicó el motivo de su visita al Presidente,
Tengo que convencer a Fox de que es necesario una reforma del Estado, que de inmediato nos pongamos a trabajar formando comisiones de estudio y redacción de la nueva Constitución. Su Foxilandia tendría un sustento histórico.
Me mostré escéptico ante su propuesta, le dije consideraba que la convocatoria a un Congreso Constituyente era muy desgastante, sobre todo cuando Fox parecía perder simpatías aceleradamente. Me volvió a arrastrar con argumentos muy sólidos.
Edmundo, la Constitución del 17 está redactada bajo la visión de la existencia de un partido hegemónico, la alternancia del poder presidencial es una oportunidad única para adaptarla a le nueva realidad política. No es un problema de imagen de Fox, es una cuestión más seria, después de todo que se ponga a prueba, es un vaquero que sabe vender bien las ideas.
En la segunda ocasión que caminamos, repitió su obsesión de la reforma del Estado, que la repetía como mantra. Me atreví a decirle que era un discípulo fanático de Hegel. (Que sostenía que el Estado son los pasos de Dios en la tierra). Me volvió a dar otra vapuleada ideológica.
No es Hegel, es Maquiavelo, como pudo ser maestro de Ciencias Políticas, ya se le olvidó que quien introdujo el concepto de la Razón de Estado, fue el florentino. Para que me entienda con manzanas. Se preguntó: ¿Cómo se mide la trascendencia histórica de un político? –Él mismo se respondió- No es el gobernante que hace una carreterita aquí o un puentecito allá. La grandeza de un político está en la promoción y aprobación de leyes que ordenan los grandes fenómenos sociales. Los políticos somos pasajeros, lo verdaderamente trascendente es el Estado. Un político es grande en la medida que crea y fortalece instituciones de, y para el Estado. Usted recordará que impulsé y saqué adelante la semana de cinco días. ¿Quién hizo desde la exposición de motivos y creó la ley del INFONAVIT, la de FONACOT? –Pues fui yo, quiero que mi último legado como político sea la Reforma del Estado.
Ocasionalmente lo veía al entrar o salir de mi casa, pues iba a visitar a mi tío Rodolfo, que estaba enfermo. Siempre con la jiribilla agresiva correspondiente.
. Edmundo, supe que se divorció. Ya mataron a su amigo y candidato, Luis Donaldo Colosio. Ahora le toca divorciarse de su retrógrado partido.
La última vez que lo vi, si mal no recuerdo, fue esperando a su chofer en el estacionamiento de un restaurante del sur. Se detuvo más segundos. Me dijo.
Supe, porque lo ha dicho el Presidente, que Usted fue su maestro; además lo elogia, algo raro en el tabasqueño. Hábleme y dígame en qué tema tiene ahora concentradas sus inquietudes, para que yo hable con… (no recuerdo el nombre) y se integre al primer gobierno de izquierda del país. (Afirmación de la que después se arrepentiría).
No le respondí nada, sólo me le quedé viendo con cara de what. Se percató de mi indiferencia y cambió la pregunta.
. ¿No me va a hablar? ¿Verdad?
Respondí
No licenciado, gracias por su propuesta pero no le voy a hablar.
Me dio su acostumbrado sopapo.
¿Es por diferencias ideológicas? ¿O está usted ardido porque el alumno superó al maestro?
Le respondí.
No lo sé, a lo mejor por las dos cosas.
Fue la última vez que platicamos. Me entero de su sensible y triste fallecimiento. Todas las muertes son prematuras pero la de Porfirio muy especialmente, tenía todavía muchas cosas por aportar al país en estos momentos tan complejos.
En mi carrera política no conocí a una persona más brillante, culta y que provocara también tantas envidias como Porfirio. Con la toga y con la pluma, era agudo, irónico y abrumador con sus interlocutores. Tenía una personalidad, telúrica, contradictoria y un verbo que era un zapapico. En varias ocasiones se enfrentó en concursos de oratoria con Hugo Gutiérrez Vega. Cada uno, reconocía la grandeza del otro, y cada uno presumía que él había sido siempre el vencedor. En una ocasión lo comparé con el senador romano Marco Tulio Cicerón, comparación que a Porfirio no le desagradó. Recordé lo que dijo un senador romano años después de la muerte de Cicerón y cuando su labor fue reconocida. “Cicerón, en vida, siempre fue referencia en los trabajos del senado, ahora, ya muerto, su ejemplo lo hace un compañero de toda la vida en el recorrido del perfeccionamiento de la República”. Porfirio, descansa en paz. Tienes un lugar muy merecido en la lucha histórica por la democracia.