El niño que soñaba comenzó su historia en un pueblito cerca de Altamira, Tamaulipas. Cursaba el primer año de primaria y un día, sentado en el redondel de un árbol, comenzó a cavilar observando el cielo. Fue una de esas ocasiones en que el Sol y la Luna están presentes al mismo tiempo. El niño comenzó a observar la Luna nueva, era la primera vez que le prestaba atención y al mismo tiempo tuvo una sensación de no estar contenido; tuvo una leve crisis de identidad al percibir el infinito. De ahí su búsqueda e interés en buscar el sentido a la existencia mediante el conocimiento y la lectura sobre determinados temas, la experiencia, pero también del deseo de crear a partir de su propia visión de vida y lo que resuena en su alma, así como su historia ancestral.
Édgar es una chispa que explota brevemente en el infinito, es un libre pensador que a lo largo de su vida ha estudiado diversas cosmovisiones para darle sentido a la existencia; es un apasionado de crear organismos y negocios donde también se ejerza la justicia y el emprendimiento, para que el proyecto no tenga solo una interés económico, sino la creación donde se pueda vivir en prosperidad compartida, donde pueda honrar su linaje indígena.
Un momento clave, que detonó su conexión a sus raíces étnicas, fue cuando se sometió a unos análisis de ADN. Con el resultado, se dio cuenta de su origen indígena en ambos linajes. Por ende, le dieron un origen de un mestizo indio mexicano, de ese pueblo indígena sabio y gentil, en armonía con su entorno.
Como empresario, se dedicó a vender pinturas, pero, ¿qué más podía hacer con esa pintura? Se preguntaba: si seguía su herencia europea podría lograr fama, dinero, producir más. Entonces ¿dónde estaba su lado indígena?, ¿cómo podría honrarlo? Comenzó a observar los barrios de México, donde se viven situaciones muy dolorosas: inseguridad, desigualdad, marginación, expresiones artísticas reprimidas que se transforman en vandalismo entre vecinos generando violencia, terminando muchas veces en la guerra de la pintura.
“La ciudad es muy caótica, es cierto que el grafiti suele generar caos, pero el caos inicia con la publicidad que hacemos los empresarios, el caos inicia con las campañas de los políticos que van a los barrios y dejan su nombre pintado en las paredes de las casas y el caos está en tus brazos y la falta de recursos para crear una arquitectura un poco más amable o para crear la infraestructura que necesitan los barrios. Lo que hacen los grafiteros es manifestarse en contra de esas estructuras de poder, tomando los medios de expresión que están a su alcance, en este caso las paredes” declara.
Añade: “A partir de todo es uno, nosotros producimos una metodología que hemos desarrollado a lo largo de trece años de producir arte en la calle y esa metodología consiste principalmente en Investigar los símbolos identitarios de la cultura local: los símbolos que le dan cohesión a la sociedad en un barrio o en una institución, en una escuela. En este caso, en un evento de cultura. Tengo pintura y ofrecí este recurso para crear arte, que genera sentido y significado y que fortalece la historia o la noción de cuáles son las cosas que hacen nuestra identidad relevante en el mundo”.
Sobre los artistas urbanos, declara: “Los chicos que suelen vandalizar en el fondo son artistas de corazón, son gente buena, no se trata de ir a contratar al artista, se trata de ir a conectar con el chavo que está vandalizando, que está reprimido, es hacer tejido social para que renazca a través de sus grafitis ese lenguaje muchas veces silenciado. Las historias de barrio se narran a través de estos murales y logran una reconciliación social. Estas acciones nos han llevado a romper barreras de la calle y presentarnos en museos, recibir la validación de autoridades y sentar en una misma mesa a funcionarios, artistas, empresarios, vecinos, todos hablando de arte, todos hablando de paz”.
A partir de ello, su pasión fue usar el negocio de la pintura no como publicidad, sino para buscar la manera de entender y proyectar un cambio y rescate cultural en las ciudades a través de los artistas del grafiti, a través del movimiento muralista. Al mismo tiempo, promover desde una empresa la responsabilidad de tipo social, ecológica, mercadológica y cultural. Édgar explica la vida en 4 prioridades, en 4 actividades que se conjugan al mismo tiempo.
Nos comparte que sus maestros indígenas le dijeron: “Aprende a soñar”. Los maestros europeos: “No sueñes, ponte a trabajar, soñar no es suficiente”. Aprendió a seguir siendo ese niño soñador, pero también a ejecutar y cuando estaba ejecutando tuvo que revisar si lo que ejecutó concordaba con lo que soñó. “Esto aparentemente se convierte en un ciclo, pero no lo es, ya que cada vez que lo haces, una y otra vez, se forma una espiral, esta espiral va recorriendo la línea del tiempo que nos acerca a un objetivo que está en el horizonte”.
“Nuestros ancestros decían que todo territorio, toda organización, tiene cuatro rumbos: norte, sur, este y oeste. Esta es la enseñanza de los concheros y de los marakames huicholes. Me lo enseñaron mis amigos indígenas, es como una liana, nos vamos lanzando por la vida buscando nuestro propósito y este propósito también se puede establecer como los cuatro elementos. De nuevo el ritual mexicano: fuego, aire, agua y tierra, vistos como un orbe de respeto a cada elemento; estas orbes a su vez tienen intersecciones donde se encuentra la magia, además tienen aplicaciones prácticas”.
“Cuando hablamos de la tierra, se traduce a algo más concreto como es la economía, la ecología – agua, sociedad – viento, y la cultura – fuego; cuando las unimos, vemos una intersección donde todas se unen en el centro, hay una intersección. El número 9 es el todo es uno. Mis maestros indígenas me enseñaron que la forma de hacer todo al mismo tiempo es planteando todas tus acciones ahí, en la intersección central, en la intersección número 9, ahí donde cada acto genera un resultado cultural, social, ecológico y económico. Esto viene también inspirado por otros ancestros indígenas muy lejanos, los japoneses. Ellos tienen un concepto que se llama ikigai ( la razón de ser) y utilizando los 4 trascendentes aristotélicos tenemos belleza, verdad, unidad y bondad. Volviendo a esa intersección en el centro, todo es uno”.
“De esta manera, podemos empezar a entender que estos orbes efectivamente están separados, pero si movemos el punto de perspectiva y encontramos la forma de alinear los orbes, entonces podemos diseñar acciones ecológicas, económicas, culturales, que incidan en cada uno de los 4 aspectos y a eso le llamo propósito. El propósito de la vida para mí es actuar en esa intersección 9, con responsabilidad cultural, económica, ecológica y social. En ese acto, al hacerlo con la voluntad de ser feliz, estoy logrando lo que quiero: vivir intensamente. La felicidad es un acto de la voluntad y probablemente sea lo único que tenemos bajo nuestro control, me parece que el mejor camino hacia la felicidad es la avenida de todo es uno”.
“No tendría sentido mi existencia si no intento crear. A lo largo de mi carrera, pude descubrir un camino lleno de vaivenes. Reconozco que he aprendido mucho a través de equivocaciones. Hoy hemos creado algo que vale la pena y se ve en las calles de Querétaro. Hemos realizado una propuesta que han hecho suya cientos de artistas, escritores de grafiti y yo, como factor de impulso hacia esa creatividad que les ha permitido atreverse a expresar lo que sienten en una pared o en un lienzo. Es un movimiento poderosísimo de transformación en la sociedad queretana que se está abriendo y que está saliendo al mundo a decir cosas relevantes. Las aventuras que hicimos hacia Estonia o hacia Cataluña o hacia Nevada, todas nos han dejado resultados fantásticos. Lo que logramos en hoteles de Nueva York también es un hito en la cultura de Querétaro”.