El pasado jueves el presidente Andrés Manuel López Obrador recibió las cartas credenciales del nuevo embajador de China en México, Zhang Run, que semanas antes de ser oficialmente recibido en este país, ya había sostenido reuniones con poderes e instituciones nacionales. El diplomático no esperó a estar debidamente acreditado para hablar con legisladores sobre las relaciones comerciales, con la secretaria de Cultura sobre los intercambios culturales y con el Instituto Nacional de Migración sobre la migración. Dos días después, en un inusual mensaje en Twitter, criticó a los medios mexicanos por su cobertura sobre el fentanilo ilegal, haciendo eco, se quejó, de las acusaciones en Estados Unidos. Su estrategia es clara. Seducir al gobierno con el poder suave que da el dinero, y coquetear con López Obrador elogiándolo por criticar a los políticos en Washington.
Los chinos tienen prisa por hacer más grande su huella en México y, por lo que se ve, el gobierno mexicano no tiene idea de las implicaciones geoestratégicas que su renovado amor con Beijing significa. México puede ser visto como la joya de la corona de China en América Latina, la región que ha trabajado intensamente en casi dos décadas para aumentar su influencia y poder, pero que no había logrado, hasta el gobierno de Enrique Peña Nieto, estar en la antesala de Estados Unidos.
Lo ha hecho con la chequera en la mano, ante el vacío que ha dejado la diplomacia estadounidense, que le ha permitido al régimen de Ji Xinping irse consolidando, primero en América del Sur y después en Centroamérica. En México se está metiendo por dos vías, a través de la economía y las inversiones, que incluye preponderantemente la tecnología 5G, y mediante la introducción de los precursores para producir el fentanilo ilegal que termina en las calles de Estados Unidos. Las dos armas poderosas de China contra Estados Unidos, encontraron una plataforma de lanzamiento en territorio mexicano. En ambos casos, el potencial explosivo es enorme, porque lo que cada vez fortalece más el gobierno de López Obrador, es una alianza con el principal enemigo de Estados Unidos.
No es novedad que China y Estados Unidos van camino a un choque. A una guerra incluso, como la pronosticó el legendario diplomático estadounidense Henry Kissinger en una reciente entrevista con el semanario The Economist. Pero en guerra. política, económica y militar ya se encuentra entre nosotros. Quizás en México no hayamos caído en cuenta aún, porque nuestra categoría de guerra está anclada en confrontaciones bélicas, y la que parece más cerca, la vemos muy lejos. Pero en Ucrania, la primera expresión del choque en tierra, las grandes potencias están involucradas por proxy, entre Occidente y Rusia y China con sus aliados.
El gobierno de López Obrador se ha metido en medio de las patas de las potencias nucleares. El rechazo a acotar la tecnología 5G de Huawei, cuya plataforma utiliza mayoritariamente en México Telcel, ha sido motivo de tensiones con Estados Unidos desde hace dos años. La tirantez se intensificó este año porque la crisis del fentanilo en Estados Unidos se convirtió en un problema de seguridad nacional. Los dos temas plantean escenarios de guerra. Por la plataforma china de la 5G se mueve más del 40% del dinero del comercio mundial, que pone en vulnerabilidad y riesgo a Estados Unidos, mientras que el fentanilo ilegal es visto en esa nación como la sutil forma como están envenenando a la sociedad norteamericana, debilitando su sistema de organización, y provocando un quiebre estructural desde adentro.
La penetración china en México ha sido fácil y rápida. Primero fue a través de inversiones en negocios e infraestructura, para expandir su comercio a Estados Unidos. Este fenómeno se incrementó desde que comenzó el desacoplamiento de empresas estadounidenses en China -el nearshoring-, como resultado de la guerra comercial, que ha permitido que inversionistas chinos estén llegando en alto número a la zona de El Bajío.
Aunque presumen no tener ninguna conexión con el gobierno chino, quienes conocen el régimen de Xi Jingping dudan que esto sea cierto. Lo paradójico de estas inversiones es que se convierten en adversarias poderosas para las propias exportaciones mexicanas, facilitando la cadena de suministro chino a Estados Unidos, al tiempo que no existe complementariedad entre los productos de ambas naciones, o son el complemento final de productos mexicanos que se venden en ese país.
En el caso del fentanilo ilegal, las agencias de inteligencia de Estados Unidos tienen evidencias de que los precursores para fabricar esas drogas llegan a México procedentes de China, y entran por los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas, desde donde se envían a los laboratorios en la costa del Pacífico, para su exportación a ese país. Los cárteles mexicanos están utilizando sus viejas rutas de distribución en Norteamérica y están instalando laboratorios dentro del territorio estadounidense para fabricar ahí las adictivas pastillas.
López Obrador ha rechazado sistemáticamente las imputaciones en Estados Unidos e ingenua, o tramposamente, pidió públicamente a Xi Jinping a que le proporcionara la información sobre la producción y distribución de los precursores del fentanilo ilegal que se exportan a México. De la misma forma urgió a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños el fortalecimiento de intercambios comerciales para frenar a China, aunque en ambos casos ha sido un ejercicio demagógico. Naturalmente, China no podía reconocer que controla el tráfico ilegal de fentanilo, y el foro donde pidió López Obrador frenar a los chinos, la CELAC, tiene el apoyo de Beijing.
El comunicado de la Embajada china el sábado contra los medios mexicanos y Estados Unidos por el tema del fentanilo, es un respaldo claro a López Obrador frente a las presiones en Washington, quien a veces parece burlarse de todos. Es posible, como lo ha demostrado, que se salga con la suya en México, pero cuando se pone a jugar en el tablero de Go las damas chinas, las cosas son distintas y pueden tener repercusiones, como eventualmente las habrá si sigue durmiendo con el enemigo.