Como en cada jornada electoral, los partidos y el gobierno han vuelto a bailar la misma danza convenida, conocida y aceptada aún con las notas fuera de tono, las escandalosas fugas de la pauta que marca la legislación y la descarada intención del director de la orquesta para que se toque solo el son que él dicta y toca.
Ha vuelto a tocarse la vieja tonada de la abierta intervención gubernamental seguida del coro lamentoso de los partidos de oposición. Desafortunadamente, cuando la música de los procesos electorales iba tomando cierta armonía, se han vuelto a tocar antiguos acordes que se mantenían en el fondo y ahora vuelven a tomar notoriedad.
Los políticos profesionales las conocen, la nueva y la vieja tonada y la bailan ajustando el ritmo y terminan culpando a algunos músicos de haber desafinado, pero siguen en el cuadro, que es lo importante, no salir de él.
No debiera sorprender que un gobierno que emana de la oposición histórica y que sufrió por años la dominación de las mayorías construidas desde el poder, intente tomar revancha y aplicar la misma medicina tomando conciencia de su nueva fortaleza, aunque esto signifique faltar a lo que tanto predicó y demandó. Está en la naturaleza del líder.
Lo que tampoco nos debe sorprender es la forma en que la nueva oposición, los que antes eran mayoría, ha tomado rápidamente su papel. Es propio de una clase política profesionalizada en la que sus líderes y representantes saltan de curul en curul y de curul al gobierno y viceversa.
Sin orden ni concierto han proclamado una alianza opositora construida desde las cúpulas, sin más sostén que la suma de sus intereses, no los de su militancia por cierto. Viven inmersas en su propia circunstancia, la reconocen y se adaptan para seguir obteniendo prebendas y posiciones.
En sus pronunciamientos proclaman el sacar a Morena del gobierno sin embargo, sus acciones denotan incapacidad o deliberado cálculo pragmático y oportunista derivado del conocimiento de sus debilidades y fortalezas perdidas, lo que los lleva a jugar el juego del tío Lolo.
No aspiran a recuperar su fuerza, se acostumbraron a hacer política desde el poder y hoy no saben o simplemente no quieren trabajar para reconvertir sus estructuras y devolverles su papel de representación popular.
Hoy los mexicanos no se sienten representados por ningún partido. La sociedad se ha organizado a sí misma para defender instituciones y derechos y es la verdadera oposición a las acciones de gobierno. Los partidos que forman la escenográfica alianza parecen no darse cuenta que en esa sociedad es en donde está su futuro no en la negociación y las componendas hechas en los pasillos del San Lázaro y de Palacio Nacional o el Palacio de Cobián.
Ambos, partidos políticos de oposición y sociedad organizada, están envueltos en una paradójica contradicción. La sociedad ya no confía en los partidos y no permite que se acerquen, pero a la vez los necesita si quiere influir en los procesos para elegir a quien debe dirigirnos; y por otra parte, los partidos se muestran incapaces de reconocer y aceptar que necesitan construir una nueva mayoría y esa se encuentra en la sociedad a la que no quieren ni pueden acercarse.
Se aferran a sus colores que han convertido, desde hace tiempo en franquicias que, debieran reconocer, han perdido su prestigio y presencia “comercial”. Los aventureros de la política ya no se acercan, poco a poco han ido a engrosar las filas del partido en el poder, como antaño lo hacían con ellos.
El partido en el poder parece no darse cuenta de que se está enfermando del mismo virus que tiene en agonía a sus adversarios. Tampoco se hace cargo de sus propias limitaciones y de que en realidad está repitiendo los modos que permitieron la hegemonía priista, esa que tanto combatieron.
La suma de tribus que desmembró al PRD no ha logrado consolidar un partido con ideología y principios propios. Difícilmente podrán perdurar porque carecen de disciplina interna y solo están juntos por la poderosa voluntad del líder, ocupado hoy empeñosamente en que el proceso sucesorio no desate las luchas internas que serán su némesis.
Así estamos hoy, en un momento crucial para un país dividido, como no lo había estado desde el siglo XIX. El presidente logró que la pluralidad política se convirtiera en un espectro bipolar. Las expresiones diversas que tenían opciones de participación, hoy se ven forzadas a la alineación en uno u otro bando. El oportunismo de los partidos políticos, el pragmatismo de sus líderes, los agrupa en dos bloques. Son ellos contra nosotros, cualquiera que sea el bando, mientras que la diversa y plural sociedad mexicana se empeña, busca, quien la pueda representar.
La sociedad busca canales, les muestra su fortaleza, se organiza para que la vean, mientras los partidos y el gobierno le hacen al tío Lolo, cada uno con sus intereses y su intención.