Étienne de la Boétie fue un escritor francés del siglo XVI, que alcanzó notoriedad al escribir su célebre Discurso de la Servidumbre Voluntaria. Dicho texto, merece ser rescatado y lo es, en cada etapa de la historia que se haya envuelta en la lucha por la democracia ante el Estado autoritario.
Siendo un texto de extraordinaria riqueza por lo explícito de su lenguaje y la simpleza de argumentos, vale la pena rescatar aquí algunos fragmentos, aplicables a la conclusión a la que espero llegar en esta colaboración.
Dice Boétie: “¿Acaso no es una desgracia extrema la de estar sometido a un amo del que jamás podrá asegurarse que es bueno porque dispone del poder de ser malo cuando quiere?”
…“¿Cómo puede ser que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces a un solo tirano, que no tiene más poderío que el que se le concede y que no tiene capacidad de dañar sino en tanto se le aguanta, que no podría hacer mal a nadie si no se prefiriera soportarle a contradecirle?
… “Hay tres clases de tiranos: unos poseen el reino gracias a una elección popular, otros a la fuerza de las armas y los demás al derecho de sucesión…Aquel que detenta el poder gracias al voto popular debería ser, a mi entender, más soportable y lo sería, creo, de no ser porque a partir del momento en que asume el poder, situándose por encima de todos los demás, halagado por lo que se da en llamar grandeza, toma la resolución de no abandonarlo jamás. Acostumbra a considerar el poder que le ha sido confiado por el pueblo como un bien que debe transmitir a sus hijos…Para que los hombres, mientras quede en ellos algún vestigio de humanidad, se dejen someter, deben producirse de dos cosas una: o bien están obligados o bien han sido engañados«, señaló en su libro el escritor francés.
En otro fragmento delescrito Etienne ilustra con un ejemplo, lo que el condicionamiento puede hacer para orientar el comportamiento social y lo hace utilizando un episodio que atribuye al espartano Licurgo que, al querer mostrar al pueblo de Lacedemonia lo que la educación hace en el ser humano utilizó el ejemplo de dos perros, nacidos de la misma madre, alimentados con la misma leche pero criados diferente; uno dentro de los muros de la cocina y el otro en el campo en libertad acompañado de cazadores. Al soltarlos ante el público puso frente a ellos un plato de sopa y una liebre y uno de ellos fue directo a la sopa y el otro sobre la liebre. El régimen actual pretende llevarnos, por el engaño de la asistencia social, hacia el plato de sopa.
Pues bien, aunque el Siglo XVI nos suena lejano, la lectura del discurso de Boétie nos lleva necesariamente a encontrar parangones en la situación actual y llevarlos no solo a la generalidad de los conceptos, sino a la factualidad contemporánea en la que una mayoría de legisladores muestran su servidumbre hasta con orgullo, para servir a un hombre que les puede hacer más daño que bien, a no ser que se conformen con su plato de sopa. Se entiende en quienes llegaron por tómbola y arrastrados por la ola mediática del ahora gobernante, pero es injustificable en políticos de carrera, con personalidad e iniciativas hasta antes propias, que de una semana a la otra cambian sus posturas y defienden con vehemencia lo que días antes criticaban o negaban. ¿O no Monreal?
Al igual que Boétie tenemos que pensar en que es el miedo al mal que les pueda venir, o la avaricia, lo que les hace abrazar la servidumbre para seguir acumulando bienes o relativos poderes, derivados generosamente de la mano del autócrata.
Es lastimoso reconocer que lo que sostiene la restauración del autoritarismo y el poder omnímodo presidencial, es la servidumbre de una nueva corte formada por militares, políticos metidos a legisladores y cientos de servidores leales pero incapaces de desarrollar las funciones para las que fueron designados. Y es más que preocupante, que ésta servidumbre le esté permitiendo la transmisión hereditaria del poder que le fue concedido, aunque para ello tengan que aprobar leyes sobre pedido y someterse a reglas que los hacen malbaratar carreras y prestigio.
Hay otros que, sintiéndose ajenos a esta servidumbre simplemente consienten y se dejan llevar pensando que será el tiempo el que termine con la dominación y el sometimiento. Renuncian con ello a su propia libertad, restringida ante la horda enajenada y servil y apuestan a que otros les hagan valedero su derecho. Recurren a la corte y a la constitucionalidad sabiendo que hay una alta probabilidad de desacato e imposición de mayorías, conseguidas con el uso perverso de programas asistenciales tornados a clientelares y la burda intervención del Estado en los procesos electorales.
La avaricia es, a quienes no forman parte de la nueva servidumbre del poder ejecutivo, lo que propicia la complicidad que implica el conservar sus pequeños cotos de actuación, útiles solo para la negociación de pequeñas corruptelas, migajas desprendidas de las acciones de la nueva corte.
Hasta ahora, solo el dique de la ley y la valentía de los juzgadores se ha opuesto con eficacia a los intereses del poder, mientras otros arrastran su dignidad y el escaso prestigio que les queda, en una servidumbre que a fuerza de tolerarse puede llegar a verse como una normalidad.