A nuestro país le sobran muchas cosas, entre ellas, los aventureros de la política, que no políticos buenos, que de esos hay muy pocos, pero no debemos alarmarnos por lo que sobra, sino por lo que nos hace falta.
Si no tuviéramos tantos politiqueros que han hecho de cámaras y curules patrimonio propio sin soltarlas durante sexenios, tal vez ya tuviéramos un proyecto de nación en el que cupiéramos todos, cada quien participando en medida de sus capacidades y atendiendo a cada cual según sus necesidades.
Tal vez tuviéramos también una política de seguridad que acabe con la impunidad y el crecimiento de los grupos delictivos y quizá una procuración de justicia con investigadores capacitados, ministerios públicos preparados que no culpen a los jueces cuando los abogados exoneren a sus clientes por fallas procesales.
La lista de los faltantes es larga, pero para el momento que vivimos a México le falta un líder, no un demagogo de pacotilla que se encarame en el odio por los faltantes y sobrantes, para sentir que araña las páginas de la historia con una transformación solo figurada.
Se necesita un líder que vea y atienda lo que esta administración no quiere ver ni atender, seguramente porque rebasa su capacidad, y su lista de prioridades que, por lo visto, tiene a lo electoral en primer término para conservar y heredar el poder.
Se requiere de alguien que ante los graves problemas nacionales empiece por no negarlos, como los apagones actuales o los minimice como se hizo con la pandemia y resultó en casi un millón de muertes en exceso.
Alguien que reconozca los grandes temas que son como el elefante en la sala, como por ejemplo, que la generación de energía eléctrica está estancada, no solamente en el desarrollo de energías limpias, sino que la estructura contaminante que hoy se tiene se encuentra en niveles de saturación y el país necesita con urgencia una política y planes de largo plazo que aseguren el suministro futuro.
Que reconozca que México está en un proceso acelerado de desertificación, y que nos falta una política adecuada para la conservación, saneamiento y mejoramiento de las cuencas hidrológicas del país. Que el campo mexicano debe atenderse integralmente y no solo subsidiar a pequeños agricultores mientras en consecuencia la balanza comercial agropecuaria se debilita, las importaciones de alimentos aumentan, el crédito y apoyos a la comercialización desaparecen y el costo de los insumos es mayor que los precios de garantía.
Falta pues la visión de un estadista que vea por el futuro de la nación y sus generaciones, una visión cuyo horizonte vaya más allá de la próxima elección y el sostenimiento de su clientela.
En cuatro años de esta administración, México cayó cuatro lugares en el ranking mundial de competitividad y se encuentra en el lugar 56 de 64 naciones, según el Instituto suizo IMD, que recomienda entre otras cosas, mejorar la relación con economías relevantes, no con Cuba o Venezuela, o Bolivia y Argentina, así como fomentar reformas para mejorar la educación y auspiciar las energías limpias. Ir en sentido contrario no augura un futuro mejor.
El surrealismo de la cultura política mexicana, nos ha llevado a ser rehenes del presidencialismo en un régimen de democracia representativa, que al menos en el papel debiera garantizar que no sea la voluntad presidencial la que decida con ocurrencias lo que se debe hacer en el país.
Nos falta el proyecto de nación acorde con nuestro tiempo y la estructura administrativa, ejecutiva, profesional, de carrera, que lo ejecute y le dé continuidad, que rebase las fronteras sexenales y que no dependa de la fortuna electoral. Los mexicanos debemos tener la seguridad de que los avances serán permanentes y perfectibles. Pero tal vez el gran faltante es la voluntad de hacerlo, pues a los políticos actuales les ha salido más redituable explotar las carencias y vivir de los remedios asistencialistas y clientelares.
El actual régimen ya mostró sus incapacidades y sus limitantes, así como sus ambiciones y no se puede esperar de ellos más que seguir en la negación cotidiana y la desviación de la discusión pública sobre asuntos de coyuntura e irrelevantes. Y no es que sea irrelevante la falta de medicinas, los niños con cáncer o los 90 asesinatos diarios, la violencia contra las mujeres, el desplazamiento de comunidades y la presencia creciente del crimen en el territorio nacional, eso es lo de hoy lo que hay que atender de inmediato, pero está ausente la visión de futuro.
El gran faltante en la actualidad es la propuesta alternativa, esa propuesta que las dirigencias partidistas se han negado a elaborar porque para ello requieren partir de un ejercicio de autocrítica que implica reconocer que hoy no representan a nadie más que a ellos mismos y que han sido rebasados por la sociedad organizada. Reconocer que no fue Morena ni López Obrador lo que les quitó el poder. Fue la gente, cansada y hastiada de la corrupción y convencida de que el país necesita un nuevo rumbo, y no es que el que ofrece Morena sea mejor, es que es el único, y que la política asistencialista y clientelar es cuando menos una política que voltea a verlos.
Se sabe que es demagógica e insostenible a futuro en los términos actuales, pero no es el punto señalarlo y oponerse, sino entender el sentido sociológico que tiene, más allá del oportunista sentido electoral que le ha dado Morena. La oposición no solo no lo reconoce sino que además ha sido incapaz de armar una narrativa que no sea reactiva al discurso oficial, lo que los tiene ahora en la búsqueda de un salvador.
La discusión sobre la militarización de la guardia nacional, o las burlas a la constitución que han sido las iniciativas electorales, la demagogia matutina, son temas que le interesan al presidente para secuestrar la discusión nacional. Los verdaderos temas son los faltantes, esos que la oposición parece también no ver.